domingo, 3 de diciembre de 2017

EL AUTOCONCEPTO (1984)

La temática desarrollada en esta ocasión fue con el objetivo de integrar uno de los capítulos de mi tesis para obtener el grado de Licenciado en Psicología, por parte de la Facultad de Psicología de la UNAM, dando pauta para posteriormente realizar una segunda investigación del tema en mi tesis para obtener el grado de Maestría en Psicología Clínica(2013), en la Facultad de Psicología de la UNAM.

A. Autoconcepto
La introducción del autoconcepto complementa los objetivos de la investigación.
William H. Fitts, en su Tennessee Self ConceptScale, señala que el autoconcepto del hombre influye su comportamiento. Es por ello que se le considera como un factor, integrante del individuo, útil para la evaluación de cambios inducidos en el alcohólico, a través de la aplicación, de él, tratamiento integral e inerdiciplinario de C. A. I. P. A., en su fase dos, la de la motivación.
Después de la revisión bibliográfica sobre dicho término, se nos plantea la siguiente pregunta ¿qué es el autoconcepto?
La mayoría de los autores esclarecen poco esta duda. Algunos se refieren al autoconcepto, únicamente, como un factor cuantificable, observable y modificable; siendo sus transformaciones y caracteres particulares, un antecedente de importancia en la determinación de la conducta del hombre.
De tal modo, encontramos que diversos investigadores, como Mancini, Corneilson (1968)[1], etcétera, en sus investigaciones de Self-confrontación, con pacientes alcohólicos, mediante el empleo de medios audiovisuales, han observado que el análisis de la filmación, de los mismos sujetos, originaban cambios en su autoevaluación, y en forma consecuente cabios en su comportamiento. Dichas filmaciones, se efectuaron estando los sujetos bajo los efectos de una dosis experimental de alcohol. De acuerdo a esto autores, mediante este tipo de autoconfrontación se acelera el cambio, se fomenta la conciencia de enfermedad y se provocan modificaciones en el autoconcepto.
Castillo Marrón y David Tena[2], en su investigación, concluyen que el autoconcepto deficiente de los jóvenes infractores, de las escuelas de orientación para varones, se refuerza negativamente en dicha Institución; observándose, así mismo, la persistencia de la conducta inadecuada.
Dicha conclusión, se refuerza más aún, por los estudios realizados por Michael R. O’leary y Edmund F Chaney[3], quienes emplearon para la evaluación del autoconcepto la Escala de Tennessee de Autoconcepto. Uno de sus hallazgos fue el hecho de que al parecer, el tratamiento tenía efectos mínimos en el paciente alcohólico. Además, que en el caso de la hospitalización del enfermo alcohólico, su autoconcepto era afectado negativamente. Este tratamiento a que fueron sometidos los pacientes evaluados por dichos autores, consistía; en una fase de desintoxicación; una fase dos de evaluación; y una fase tres, que incluía tres opciones; hospitalización durante dos semanas; Programa de día, llevado a cabo en cuatro semanas; y asistencia semanal a un grupo externo, por un año. En tanto que la forma de evaluación del autoconcepto de los pacientes alcohólicos, fue de la manera siguiente: aproximadamente, a una semana y media de la admisión de los pacientes, se les administro la Escala de Tennessee de Autoconcepto a todos los integrantes de la muestra; reaplicandose el mismo cuestionario a veintiséis pacientes que concluyeron nueve semanas de tratamiento. Además, se investigó mediante una entrevista el autoconcepto y las repercusiones  del tratamiento en treinta personas que complementaron el programa de día y dieciséis sujetos que concluyeron el programa de asistencia semanal a un grupo externo. La muestra total se contituyó de ciento un pacientes alcohólicos.
Por otra parte, Rolf H. Monge (1973), intenta corroborar la probable variabilidad del autoconcepto, específicamente en relación al adolescente.
Pues bien, como se notará, de momento no se da una aclaración en buen medida, del término que nos ocupa. Sin embargo, es posible establecer hipotéticamente, que el autoconcepto es una entidad cuantificable, observable y modificable; y, que además, sus cambios y sus caracteres propios, que lo delimitarían, influyen el comportamiento de la persona.
Más, antes de continuar, es necesario aclarar algunos aspectos señalados, para evitar confusiones  e interpretaciones erróneas sobre la información expuesta. De este modo, la posibilidad de medición del autoconcepto, su cuantificación, solo es hipotética, ya que no es factible su corroboración metodológica. En la actualidad, se han elaborado diversos test psicológicos, destinados a la medición y obtención de información objetiva sobre el autoconcepto; sin embargo, no hay estudios precisos de su confiabilidad y validez, de dichos test, que reafirmen, de esta manera, que el autoconcepto es medible objetivamente.
Por otra parte, la posibilidad de la observación y la modificación del autoconcepto, solo ha sido corroborada empíricamente; pero no se dispone actualmente, de suficientes investigaciones que, apoyadas de la metodología científica, lo demuestren. Desde un enfoque teórico, únicamente contamos con las conclusiones de diversos autores, como William H. Fitts (1965), Mancini (1980), Parede y Corneilson (1968), Michel o’leary y Edmund F. Chaney (1978), Castillo Marrón y David Tena (1981) y Marvin Powell (1981), quienes aseveran que el autoconcepto es observable y modificable, aunque objetivamente no lo han comprobado satisfactoriamente.
Aprovechando la información hasta ahora obtenida, se detecta que existe una multiplicidad  de factores que inducen el cambio, que afectan, y que participan en la configuración del autoconcepto. Nos referiremos a ellos a continuación.
Respecto a las instituciones, la investigación de Castillo Marrón y David Tena, con los internos de las escuelas de orientación para varones, y de Michael R. O’leary y Edmund F. Chaney, con pacientes alcohólicos en tratamiento y hospitalizados, nos señala que esta autoconcepción, según ellos, afecta negativamente su autoconcepto.
De los trabajos recopilados por Marvin Powell (1981)[4], en relación a la adolescencia, es posible extraer otros factores relacionados al autoconcepto. Apoyando la hipótesis de que el cambio en el autoconcepto induce modificaciones  en la conducta, nos refiere:
“los cambios en el concepto del yo, trae cambios de preferencia y elección” (pág. 153).
Esta cita es preponderante en el análisis del autoconcepto puesto que plantea dos cuestiones fundamentales. Por una parte nos confirma la hipótesis de cambio en el autoconcepto, cambio en el comportamiento. Pero por otra nos cuestiona, ¿a que cambio se refiere? Algo que no se había tomado en cuenta, hasta el momento.
Como hemos repetido en varias ocasiones, originalmente se consideraba que dichos cambios involucraban el comportamiento; ya que el autoconcepto lo determinaba, al menos en gran medida. Más ahora, al introducir que los cambios en el autoconcepto, de acuerdo a Marvin Powell (1981), incluyen modificaciones en las preferencias, los intereses y las elecciones personales y, acorde con Mancini, Paredes y Corneilson, en la autoevaluación de un individuo, implica también cambios en conocimiento y los afectos de un hombre. Además, desde esta perspectiva, al incluir los diversos aspectos enumerados, al señalar el comportamiento, es referirse a él en su concepción amplia; puesto que la autovaloración, las preferencias, los intereses, las elecciones, los afectos, el conocimiento, etcétera, deben ser considerados como formas específicas del comportamiento. Así, desde este enfoque, no hay contradicción alguna al señalar que los cambios en el autoconcepto involucran cambios en el comportamiento, en aquellos aspectos que incluyen conductas humanas específicas, como las indicadas.
 Los aspectos que pueden alterar la estructuración del autoconcepto, y que además participan en su configuración, son muy variados, como ya se había señalado. Ellos incluyen tanto los factores físicos o biológicos, como los psicológicos y los sociales o culturales.
Desde un punto de vista biologista, Marvin Powell (1981), proporcionaba una amplia referencia. Así, por ejemplo, señala que la apariencia física en general interviene en la determinación del autoconcepto. Entendiéndose por apariencia física, todas aquellas características de este tipo; incluyendo dentro de estas la proporción corporal, la estatura y los caracteres sexuales, tanto primarios como secundarios: siendo primordiales las características sexuales secundarias por ser más evidentes ante los demás, tecétera. En relación a este factor, también se refiere a los impedimentos de tipo físico y a las enfermedades, las cuales pueden limitar o normar las capacidades y potencialidades del hombre. Dándole de tal modo un cariz particular a su autoconcepción.
Esto retrae sobre el análisis una situación primordial. No solo los caracteres físicos participan en la modificación o en la estructuración del autoconcepto; también es fundamental la funcionalidad del organismo. Al respecto, Marvin Powell (1981), refiere:
“algunos problemas asociados con la imagen del yo físico, se relacionan con su funcionamiento” (pág. 50)[5].
La inclusión de procesos como el crecimiento y el desarrollo tanto físico como sexual son primordiales en la determinación del autoconcepto. Su característica primaria es la inducción de cambios y transformaciones físicas y corporales, desde el enfoque biologista, que a su vez provocaran variaciones en el autoconcepto.
La siguiente cita de Marvin Powell, apoya lo anterior y, simultáneamente, perite deslindar  una característica más del autoconcepto:
“es característico de todos los seres humanos una imagen de su yo físico. Durante la mayor parte del ciclo vital esta se modifica con lentitud porque los cambios en el cuerpo son relativamente imperceptibles y pueden pasar desapercibidos” (pág. 59)[6].
Se puede afirmar, hipotéticamente, que el autoconcepto no es de modo alguno estático: es en realidad cambiante, al igual que el crecimiento no es un fenómeno inmóvil. Es crecimiento es un proceso continuo que va del desarrollo inicial con la concepción del organismo, hast su declinación total.
De igual manera, que en el crecimiento, el autoconcepto posee una movilidad que implica su constante cambio; acorde con los cambios físicos que el organismo experimenta a lo largo de la existencia. Es decir, que ante el constante cambio progresivo del ser humano, durante su evolución ontogenética, el mismo, asimila tales modificaciones que influirán en la conformación de su imagen, tan solo corporal, de su yo[7].
En realidad, solo es posible considerar el desarrollo y, del mismo modo, el autoconcepto, como estático, en la etapa adulta del desarrollo; sobre esto Marvin Powell (1981) indica:
“con demasiada frecuencia el adulto ha llegado a un estado en el que los cambios físicos son imperceptibles y cuya imagen de su yo físico ha llegado a ser razonablemente realista…” (pág. 58)[8].
Más esta situación solo es real si consideramos, que tal inmovilidad es consecuente de la intervención de la razón, quizás de los mecanismos de defensivos, según los psicoanalistas, sobre los cambios. Pero no hay que olvidar, que tan solo Freud señalaba por un lado que el cuerpo es perecedero al referir:
“El sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y aniquilación…” (pág. )[9].
Lo cual implica que el desarrollo evolutivo es continuo y progresivo, sin detener su curso nunca. Además, así mismo debe ser conceptuado el autoconcepto, como una entidad en constante modificación, auque en ciertos momentos de la vida parezca no serlo. Por otro lado, atendiendo a lo imperceptible que puedan ser dichas variaciones, debe tenerse presente que innumerables fenómenos, que ocurren en el hombre, no son susceptibles de ser conscientes directamente;  sin embargo, a pesar de ello, influyen en la estructuración de la imagen de sí mismo de una persona, sobre todo cuando la continuidad de dichas alteraciones alcanzan un nivel de intensidad, de estímulo, para afectar directamente la psíque del hombre, su consciencia, y sí, influir en la configuración del autoconcepto.
Si hasta el momento se ha concluido que hay una relación muy estrecha entre lo físico y el crecimiento o desarrollo, y el autoconcepto, es primordial considerar el siguiente comentario de Marvin Powell (1981):
“El patrón de crecimiento de cada niño es único…” (pág. 40)[10].
Esto también nos permitirá hipotetizar, que el autoconcepto es igualmente único.
Reforzando tal concepción, del autoconcepto único, partiremos de la aceptación del siguiente argumento, del mismo autor:
“la imagen física del adolescente se basa en gran medida en las normas culturales y particularmente en la interpretación de estas normas aceptadas como normal por el grupo de iguales” (pág. 58)[11].
En este caso, es vital reconsiderar, primeramente, la interpretación; que aunque matizada por aspectos sociales, culturales e ideológicos, que crean criterios similares entre los individuos, también involucran otros[12].
En conclusión, puede establecerse que de momento han sido introducidos los aspectos más fundamentales, que intervienen en la configuración del autoconcepto: el factor social, cultural e ideológico, el biológico y el psicológico. Reafirmando el factor psicológico, Marvin Powell (1981) señalaba:
“Aunque tales características (físicas) pueden no ser fuentes de desórdenes físicos, a menudo si son base de de problemas psicológicos, relacionados con el concepto del yo físico del individuo” (pág. 50)[13].
Intrínsecamente, en dicha cita, se señala la importancia del factor físico y psicológico del autoconcepto. Pero, trascendiendo la misma referencia de Marvin Powell (1981), no debe separase del factor biológico y psicológico, el social, que involucra la ideología y la cultura de un grupo social. Debe, en resumen, ser considerada la determinación del autoconcepto desde el punto de vista biopsicosocial; en el cual, los tres factores son fundamentales no solo para su estructuración sino, también para su definición. Conciliándose, a la vez, esto con la postura teórica, biopsicosocial, de Marvin Powell (1981).
Ampliando sobre el aspecto social, la consideración de la familia es vital. Así, las investigaciones de Shonteld (1966), recopiladas por Marvin Powell (1981) nos dan cierta luz sobre la importancia del grupo familiar[14] en la estructuración del autoconcepto, a partir de la preocupación del mismo grupo, sobre la imagen corporal de sus miembros; lo cual moldeara la conducta y la personalidad de cada uno de los integrantes de la familia. Al respecto refiere en una de las conclusiones de sus estudios:
“las familias que explotaban la importancia de las funciones y apariencia del cuerpo, causaron una sobrevaloración y una predilección por el cuerpo bello. Si el joven tenía algún defecto físico y la actitud de la familia era de apoyo, había una buena posibilidad de un desarrollo compensatorio exitoso, sin desórdenes de personalidad” (pág. 61)[15].
Como podrá notarse, el sistema de valores y las normas aceptadas por el núcleo familiar son vitales para la determinación de un autoconcepto, con sus características muy particulares. En un comentario posterior, el mismo Shonteld, remarca la interdependencia de ambos aspectos, el autoconcepto y la familia, al indicar:
“a través de una evaluación de la imagen corporal del adolescente, se puede desarrollar un mejor entendimiento de la dinámica familiar, en relación con el desorden de conducta existente” (pág. )[16].
Más concretamente, Ackerman (1978) nos puntualiza la influencia del medio, en el cual el hombre vive y se desarrolla. Sobre esta situación señala:
“El adolescente muestra una extraordinaria sensibilidad en las relaciones con su concepto de sí mismo. Reacciona con respuestas inmediatas a los que piensa de sí mismo o a lo que piensan de él. Dado que su imagen de sí se halla en estado de fluctuación, es especialmente vulnerable a los juicios de los otros” (pág. 270)[17].
Aunque el autor se refiere específicamente al adolescente esto puede extrapolarse a otras edades y etapas del desarrollo sin contradicción.
Aunque ya nos hemos referido a los factores de tipo biológicos, psicológico y social, como modificadores y conformadores del autoconcepto, retomaremos el segundo desde una perspectiva diferente, la emoción del hombre; la cual es fundamental en la determinación del autoconcepto.
Al respecto, William H. Fitts (1965), nos indicaba que de acuerdo a como este individuo se sienta será la forma en que se autoconceptue. Del mismo modo, Linda J. Beckman (1978), en su investigación con la autoestima de la mujer alcohólica, concluye que la autoestima de una paciente esta inversamente relacionada con el consumo de alcohol. Según ella, ante la presencia de una sensación de inutilidad y preocupación por la inadecuación e ineptitud acerca de la realización de aquello que implica su rol de mujer, en las pacientes alcohólicas, es más probable que esta abuse del consumo de bebidas alcohólicas. Considera, la autora, que la conducta, abuso de alcohol, de la mujer alcohólica esta, en cierto grado, determinada por el nivel de autoestima presente. Y además plantea que la elevación del nivel de autoestima está en función de la atenuación de la afectividad negativa[18] de la paciente.
Extrapolando los hallazgos teóricos de Linda J. Beckman (1978), puede concluirse que la autoconcepción del hombre influye en su manifestación emotiva y, simultáneamente, su comportamiento e inversamente. Es decir, que ante determinados estados de ánimo, que involucran el concepto de autoestima, o conducta, se manifiesta un autoconcepto característico o, bien, es modificado por ellos, dándole un cariz particular.
En conclusión, la investigación del término nos ha aclarado que en su estructuración intervienen factores de tipo bilógico, psicológico y social.
Además, es factible afirmar, hipotéticamente, que el autoconcepto es una entidad cuantificable, mediante test psicológicos, observable y modificable. Siendo atribuible a él, el ser cambiante, en constante movimiento, lo que varía su conformación; con una configuración única en cada sujeto. Y por último es importante mencionar que la razón y la emoción de una persona son básicos en la estructuración de la imagen que de ´si mismo tenga un individuo.
Antes de proseguir el análisis, es conveniente considerar una característica más del autoconcepto. Contenida en la siguiente cita de Marvin Powell (1981):
“El concepto del yo es una dinámica organizada y organizadora dentro de la estructura de la personalidad” (pág. 153)[19].
Procedamos a su desglosamiento. Considerar esta referencia es fundamental en el análisis del autoconcepto, pues además de proporcionar una característica del autoconcepto, profundiza más en él. De tal modo, las implicaciones de la cita son enormes.
Por un lado, al referirse a una “dinámica organizada”, reafirma nuestra consideración del autoconcepto como una entidad. Es decir, que el autoconcepto es una entidad organizada, ordenada, a partir de su estrecha interrelación de las partes que la componen; no siendo de ninguna manera, solo una suma de partes, sino la interdependencia e interrelación  dinámica de estas. Al delimitar que es “una dinámica dentro” de la estructura de la personalidad, nos puntualiza que no se trata de la totalidad. En términos generales, es solo una parte integradora de la unidad total que es el hombre. Siendo a la vez unidad con caracteres propios y diferente de otras unidades, partes integrantes del ser humano.. Desde esta perspectiva, el autoconcepto debe considerarse como una subunidad dentro de una unidad; es parte de esta pero no es tampoco la totalidad.
Es también fundamental, la consideración del concepto del yo, no solo como una dinámica organizada, a partir de diversos aspectos que la integran, a través de su estrecha interrelación e interdependencia, sino como una “dinámica organizadora”.
El enfoque de esto se orienta hacia el hecho de que el autoconcepto influye en la determinación del comportamiento y a la vez, en cierto modo, este participa en la configuración de la totalidad del hombre; dándole un orden, una organización, un sentido y una configuración a la manifestación conductual humana y, en cierto grado, también a la constitución de la totalidad que es el hombre.
Ahora bien, tomando como punto de partida la referencia de Marvin Powell (1981), ya señalada, quizás en ella se contendrá la principal objeción para su empleo en nuestro análisis. En realidad, el autor se refiere al concepto del yo y no al autoconcepto.
Sin embargo, continuando la recopilación y el análisis de información sobre el tema que nos ocupa, es posible observar que con gran frecuencia el término del autoconcepto es asociado o empleado como sinónimo con otros conceptos. Los términos más comúnmente conocidos son: concepto del yo (Marvil Powell, 1981), autodescripción, autorrepresentación, autoimagen o imagen de sí mismo (Nathan Ackerman, 1978; Solomo, 1982), autoestimación (Linda J. Beckman, 1978), autorretrato, etcétera. Todos ellos  nos refieren al autoconcepto, en diversos términos mediante los cuales una persona habla de sí mismo y de como se conceptúa y considera a sí mismo. Analizando detenidamente la palabras mencionadas es observable que todos son términos compuestos, cuyo parte común es el prefijo auto-; lo cual se utiliza para hacer referencia a sí mismo. En el término del concepto del yo, se hace relación a la idea o pensamiento que una persona tiene sobre su yo. Siendo el término a que nos referimos compuesto, la opción para continuar la revisión teórica del autoconcepto, es la descomposición del mismo en sus partes integrantes: auto y concepto.
“Auto: (del gr. Autos, mismo). Voz que se usa como prefijo con la significación de mismo, por uno mismo: autorretrato” (pàg. 176)[20].
“Concepto: (del latín conceptus-cf. Cumm y cápere). M. Idea o pensamiento de un ser u objeto, sea este real o no. Idea que concibe o forma el entendimiento. Pensamiento expresado con palabras. Sentencia, agudeza, dicho ingenioso. Opinión, juicio. Crédito en que se tiene a una persona o cosa” (pág. 36)[21].
Partiendo de las definiciones de diccionario, la primer indicación que se obtiene, es que el autoconcepto debe ser necesariamente, la configuración de un pensamiento o idea, en relación a los que el mismo hombre es. Implicando esto la valoración que hace de sí mismo una persona. Es decir, involucra la percepción, el enjuiciamiento de lo percibido, a través de la razón, el reconocimiento, la aceptación, como algo propio de sí mismo y la apreciación, que un individuo hace de los atributos que posee y que lo caracterizan; mediante lo cual estructura una idea o concepto de los que es como persona.
Si se retoman aquellas palabras compuestas que suelen ampliarse asociadamente, o como sinónimos del autoconcepto, es posible ampliar, más aún, la definición del mismo.
El deslindamiento inicial, habría que agregar que la conformación de dicha idea o pensamiento, de uno mismo, se refiere a la concepción y consideración de las características, habilidades, aptitudes, etcétera, que posibilitan la descripción propia del individuo como un ser. Involucrando para ello, procesos como la sensopercepción, el entendimiento y el juicio, que permitirán la integración de una imagen de lo que el sujeto cree ser o lo que desearía ser.
Considerar que el autoconcepto puede estructurarse en base a lo que el hombre cree ser o a lo que desearía ser, nos muestra otro carácter del mismo.  Esto puede ser real o no. Es decir, que el autoconcepto no es necesariamente algo objetivo que coincida con la realidad. Pudiendo ser dispar con ella.  En realidad, la configuración del autoconcepto, al menos así lo creemos, parte de lo concreto y objetivo, pero posee un factor subjetivo, de gran importancia, en su estructuración.
Para mayor comprensión de lo anterior, debe tomarse en cuenta que la configuración del yo parte de dos puntos de referencia, los cuales según William H. Fitts son: el marco referencial externo y el marco referencial interno.  Sobre estos dos aspectos ya nos hemos referido con anterioridad, pero es conveniente ampliar más en ellos, puesto que proporcionarán una visión más amplia y completa sobre el autoconcepto, su delimitación y su estructuración.
Continuando esta revisión teórica, respecto del autoconcepto, analizaremos ambos marcos referenciales. El marco referencial eterno incluye el medio ambiente, la sociedad, la cultura, la ideología, la religión y los individuos con quien el sujeto convive; factores que son capaces de influir sobre este, dándole una connotación particular a su autoconcepción. Son estos factores los que moldearan y proporcionaran los modelos de los atributos físicos y personales, como habilidades, capacidades y aptitudes, que son valorados y aceptados por un grupo social específico y que serán emplados en la estructuración de la idea, pensamiento o concepto que una persona tendrá de sí mismo.
Sin embargo, el mismo William H. Fitts, introduce el marco referencial interno, como factor importante en la determinación del autoconcepto. Esto se refiere a la identidad, que involucra lo que soy; la aceptación o satisfacción , respecto de lo que soy; y el conductual, que se relaciona con lo que hago. Todo esto, es un contexto de un sentimiento de felicidad sobre como creo que me ven los demás[22].
La importancia de este marco referencial interno, es que atañe a los tres procesos fundamentales del ser humano: el pensamiento, la emotividad y el comportamiento; los cuales son parte integrante del ser humano, y que idealmente deben funcionar en completa armonía. Dicha armonía será la que determinará la realidad, o no, del autoconcepto de una persona. Esta, no indica la veracidad del yo físico, del yo social, del yo personal, del yo familiar y del yo ético-moral, como los nombra William H. Fitts.
Hablar aquí de un yo, de cierto tipo, nos puntualiza dos aspectos: Por un lado, que el autoconcepto es parte integrante de una totalidad, siendo ésta el Yo. Esto introduce que el concepto del Yo es importante considerarlo para comprender el término del autoconcepto, que no representa por sí solo la totalidad que es el hombre. Además, nos muestra una característica más de autoconcepto; esto puede ser concebido, el autoconcepto,  como una unidad conformada por partes, que se encuentran en ìntima y estrecha interrelación e interdependencia dinámica; no siendo una simple reunión de partes. Estando cada una de ellas en relación con los tres aspectos del marco referencial interno: la identidad, la aceptación o satisfacción y el comportamiento.
Freud señalaba:
“En condiciones normales, nada nos parece más seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo” (Pág. 3018)[23].
Esto nos refiere a que la descripción de la idea o pensamiento que un individuo haga de sí mismo, esta en estrecha relación a la demarcación de los límites y características propias de su yo.
Posteriormente, el mismo autor agrega:
“…por lo menos hacia el exterior, el yo parece mantener sus límites claros y precisos… el yo se continúa hacia adentro, sin límites precisos” (pág. 3018)[24].
Pero ¿de qué depende el establecimiento de los rasgos  y límites del yo? Para contestar esta pregunta, es conveniente retomar el comentario  de Beta, sobre la conciencia:
“La conciencia es una superestructura psicológica, límite entre las manifestaciones psicosomáticas, que en ella se reflejan a través de las elaboraciones psíquicas, y el yo que, por su conducto, adquiere el conocimiento de sí mismo y es informado de cuanto acontece fuera de él” (pág. 165)[25].
Aunque esta referencia se enfoca hacia la conciencia, también es de utilidad para el tema que nos ocupa.
Esta nos demuestra la interdependencia de las diferentes estructuras del ser humano. Además, nos indica que tanto la influencia de aspectos internos del hombre, “manifestaciones psicosomáticas”, como la acción del mundo en el que el individuo vive y se desarrolla, conforma los límites y características particulares del yo. Es decir, proporciona la configuración del autoconcepto.
Sin embargo, es de vital importancia reconsiderar que la interdependencia, en el ser humano, como individuo, no es solo en cuanto a sus diferentes estructuras, sino también en relación a sus diferentes funciones; mismas que como se decía, están entrelazadas, integrándose de tal modo el funcionamiento del sujeto como totalidad.
De este modo, en la cita anterior, puede notarse la referencia que hace del hecho de que la conciencia es un medio a través del cual, una persona, obtendrá conocimiento de ´si mismo. Pero tomar esto literalmente, es caer en un reduccionismo absurdo, puesto que el hombre es una complejidad estructural y funcional. Son múltiples las funciones que permitirán integrar tal autoconocimiento. Hay que recordar, que tan solo para que el hombre sea capaz de ser consciente, se requiere de la intervención de la sensopercepción y la atención, por no señalar otras más.
Pero especificando, más claramente, Fiorini (1980), señalaba a que funciones nos referimos, las cuales permitirán llegar al conocimiento de sí mismo; y por lo tanto a la estructuración del autoconcepto. Las principales que intervienen son agrupadas, por él, bajo el rubro de funciones yoicas básicas; mismas que incluyen: percepción[26], atención, memoria, pensamiento, anticipación, exploración, ejecución, control y coordinación de actos. Siendo la orientación de estas hacia el mundo externo, que incluirían a los “otros” y a aspectos de sí mismo. El otro tipo de funciones yoicas son aquellas reconocidas como funciones yoidas de defensa, que corresponden a los mecanismos de defensa, señalados por diversos autores como Sigmund Freud (1925), Hector J. Fiorini (1980), Ana Freud (1981), etcétera.
Estas funciones son fundamentales para la configuración del autoconcepto, porque, para que el hombre obtenga conocimiento de sí mismo, debe ser capaz de ser consciente de sí mismo y de lo que lo rodea. Entendiéndose dicha conciencia, no solo en un sentido estricto, sincrónico, según Henry Ey (1981), sino también en un sentido amplio, diacrónico, según Henry Ey (1981), en el cual se considera que los estímulos captados y retenidos en el campo de la conciencia, se estructuran en base a la experiencia vivida organizada y reconocida previa del sujeto, en su desarrollo histórico y evolución ontológica, dentro de la cual ha conformado un sistema de valores individuales y se ha constituido su historia y persona. Siendo vital tanto la presentificación de una experiencia vivida organizada y reconocida actual como previa, es decir, sincrónica y diacrónica, en la configuración de un autoconcepto individual y particular[27].
Así mismo, desde esta perspectiva, es posible plantear la existencia, al menos hipotética, de un autoconcepto, en el hombre, que influye su comportamiento. Siendo esto factible tanto para la captación y retención, en el campo de la conciencia, de los estímulos sincrónicos y diacrónicos que afectan el sensorio del hombre, excitándolo, y que no pierdan, su conocimiento, sino que es almacenado en las huellas mnémicas del preconciente, como las denominabas Freud (1923)[28], o en los engramas, de la memoria, como las llaman otros autores. En fin, poco interés tiene en este momento donde y como se almacenaría. Lo fundamental, es que al considerar la permanencia de la estimulación o información que llega a la conciencia, y que propicia el conocimiento de sí mismo a un individuo y de lo que lo rodea, es que desde este enfoque se puede pensar en la conformación de una autoconcepción individual, que moldeará una conducta determinada, en una persona dada.
Retomar la exploración, función básica del yo según Fiorini (1980) es primordial por la concepción que Freud hace sobre su intervención en la estructuración del autoconcepto del hombre. Al respecto señala:
“El lactante aún no discierne su Yo de un mundo exterior, como fuente de las sensaciones, que le llegan. Gradualmente lo aprende por influencia de diversos estímulos. Sin duda, ha de causarle la más profunda impresión el hecho de que a algunas de las fuentes de excitación –que más tarde reconocerá como los órganos de su cuerpo sean susceptibles de provocarle sensaciones en cualquier momento, mientras que otros se le sustraen temporalmente…” (pág. 3019)[29].
Además de señalar la intervención de dicha función, en la autoconcepción, nos muestra, hipotéticamente, que la formación del autoconcepto se inicia desde el nacimiento e incluso, antes; así mismo, refiere que este no es estático, sino que esta en constante, aunque a veces imperceptible, evolución y transformación. De este modo Freud decía al respecto:
“…este sentido yoico del adulto no puede haber sido el mismo desde el principio, sino que debe haber sufrido una evolución” (pág. 3019)[30].
De igual manera, que hasta el momento, se podría continuar señalando como la participación de múltiples funciones intervienen en el establecimiento del autoconcepto; sin embargo, es de mayor relevancia el tercer tipo de funciones que Fiorini (1980) adjudicaba al yo.
Solo en apariencia no se ha tratado este punto, ya que a través del escrito, queda implícitamente establecida la integridad del hombre. Específicamente, respecto al autoconcepto, se había nominado a éste, como una totalidad integrada de partes que se interrelacionan estrecha y dinámicamente; no siendo de esta manera el autoconcepto una simple conjunción de pates, sino una integridad estructurada y organizada. Pero simultáneamente, también se le ha considerado como una subunidad, integrante, mediante su interdependencia e interrelación con otras subunidades, de la unidad que es el hombre como totalidad.
En este punto son fundamentales las funciones yoicas integradoras, sintéticas u organizadoras cuya función es, como dice Fiorini (1980):
“el centramiento de la personalidad” (pág. 119)[31].
Su consideración es primordial ya que ello apoya la concepción del autoconcepto como una unidad; dándole esto su delimitación como autoconcepto. Sin la intervención de tales funciones, no podríamos asignar  a unidad alguna tal nominación. Solo sería posible indicar una serie de partes heterogéneas que, quizás, se relacionan entre sí; pero que no conforman una estructura.
En conclusión puede establecerse, que el autoconcepto no es lo mismo que el Yo, como estructura. El concepto del yo es un término que designa una estructura mucho más amplia. En tanto, el autoconcepto es en realidad, así se le puede considerar, una parte del yo total. Su estructuración parte de tres puntos de vista: el biológico, el psicológico y el sociológico, sin separarse más que arbitrariamente y con fines de análisis práctico. E individualmente, debe considerarse que en su configuración  intervienen múltiples funciones del individuo.
Por último, solo cabe señalar la siguiente cita de Solomón, quien nos refiere la gran importancia del auntoconcepto del hombre, para sí mismo. Esta es como sigue:
“…los pacientes tienen a menudo una imagen de sí mismo que creen que debe permanecer intacta, si es que van a continuar siendo capacitados para enfrentarse a los problemas de la vida…” (pág. 11)[32].
 Implícitamente, en dicha referencia, se encuentra el fundamento para considerar que la medición, mediante el Tennessee Self-concept Scale, y los cambios del autoconcepto son de utilidad para observar los efectos de la fase motivacional de C. A. I. P. A., en la rehabilitación de alcohólicos.






[1] Mancini, John C.,, Paredes, Alfonso y Corneilson, Floys Jr. Development of audiovisual technique for the rehabilitation of alcoholics: A preliminary Report. Quaterly Journal of estudies on alcohol. 1968. V. 29. Núm. I-A, 84-92 pp.
[2] Castillo Marrón, Mario y Tena, David. Perfil del autoconcepto en jóvenes infractores de la Escuela de Orientación para Varones. Tesis Profesional. México. Facultad de Psicología. U. N. A. M. 1982
[3] O’leary, Michael R. and Chaney, Edmund F. Self-concept: Effects of Alcoholims, Hospitalization and Treatment. Psychological report. 1978, núm 42, 651-661 pp.
[4] Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos). México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[5] Idem.
[6] Idem.
[7] Sin embargo, adjudicar al autoconcepto su movilidad, cambio constante, desde el factor biológico exclusivamente, es actuar reduccionistamente sobre esto. En realidad, la variabilidad del autoconcepto esta determinada biológica, psicológica y socialmente. Posteriormente se ampliara al respecto.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos). México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[11] Idem. Cabe aclarar, que el prescindir arbitrariamente, del análisis de la importancia de “…las normas aceptadas por el grupo de iguales” (pág 38), no implica la negación de la participación de este aspecto de la configuración del autoconcepto. Esto, de momento, solo queda como una introducción del factor social que involucra la estructuración del autoconcepto; no analizándose esto más ampliamente ahora, sino más adelante y desde otros puntos de vista que convergen en él, como desde la familia.
[12] A pesar de que un grupo social establece, mediante su cultura, formas de socialización e ideología, cuales son las formas que serán aceptadas como normales, la gran diversidad de subgrupos que lo conforman  poseen características y valores propios, lo cual marcara ciertas diferencias entre ellos y por lo tanto entre sus miembros. Así, desde esta perspectiva puede sustentarse que el autoconcepto es único desde su aspecto físico, psicológico y social, al agregar esto.
[13] Idem.
[14] Debe entenderse, según nosotros, por grupo familiar, a todas aquellas personas, con cierto parentesco o relación que los haga pertenecer a una familia. Así se incluyen a tíos, abuelos, primos, etcétera. No la restringimos a la familia nuclear de padres e hijos, sino a la conceptualización en sentido amplio.
[15] Idem.
[16] Idem.
[17] Ackerman, Nathan W. Diagnóstico y tratamiento de la relaciones familiares: Psicodinámismos de la vida familiar. 6ª Ed. (tr. Prof. Jaime Bernstein). Buenos Aires. Home. 1978. 430pp. (Psicología de Hoy: Teoría y Métodos de Psicoterapia, Núm. 2).
[18] Linda J. Beckman (1978), incluye dentro de la afectividad negativa: la depresión, la ansiedad,el estress excesivo y constante, la tendencia al aislamiento, la neuroticidad, etcétera.
[19] Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos). México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[20] Diccionario Hispánico universal, Vol. 2. Ed. México W. M. Jackson 19.
[21] Idem.
[22] El aspecto subjetivo, que implica el marco referencial interno, está contenido en esa “creencia de como me ven los demás”. Esto no se relaciona, siendo diferente, con el como “creen o desean los demás, que, yo, sea”; esto último, involucra el marco referencial externo y no el marco referencial interno, al subjetivismo de una persona en su autoconcepciòn
[23] Freud, Obras completas: El malestar en la cultura. 1929 (1930). 3ª edición. (tr. Luis López-Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. V. 3
[24] Idem.
[25] Beta.
[26] Aunque Fiorini (1980), solo se refiere a la percepción, es conveniente incluir la sensación, hablándose de este modo, más que de la percepción, de la sensopercepción.
[27] Con respecto a la conceptualización de la conciencia, revisar el capítulo de conciencia de enfermedad en esta tesis.
[28] Freud, Sigmund. Obras completas: El Yo y el Ello. (1923. 3ª edición. (Tr. Luis López. Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. 5ª V. 3.
[29] Freud, Obras completas: El malestar en la cultura. 1929 (1930). 3ª edición. (tr. Luis López-Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. V. 3
[30] Idem.
[31] Fiorini, Hector J. Teoría y técnica en psicoterapias. 5ª ed. Buenos Aires. Nueva Visión. 1980. 219 pp
[32] Solomón, Philip y Patch, Vernon. Manual de psiquiatría. (Tr. Dr. Armando Soto R.). México. Manual Moderno. 1972. 416pp