A.
Autoconcepto
La introducción del autoconcepto complementa los
objetivos de la investigación.
William H. Fitts, en su Tennessee Self ConceptScale,
señala que el autoconcepto del hombre influye su comportamiento. Es por ello
que se le considera como un factor, integrante del individuo, útil para la
evaluación de cambios inducidos en el alcohólico, a través de la aplicación, de
él, tratamiento integral e inerdiciplinario de C. A. I. P. A., en su fase dos,
la de la motivación.
Después de la revisión bibliográfica sobre dicho
término, se nos plantea la siguiente pregunta ¿qué es el autoconcepto?
La mayoría de los autores esclarecen poco esta duda.
Algunos se refieren al autoconcepto, únicamente, como un factor cuantificable,
observable y modificable; siendo sus transformaciones y caracteres particulares,
un antecedente de importancia en la determinación de la conducta del hombre.
De tal modo, encontramos que diversos
investigadores, como Mancini, Corneilson (1968)[1], etcétera, en sus
investigaciones de Self-confrontación, con pacientes alcohólicos, mediante el
empleo de medios audiovisuales, han observado que el análisis de la filmación,
de los mismos sujetos, originaban cambios en su autoevaluación, y en forma
consecuente cabios en su comportamiento. Dichas filmaciones, se efectuaron
estando los sujetos bajo los efectos de una dosis experimental de alcohol. De
acuerdo a esto autores, mediante este tipo de autoconfrontación se acelera el
cambio, se fomenta la conciencia de enfermedad y se provocan modificaciones en
el autoconcepto.
Castillo Marrón y David Tena[2], en su investigación,
concluyen que el autoconcepto deficiente de los jóvenes infractores, de las
escuelas de orientación para varones, se refuerza negativamente en dicha
Institución; observándose, así mismo, la persistencia de la conducta
inadecuada.
Dicha conclusión, se refuerza más aún, por los
estudios realizados por Michael R. O’leary y Edmund F Chaney[3], quienes emplearon para la
evaluación del autoconcepto la Escala de Tennessee de Autoconcepto. Uno de sus
hallazgos fue el hecho de que al parecer, el tratamiento tenía efectos mínimos
en el paciente alcohólico. Además, que en el caso de la hospitalización del
enfermo alcohólico, su autoconcepto era afectado negativamente. Este
tratamiento a que fueron sometidos los pacientes evaluados por dichos autores,
consistía; en una fase de desintoxicación; una fase dos de evaluación; y una
fase tres, que incluía tres opciones; hospitalización durante dos semanas;
Programa de día, llevado a cabo en cuatro semanas; y asistencia semanal a un
grupo externo, por un año. En tanto que la forma de evaluación del autoconcepto
de los pacientes alcohólicos, fue de la manera siguiente: aproximadamente, a
una semana y media de la admisión de los pacientes, se les administro la Escala
de Tennessee de Autoconcepto a todos los integrantes de la muestra;
reaplicandose el mismo cuestionario a veintiséis pacientes que concluyeron
nueve semanas de tratamiento. Además, se investigó mediante una entrevista el
autoconcepto y las repercusiones del tratamiento
en treinta personas que complementaron el programa de día y dieciséis sujetos
que concluyeron el programa de asistencia semanal a un grupo externo. La
muestra total se contituyó de ciento un pacientes alcohólicos.
Por otra parte, Rolf H. Monge (1973), intenta
corroborar la probable variabilidad del autoconcepto, específicamente en
relación al adolescente.
Pues bien, como se notará, de momento no se da una
aclaración en buen medida, del término que nos ocupa. Sin embargo, es posible
establecer hipotéticamente, que el autoconcepto es una entidad cuantificable,
observable y modificable; y, que además, sus cambios y sus caracteres propios,
que lo delimitarían, influyen el comportamiento de la persona.
Más, antes de continuar, es necesario aclarar
algunos aspectos señalados, para evitar confusiones e interpretaciones erróneas sobre la
información expuesta. De este modo, la posibilidad de medición del
autoconcepto, su cuantificación, solo es hipotética, ya que no es factible su
corroboración metodológica. En la actualidad, se han elaborado diversos test
psicológicos, destinados a la medición y obtención de información objetiva
sobre el autoconcepto; sin embargo, no hay estudios precisos de su
confiabilidad y validez, de dichos test, que reafirmen, de esta manera, que el
autoconcepto es medible objetivamente.
Por otra parte, la posibilidad de la observación y
la modificación del autoconcepto, solo ha sido corroborada empíricamente; pero
no se dispone actualmente, de suficientes investigaciones que, apoyadas de la
metodología científica, lo demuestren. Desde un enfoque teórico, únicamente
contamos con las conclusiones de diversos autores, como William H. Fitts
(1965), Mancini (1980), Parede y Corneilson (1968), Michel o’leary y Edmund F.
Chaney (1978), Castillo Marrón y David Tena (1981) y Marvin Powell (1981),
quienes aseveran que el autoconcepto es observable y modificable, aunque
objetivamente no lo han comprobado satisfactoriamente.
Aprovechando la información hasta ahora obtenida, se
detecta que existe una multiplicidad de
factores que inducen el cambio, que afectan, y que participan en la
configuración del autoconcepto. Nos referiremos a ellos a continuación.
Respecto a las instituciones, la investigación de
Castillo Marrón y David Tena, con los internos de las escuelas de orientación
para varones, y de Michael R. O’leary y Edmund F. Chaney, con pacientes
alcohólicos en tratamiento y hospitalizados, nos señala que esta
autoconcepción, según ellos, afecta negativamente su autoconcepto.
De los trabajos recopilados por Marvin Powell (1981)[4], en relación a la
adolescencia, es posible extraer otros factores relacionados al autoconcepto.
Apoyando la hipótesis de que el cambio en el autoconcepto induce
modificaciones en la conducta, nos
refiere:
“los cambios en el concepto
del yo, trae cambios de preferencia y elección” (pág. 153).
Esta cita es preponderante en el análisis del
autoconcepto puesto que plantea dos cuestiones fundamentales. Por una parte nos
confirma la hipótesis de cambio en el autoconcepto, cambio en el comportamiento.
Pero por otra nos cuestiona, ¿a que cambio se refiere? Algo que no se había
tomado en cuenta, hasta el momento.
Como hemos repetido en varias ocasiones,
originalmente se consideraba que dichos cambios involucraban el comportamiento;
ya que el autoconcepto lo determinaba, al menos en gran medida. Más ahora, al
introducir que los cambios en el autoconcepto, de acuerdo a Marvin Powell
(1981), incluyen modificaciones en las preferencias, los intereses y las
elecciones personales y, acorde con Mancini, Paredes y Corneilson, en la
autoevaluación de un individuo, implica también cambios en conocimiento y los
afectos de un hombre. Además, desde esta perspectiva, al incluir los diversos
aspectos enumerados, al señalar el comportamiento, es referirse a él en su
concepción amplia; puesto que la autovaloración, las preferencias, los
intereses, las elecciones, los afectos, el conocimiento, etcétera, deben ser
considerados como formas específicas del comportamiento. Así, desde este
enfoque, no hay contradicción alguna al señalar que los cambios en el
autoconcepto involucran cambios en el comportamiento, en aquellos aspectos que
incluyen conductas humanas específicas, como las indicadas.
Los aspectos
que pueden alterar la estructuración del autoconcepto, y que además participan
en su configuración, son muy variados, como ya se había señalado. Ellos
incluyen tanto los factores físicos o biológicos, como los psicológicos y los
sociales o culturales.
Desde un punto de vista biologista, Marvin Powell
(1981), proporcionaba una amplia referencia. Así, por ejemplo, señala que la
apariencia física en general interviene en la determinación del autoconcepto.
Entendiéndose por apariencia física, todas aquellas características de este
tipo; incluyendo dentro de estas la proporción corporal, la estatura y los
caracteres sexuales, tanto primarios como secundarios: siendo primordiales las
características sexuales secundarias por ser más evidentes ante los demás, tecétera.
En relación a este factor, también se refiere a los impedimentos de tipo físico
y a las enfermedades, las cuales pueden limitar o normar las capacidades y
potencialidades del hombre. Dándole de tal modo un cariz particular a su
autoconcepción.
Esto retrae sobre el análisis una situación
primordial. No solo los caracteres físicos participan en la modificación o en
la estructuración del autoconcepto; también es fundamental la funcionalidad del
organismo. Al respecto, Marvin Powell (1981), refiere:
“algunos problemas asociados
con la imagen del yo físico, se relacionan con su funcionamiento” (pág. 50)[5].
La inclusión de procesos como el crecimiento y el
desarrollo tanto físico como sexual son primordiales en la determinación del
autoconcepto. Su característica primaria es la inducción de cambios y
transformaciones físicas y corporales, desde el enfoque biologista, que a su
vez provocaran variaciones en el autoconcepto.
La siguiente cita de Marvin Powell, apoya lo
anterior y, simultáneamente, perite deslindar
una característica más del autoconcepto:
“es característico de todos
los seres humanos una imagen de su yo físico. Durante la mayor parte del ciclo
vital esta se modifica con lentitud porque los cambios en el cuerpo son
relativamente imperceptibles y pueden pasar desapercibidos” (pág. 59)[6].
Se puede afirmar, hipotéticamente, que el
autoconcepto no es de modo alguno estático: es en realidad cambiante, al igual
que el crecimiento no es un fenómeno inmóvil. Es crecimiento es un proceso
continuo que va del desarrollo inicial con la concepción del organismo, hast su
declinación total.
De igual manera, que en el crecimiento, el
autoconcepto posee una movilidad que implica su constante cambio; acorde con
los cambios físicos que el organismo experimenta a lo largo de la existencia.
Es decir, que ante el constante cambio progresivo del ser humano, durante su
evolución ontogenética, el mismo, asimila tales modificaciones que influirán en
la conformación de su imagen, tan solo corporal, de su yo[7].
En realidad, solo es posible considerar el
desarrollo y, del mismo modo, el autoconcepto, como estático, en la etapa
adulta del desarrollo; sobre esto Marvin Powell (1981) indica:
“con demasiada frecuencia el
adulto ha llegado a un estado en el que los cambios físicos son imperceptibles
y cuya imagen de su yo físico ha llegado a ser razonablemente realista…” (pág.
58)[8].
Más esta situación solo es real si consideramos, que
tal inmovilidad es consecuente de la intervención de la razón, quizás de los
mecanismos de defensivos, según los psicoanalistas, sobre los cambios. Pero no
hay que olvidar, que tan solo Freud señalaba por un lado que el cuerpo es
perecedero al referir:
“El
sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo que, condenado a
la decadencia y aniquilación…” (pág. )[9].
Lo cual implica que el desarrollo evolutivo es
continuo y progresivo, sin detener su curso nunca. Además, así mismo debe ser
conceptuado el autoconcepto, como una entidad en constante modificación, auque
en ciertos momentos de la vida parezca no serlo. Por otro lado, atendiendo a lo
imperceptible que puedan ser dichas variaciones, debe tenerse presente que
innumerables fenómenos, que ocurren en el hombre, no son susceptibles de ser
conscientes directamente; sin embargo, a
pesar de ello, influyen en la estructuración de la imagen de sí mismo de una
persona, sobre todo cuando la continuidad de dichas alteraciones alcanzan un
nivel de intensidad, de estímulo, para afectar directamente la psíque del
hombre, su consciencia, y sí, influir en la configuración del autoconcepto.
Si hasta el momento se ha concluido que hay una
relación muy estrecha entre lo físico y el crecimiento o desarrollo, y el
autoconcepto, es primordial considerar el siguiente comentario de Marvin Powell
(1981):
“El patrón de crecimiento de
cada niño es único…” (pág. 40)[10].
Esto también nos permitirá hipotetizar, que el
autoconcepto es igualmente único.
Reforzando tal concepción, del autoconcepto único,
partiremos de la aceptación del siguiente argumento, del mismo autor:
“la imagen física del adolescente
se basa en gran medida en las normas culturales y particularmente en la
interpretación de estas normas aceptadas como normal por el grupo de iguales”
(pág. 58)[11].
En este caso, es vital reconsiderar, primeramente,
la interpretación; que aunque matizada por aspectos sociales, culturales e
ideológicos, que crean criterios similares entre los individuos, también
involucran otros[12].
En conclusión, puede establecerse que de momento han
sido introducidos los aspectos más fundamentales, que intervienen en la
configuración del autoconcepto: el factor social, cultural e ideológico, el
biológico y el psicológico. Reafirmando el factor psicológico, Marvin Powell
(1981) señalaba:
“Aunque tales
características (físicas) pueden no ser fuentes de desórdenes físicos, a menudo
si son base de de problemas psicológicos, relacionados con el concepto del yo
físico del individuo” (pág. 50)[13].
Intrínsecamente, en dicha cita, se señala la
importancia del factor físico y psicológico del autoconcepto. Pero,
trascendiendo la misma referencia de Marvin Powell (1981), no debe separase del
factor biológico y psicológico, el social, que involucra la ideología y la
cultura de un grupo social. Debe, en resumen, ser considerada la determinación
del autoconcepto desde el punto de vista biopsicosocial; en el cual, los tres
factores son fundamentales no solo para su estructuración sino, también para su
definición. Conciliándose, a la vez, esto con la postura teórica,
biopsicosocial, de Marvin Powell (1981).
Ampliando sobre el aspecto social, la consideración
de la familia es vital. Así, las investigaciones de Shonteld (1966),
recopiladas por Marvin Powell (1981) nos dan cierta luz sobre la importancia
del grupo familiar[14] en la estructuración del
autoconcepto, a partir de la preocupación del mismo grupo, sobre la imagen
corporal de sus miembros; lo cual moldeara la conducta y la personalidad de
cada uno de los integrantes de la familia. Al respecto refiere en una de las
conclusiones de sus estudios:
“las familias que explotaban
la importancia de las funciones y apariencia del cuerpo, causaron una
sobrevaloración y una predilección por el cuerpo bello. Si el joven tenía algún
defecto físico y la actitud de la familia era de apoyo, había una buena
posibilidad de un desarrollo compensatorio exitoso, sin desórdenes de
personalidad” (pág. 61)[15].
Como podrá notarse, el sistema de valores y las
normas aceptadas por el núcleo familiar son vitales para la determinación de un
autoconcepto, con sus características muy particulares. En un comentario
posterior, el mismo Shonteld, remarca la interdependencia de ambos aspectos, el
autoconcepto y la familia, al indicar:
“a través de una evaluación
de la imagen corporal del adolescente, se puede desarrollar un mejor
entendimiento de la dinámica familiar, en relación con el desorden de conducta
existente” (pág. )[16].
Más concretamente, Ackerman (1978) nos puntualiza la
influencia del medio, en el cual el hombre vive y se desarrolla. Sobre esta
situación señala:
“El adolescente muestra una
extraordinaria sensibilidad en las relaciones con su concepto de sí mismo.
Reacciona con respuestas inmediatas a los que piensa de sí mismo o a lo que
piensan de él. Dado que su imagen de sí se halla en estado de fluctuación, es
especialmente vulnerable a los juicios de los otros” (pág. 270)[17].
Aunque el autor se refiere específicamente al
adolescente esto puede extrapolarse a otras edades y etapas del desarrollo sin
contradicción.
Aunque ya nos hemos referido a los factores de tipo
biológicos, psicológico y social, como modificadores y conformadores del
autoconcepto, retomaremos el segundo desde una perspectiva diferente, la
emoción del hombre; la cual es fundamental en la determinación del
autoconcepto.
Al respecto, William H. Fitts (1965), nos indicaba
que de acuerdo a como este individuo se sienta será la forma en que se
autoconceptue. Del mismo modo, Linda J. Beckman (1978), en su investigación con
la autoestima de la mujer alcohólica, concluye que la autoestima de una
paciente esta inversamente relacionada con el consumo de alcohol. Según ella,
ante la presencia de una sensación de inutilidad y preocupación por la
inadecuación e ineptitud acerca de la realización de aquello que implica su rol
de mujer, en las pacientes alcohólicas, es más probable que esta abuse del
consumo de bebidas alcohólicas. Considera, la autora, que la conducta, abuso de
alcohol, de la mujer alcohólica esta, en cierto grado, determinada por el nivel
de autoestima presente. Y además plantea que la elevación del nivel de
autoestima está en función de la atenuación de la afectividad negativa[18] de la paciente.
Extrapolando los hallazgos teóricos de Linda J.
Beckman (1978), puede concluirse que la autoconcepción del hombre influye en su
manifestación emotiva y, simultáneamente, su comportamiento e inversamente. Es
decir, que ante determinados estados de ánimo, que involucran el concepto de
autoestima, o conducta, se manifiesta un autoconcepto característico o, bien,
es modificado por ellos, dándole un cariz particular.
En conclusión, la investigación del término nos ha
aclarado que en su estructuración intervienen factores de tipo bilógico,
psicológico y social.
Además, es factible afirmar, hipotéticamente, que el
autoconcepto es una entidad cuantificable, mediante test psicológicos,
observable y modificable. Siendo atribuible a él, el ser cambiante, en
constante movimiento, lo que varía su conformación; con una configuración única
en cada sujeto. Y por último es importante mencionar que la razón y la emoción
de una persona son básicos en la estructuración de la imagen que de ´si mismo
tenga un individuo.
Antes de proseguir el análisis, es conveniente
considerar una característica más del autoconcepto. Contenida en la siguiente
cita de Marvin Powell (1981):
“El concepto del yo es una
dinámica organizada y organizadora dentro de la estructura de la personalidad”
(pág. 153)[19].
Procedamos a su desglosamiento. Considerar esta
referencia es fundamental en el análisis del autoconcepto, pues además de
proporcionar una característica del autoconcepto, profundiza más en él. De tal modo,
las implicaciones de la cita son enormes.
Por un lado, al referirse a una “dinámica
organizada”, reafirma nuestra consideración del autoconcepto como una entidad. Es
decir, que el autoconcepto es una entidad organizada, ordenada, a partir de su
estrecha interrelación de las partes que la componen; no siendo de ninguna
manera, solo una suma de partes, sino la interdependencia e interrelación dinámica de estas. Al delimitar que es “una
dinámica dentro” de la estructura de la personalidad, nos puntualiza que no se
trata de la totalidad. En términos generales, es solo una parte integradora de
la unidad total que es el hombre. Siendo a la vez unidad con caracteres propios
y diferente de otras unidades, partes integrantes del ser humano.. Desde esta
perspectiva, el autoconcepto debe considerarse como una subunidad dentro de una
unidad; es parte de esta pero no es tampoco la totalidad.
Es también fundamental, la consideración del
concepto del yo, no solo como una dinámica organizada, a partir de diversos
aspectos que la integran, a través de su estrecha interrelación e
interdependencia, sino como una “dinámica organizadora”.
El enfoque de esto se orienta hacia el hecho de que
el autoconcepto influye en la determinación del comportamiento y a la vez, en
cierto modo, este participa en la configuración de la totalidad del hombre;
dándole un orden, una organización, un sentido y una configuración a la
manifestación conductual humana y, en cierto grado, también a la constitución
de la totalidad que es el hombre.
Ahora bien, tomando como punto de partida la
referencia de Marvin Powell (1981), ya señalada, quizás en ella se contendrá la
principal objeción para su empleo en nuestro análisis. En realidad, el autor se
refiere al concepto del yo y no al autoconcepto.
Sin embargo, continuando la recopilación y el
análisis de información sobre el tema que nos ocupa, es posible observar que
con gran frecuencia el término del autoconcepto es asociado o empleado como
sinónimo con otros conceptos. Los términos más comúnmente conocidos son:
concepto del yo (Marvil Powell, 1981), autodescripción, autorrepresentación,
autoimagen o imagen de sí mismo (Nathan Ackerman, 1978; Solomo, 1982),
autoestimación (Linda J. Beckman, 1978), autorretrato, etcétera. Todos ellos nos refieren al autoconcepto, en diversos
términos mediante los cuales una persona habla de sí mismo y de como se
conceptúa y considera a sí mismo. Analizando detenidamente la palabras
mencionadas es observable que todos son términos compuestos, cuyo parte común
es el prefijo auto-; lo cual se utiliza para hacer referencia a sí mismo. En el
término del concepto del yo, se hace relación a la idea o pensamiento que una
persona tiene sobre su yo. Siendo el término a que nos referimos compuesto, la
opción para continuar la revisión teórica del autoconcepto, es la
descomposición del mismo en sus partes integrantes: auto y concepto.
“Auto: (del gr. Autos,
mismo). Voz que se usa como prefijo con la significación de mismo, por uno
mismo: autorretrato” (pàg. 176)[20].
“Concepto: (del latín
conceptus-cf. Cumm y cápere). M. Idea o pensamiento de un ser u objeto, sea
este real o no. Idea que concibe o forma el entendimiento. Pensamiento
expresado con palabras. Sentencia, agudeza, dicho ingenioso. Opinión, juicio.
Crédito en que se tiene a una persona o cosa” (pág. 36)[21].
Partiendo de las definiciones de diccionario, la
primer indicación que se obtiene, es que el autoconcepto debe ser
necesariamente, la configuración de un pensamiento o idea, en relación a los
que el mismo hombre es. Implicando esto la valoración que hace de sí mismo una
persona. Es decir, involucra la percepción, el enjuiciamiento de lo percibido,
a través de la razón, el reconocimiento, la aceptación, como algo propio de sí
mismo y la apreciación, que un individuo hace de los atributos que posee y que
lo caracterizan; mediante lo cual estructura una idea o concepto de los que es
como persona.
Si se retoman aquellas palabras compuestas que
suelen ampliarse asociadamente, o como sinónimos del autoconcepto, es posible
ampliar, más aún, la definición del mismo.
El deslindamiento inicial, habría que agregar que la
conformación de dicha idea o pensamiento, de uno mismo, se refiere a la
concepción y consideración de las características, habilidades, aptitudes,
etcétera, que posibilitan la descripción propia del individuo como un ser.
Involucrando para ello, procesos como la sensopercepción, el entendimiento y el
juicio, que permitirán la integración de una imagen de lo que el sujeto cree
ser o lo que desearía ser.
Considerar que el autoconcepto puede estructurarse
en base a lo que el hombre cree ser o a lo que desearía ser, nos muestra otro
carácter del mismo. Esto puede ser real
o no. Es decir, que el autoconcepto no es necesariamente algo objetivo que
coincida con la realidad. Pudiendo ser dispar con ella. En realidad, la configuración del
autoconcepto, al menos así lo creemos, parte de lo concreto y objetivo, pero
posee un factor subjetivo, de gran importancia, en su estructuración.
Para mayor comprensión de lo anterior, debe tomarse
en cuenta que la configuración del yo parte de dos puntos de referencia, los
cuales según William H. Fitts son: el marco referencial externo y el marco
referencial interno. Sobre estos dos
aspectos ya nos hemos referido con anterioridad, pero es conveniente ampliar
más en ellos, puesto que proporcionarán una visión más amplia y completa sobre
el autoconcepto, su delimitación y su estructuración.
Continuando esta revisión teórica, respecto del
autoconcepto, analizaremos ambos marcos referenciales. El marco referencial
eterno incluye el medio ambiente, la sociedad, la cultura, la ideología, la
religión y los individuos con quien el sujeto convive; factores que son capaces
de influir sobre este, dándole una connotación particular a su autoconcepción.
Son estos factores los que moldearan y proporcionaran los modelos de los
atributos físicos y personales, como habilidades, capacidades y aptitudes, que
son valorados y aceptados por un grupo social específico y que serán emplados
en la estructuración de la idea, pensamiento o concepto que una persona tendrá
de sí mismo.
Sin embargo, el mismo William H. Fitts, introduce el
marco referencial interno, como factor importante en la determinación del
autoconcepto. Esto se refiere a la identidad, que involucra lo que soy; la
aceptación o satisfacción , respecto de lo que soy; y el conductual, que se
relaciona con lo que hago. Todo esto, es un contexto de un sentimiento de
felicidad sobre como creo que me ven los demás[22].
La importancia de este marco referencial interno, es
que atañe a los tres procesos fundamentales del ser humano: el pensamiento, la
emotividad y el comportamiento; los cuales son parte integrante del ser humano,
y que idealmente deben funcionar en completa armonía. Dicha armonía será la que
determinará la realidad, o no, del autoconcepto de una persona. Esta, no indica
la veracidad del yo físico, del yo social, del yo personal, del yo familiar y
del yo ético-moral, como los nombra William H. Fitts.
Hablar aquí de un yo, de cierto tipo, nos puntualiza
dos aspectos: Por un lado, que el autoconcepto es parte integrante de una
totalidad, siendo ésta el Yo. Esto introduce que el concepto del Yo es
importante considerarlo para comprender el término del autoconcepto, que no
representa por sí solo la totalidad que es el hombre. Además, nos muestra una
característica más de autoconcepto; esto puede ser concebido, el
autoconcepto, como una unidad conformada
por partes, que se encuentran en ìntima y estrecha interrelación e
interdependencia dinámica; no siendo una simple reunión de partes. Estando cada
una de ellas en relación con los tres aspectos del marco referencial interno:
la identidad, la aceptación o satisfacción y el comportamiento.
Freud señalaba:
“En condiciones normales,
nada nos parece más seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad,
de nuestro propio yo” (Pág. 3018)[23].
Esto nos refiere a que la descripción de la idea o
pensamiento que un individuo haga de sí mismo, esta en estrecha relación a la
demarcación de los límites y características propias de su yo.
Posteriormente, el mismo autor agrega:
“…por lo menos hacia el
exterior, el yo parece mantener sus límites claros y precisos… el yo se
continúa hacia adentro, sin límites precisos” (pág. 3018)[24].
Pero ¿de qué depende el establecimiento de los
rasgos y límites del yo? Para contestar
esta pregunta, es conveniente retomar el comentario de Beta, sobre la conciencia:
“La conciencia es una
superestructura psicológica, límite entre las manifestaciones psicosomáticas,
que en ella se reflejan a través de las elaboraciones psíquicas, y el yo que,
por su conducto, adquiere el conocimiento de sí mismo y es informado de cuanto
acontece fuera de él” (pág. 165)[25].
Aunque esta referencia se enfoca hacia la conciencia,
también es de utilidad para el tema que nos ocupa.
Esta nos demuestra la interdependencia de las
diferentes estructuras del ser humano. Además, nos indica que tanto la
influencia de aspectos internos del hombre, “manifestaciones psicosomáticas”, como
la acción del mundo en el que el individuo vive y se desarrolla, conforma los
límites y características particulares del yo. Es decir, proporciona la
configuración del autoconcepto.
Sin embargo, es de vital importancia reconsiderar
que la interdependencia, en el ser humano, como individuo, no es solo en cuanto
a sus diferentes estructuras, sino también en relación a sus diferentes
funciones; mismas que como se decía, están entrelazadas, integrándose de tal
modo el funcionamiento del sujeto como totalidad.
De este modo, en la cita anterior, puede notarse la
referencia que hace del hecho de que la conciencia es un medio a través del
cual, una persona, obtendrá conocimiento de ´si mismo. Pero tomar esto
literalmente, es caer en un reduccionismo absurdo, puesto que el hombre es una
complejidad estructural y funcional. Son múltiples las funciones que permitirán
integrar tal autoconocimiento. Hay que recordar, que tan solo para que el
hombre sea capaz de ser consciente, se requiere de la intervención de la
sensopercepción y la atención, por no señalar otras más.
Pero especificando, más claramente, Fiorini (1980),
señalaba a que funciones nos referimos, las cuales permitirán llegar al
conocimiento de sí mismo; y por lo tanto a la estructuración del autoconcepto.
Las principales que intervienen son agrupadas, por él, bajo el rubro de
funciones yoicas básicas; mismas que incluyen: percepción[26], atención, memoria,
pensamiento, anticipación, exploración, ejecución, control y coordinación de
actos. Siendo la orientación de estas hacia el mundo externo, que incluirían a
los “otros” y a aspectos de sí mismo. El otro tipo de funciones yoicas son
aquellas reconocidas como funciones yoidas de defensa, que corresponden a los
mecanismos de defensa, señalados por diversos autores como Sigmund Freud
(1925), Hector J. Fiorini (1980), Ana Freud (1981), etcétera.
Estas funciones son fundamentales para la
configuración del autoconcepto, porque, para que el hombre obtenga conocimiento
de sí mismo, debe ser capaz de ser consciente de sí mismo y de lo que lo rodea.
Entendiéndose dicha conciencia, no solo en un sentido estricto, sincrónico,
según Henry Ey (1981), sino también en un sentido amplio, diacrónico, según
Henry Ey (1981), en el cual se considera que los estímulos captados y retenidos
en el campo de la conciencia, se estructuran en base a la experiencia vivida
organizada y reconocida previa del sujeto, en su desarrollo histórico y
evolución ontológica, dentro de la cual ha conformado un sistema de valores
individuales y se ha constituido su historia y persona. Siendo vital tanto la
presentificación de una experiencia vivida organizada y reconocida actual como
previa, es decir, sincrónica y diacrónica, en la configuración de un
autoconcepto individual y particular[27].
Así mismo, desde esta perspectiva, es posible
plantear la existencia, al menos hipotética, de un autoconcepto, en el hombre,
que influye su comportamiento. Siendo esto factible tanto para la captación y
retención, en el campo de la conciencia, de los estímulos sincrónicos y
diacrónicos que afectan el sensorio del hombre, excitándolo, y que no pierdan,
su conocimiento, sino que es almacenado en las huellas mnémicas del
preconciente, como las denominabas Freud (1923)[28], o en los engramas, de la
memoria, como las llaman otros autores. En fin, poco interés tiene en este
momento donde y como se almacenaría. Lo fundamental, es que al considerar la
permanencia de la estimulación o información que llega a la conciencia, y que
propicia el conocimiento de sí mismo a un individuo y de lo que lo rodea, es
que desde este enfoque se puede pensar en la conformación de una autoconcepción
individual, que moldeará una conducta determinada, en una persona dada.
Retomar la exploración, función básica del yo según
Fiorini (1980) es primordial por la concepción que Freud hace sobre su
intervención en la estructuración del autoconcepto del hombre. Al respecto
señala:
“El lactante aún no
discierne su Yo de un mundo exterior, como fuente de las sensaciones, que le
llegan. Gradualmente lo aprende por influencia de diversos estímulos. Sin duda,
ha de causarle la más profunda impresión el hecho de que a algunas de las
fuentes de excitación –que más tarde reconocerá como los órganos de su cuerpo
sean susceptibles de provocarle sensaciones en cualquier momento, mientras que
otros se le sustraen temporalmente…” (pág. 3019)[29].
Además de señalar la intervención de dicha función,
en la autoconcepción, nos muestra, hipotéticamente, que la formación del
autoconcepto se inicia desde el nacimiento e incluso, antes; así mismo, refiere
que este no es estático, sino que esta en constante, aunque a veces
imperceptible, evolución y transformación. De este modo Freud decía al
respecto:
“…este
sentido yoico del adulto no puede haber sido el mismo desde el principio, sino
que debe haber sufrido una evolución” (pág. 3019)[30].
De igual manera, que hasta el momento, se podría
continuar señalando como la participación de múltiples funciones intervienen en
el establecimiento del autoconcepto; sin embargo, es de mayor relevancia el
tercer tipo de funciones que Fiorini (1980) adjudicaba al yo.
Solo en apariencia no se ha tratado este punto, ya
que a través del escrito, queda implícitamente establecida la integridad del
hombre. Específicamente, respecto al autoconcepto, se había nominado a éste,
como una totalidad integrada de partes que se interrelacionan estrecha y
dinámicamente; no siendo de esta manera el autoconcepto una simple conjunción
de pates, sino una integridad estructurada y organizada. Pero simultáneamente,
también se le ha considerado como una subunidad, integrante, mediante su
interdependencia e interrelación con otras subunidades, de la unidad que es el
hombre como totalidad.
En este punto son fundamentales las funciones yoicas
integradoras, sintéticas u organizadoras cuya función es, como dice Fiorini
(1980):
“el
centramiento de la personalidad” (pág. 119)[31].
Su consideración es primordial ya que ello apoya la
concepción del autoconcepto como una unidad; dándole esto su delimitación como
autoconcepto. Sin la intervención de tales funciones, no podríamos asignar a unidad alguna tal nominación. Solo sería
posible indicar una serie de partes heterogéneas que, quizás, se relacionan
entre sí; pero que no conforman una estructura.
En conclusión puede establecerse, que el
autoconcepto no es lo mismo que el Yo, como estructura. El concepto del yo es
un término que designa una estructura mucho más amplia. En tanto, el
autoconcepto es en realidad, así se le puede considerar, una parte del yo
total. Su estructuración parte de tres puntos de vista: el biológico, el
psicológico y el sociológico, sin separarse más que arbitrariamente y con fines
de análisis práctico. E individualmente, debe considerarse que en su configuración intervienen múltiples funciones del
individuo.
Por último, solo cabe señalar la siguiente cita de
Solomón, quien nos refiere la gran importancia del auntoconcepto del hombre,
para sí mismo. Esta es como sigue:
“…los
pacientes tienen a menudo una imagen de sí mismo que creen que debe permanecer
intacta, si es que van a continuar siendo capacitados para enfrentarse a los
problemas de la vida…” (pág. 11)[32].
Implícitamente, en dicha referencia, se
encuentra el fundamento para considerar que la medición, mediante el Tennessee
Self-concept Scale, y los cambios del autoconcepto son de utilidad para
observar los efectos de la fase motivacional de C. A. I. P. A., en la
rehabilitación de alcohólicos.
[1] Mancini, John C.,, Paredes, Alfonso
y Corneilson, Floys Jr. Development of audiovisual technique for the
rehabilitation of alcoholics: A preliminary Report. Quaterly Journal of
estudies on alcohol. 1968. V. 29. Núm. I-A, 84-92 pp.
[2]
Castillo Marrón, Mario y Tena, David. Perfil del autoconcepto en jóvenes
infractores de la Escuela de Orientación para Varones. Tesis Profesional.
México. Facultad de Psicología. U. N. A. M. 1982
[3] O’leary, Michael R. and Chaney,
Edmund F. Self-concept: Effects of Alcoholims, Hospitalization and Treatment. Psychological
report. 1978, núm 42, 651-661 pp.
[4]
Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos).
México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[5]
Idem.
[6]
Idem.
[7]
Sin embargo, adjudicar al autoconcepto su movilidad, cambio constante, desde el
factor biológico exclusivamente, es actuar reduccionistamente sobre esto. En
realidad, la variabilidad del autoconcepto esta determinada biológica,
psicológica y socialmente. Posteriormente se ampliara al respecto.
[8]
Idem.
[9]
Idem.
[10]
Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos).
México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[11]
Idem. Cabe aclarar, que el prescindir arbitrariamente, del análisis de la importancia
de “…las normas aceptadas por el grupo de iguales” (pág 38), no implica la
negación de la participación de este aspecto de la configuración del
autoconcepto. Esto, de momento, solo queda como una introducción del factor
social que involucra la estructuración del autoconcepto; no analizándose esto
más ampliamente ahora, sino más adelante y desde otros puntos de vista que
convergen en él, como desde la familia.
[12]
A pesar de que un grupo social establece, mediante su cultura, formas de
socialización e ideología, cuales son las formas que serán aceptadas como
normales, la gran diversidad de subgrupos que lo conforman poseen características y valores propios, lo
cual marcara ciertas diferencias entre ellos y por lo tanto entre sus miembros.
Así, desde esta perspectiva puede sustentarse que el autoconcepto es único
desde su aspecto físico, psicológico y social, al agregar esto.
[13]
Idem.
[14]
Debe entenderse, según nosotros, por grupo familiar, a todas aquellas personas,
con cierto parentesco o relación que los haga pertenecer a una familia. Así se
incluyen a tíos, abuelos, primos, etcétera. No la restringimos a la familia
nuclear de padres e hijos, sino a la conceptualización en sentido amplio.
[15]
Idem.
[16]
Idem.
[17]
Ackerman, Nathan W. Diagnóstico y tratamiento de la relaciones familiares:
Psicodinámismos de la vida familiar. 6ª Ed. (tr. Prof. Jaime Bernstein). Buenos Aires. Home. 1978. 430pp. (Psicología
de Hoy: Teoría y Métodos de Psicoterapia, Núm. 2).
[18]
Linda J. Beckman (1978), incluye dentro de la afectividad negativa: la
depresión, la ansiedad,el estress excesivo y constante, la tendencia al
aislamiento, la neuroticidad, etcétera.
[19]
Powell, Marvin, Psicología de la Adolescencia. (Tr. Lucha Tercero Vasconcelos).
México. F.C.E. 1981. (Biblioteca de Psicología y Psicoanálisis).
[20]
Diccionario Hispánico universal, Vol. 2. Ed. México W. M. Jackson 19.
[21]
Idem.
[22]
El aspecto subjetivo, que implica el marco referencial interno, está contenido
en esa “creencia de como me ven los demás”. Esto no se relaciona, siendo
diferente, con el como “creen o desean los demás, que, yo, sea”; esto último,
involucra el marco referencial externo y no el marco referencial interno, al
subjetivismo de una persona en su autoconcepciòn
[23]
Freud, Obras completas: El malestar en la cultura. 1929 (1930). 3ª edición.
(tr. Luis López-Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. V. 3
[24]
Idem.
[25]
Beta.
[26]
Aunque Fiorini (1980), solo se refiere a la percepción, es conveniente incluir
la sensación, hablándose de este modo, más que de la percepción, de la
sensopercepción.
[27]
Con respecto a la conceptualización de la conciencia, revisar el capítulo de
conciencia de enfermedad en esta tesis.
[28]
Freud, Sigmund. Obras completas: El Yo y el Ello. (1923. 3ª edición. (Tr. Luis
López. Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. 5ª V. 3.
[29]
Freud, Obras completas: El malestar en la cultura. 1929 (1930). 3ª edición.
(tr. Luis López-Ballesteros y de Torres). Madrid. Biblioteca Nueva. V. 3
[30]
Idem.
[31]
Fiorini, Hector J. Teoría y técnica en psicoterapias. 5ª ed. Buenos Aires.
Nueva Visión. 1980. 219 pp
[32]
Solomón, Philip y Patch, Vernon. Manual de psiquiatría. (Tr. Dr. Armando Soto
R.). México. Manual Moderno. 1972. 416pp