MTRO. PS. ALEJANDRO FABELA ALQUICIRA
I.
ASPECOS TEORICOS.
1.
REVISIÓN DE CONCEPTOS.
A.
CONCIENCIA DE ENFERMEDAD.
Todos los fenómenos
presentes en el mundo del hombre, en un momento determinado, ante la ignorancia
sobre él, se ha planteado como un problema a su entendimiento. Motivando así la
investigación de éste, como un medio para obtener su conocimiento y
comprensión. Para ello ha seguido muy variados caminos.
Más tal objetivo no es solo
para poseer un saber y permanecer impasible ante él. Mediante la explicación se
pretende llegara a su solución y manejo.
Es así como el hombre a
través de su evolución, ha observado, experimentado e investigado los fenómenos
presentes en su mundo. A veces utilizando el conocimiento existente, otras
explorando el saber ignorado.
Uno de los campos explorados
más recientemente es la mente humana, cuyo conocimiento es relativamente nuevo,
a pesar de que ésta da la asignación al hombre como homo-spiens,
diferenciándolo del ser animal.
Ahora el hombre se ha
planteado como problema a sí mismo; investigándose, observándose y
explorándose, en un intento por conocerse.
Más al volver hacia sí
mismo, el hombre no solo busca conocerse y explicarse, sino a esto agrega la
búsqueda de su propio bienestar. Mismo que de hecho ha buscado al pretender
conocer los fenómenos los fenómenos que
se suceden en torno a él.
Como consecuencia de dicha
búsqueda, múltiples opciones han surgido para lograr este objetivo: conocerse y
obtener su propio bienestar (Singer, 1979).
En la búsqueda de su
bienestar, nos referimos específicamente a la pérdida del mismo en la
enfermedad. Por lo que ha elaborado múltiples formas de conceptualizarla y
tratarla. Sin embargo, a pesar de la variedad de estas posturas podrá resumirse
que la finalidad de cualquier técnica o medio terapéutico es aliviar el dolor y
lograr el bienestar del individuo que sufre, sea esto en el campo físico,
psicológico o social. Al respecto Singer (1979)
señala:
“El acrecentamiento del
interés por incrementar el binestar del hombre (como quiera que se le defina) hizo
surgir nuevos métodos de investigación y nuevas conceptualizaciones sobre la
conducta humana”.
Las posturas teórica y las diversas técnicas
terapéuticas que de ellas se derivaron, en el intento de explicar al hombre
mismo y tratar su enfermedad, tiende a dar alternativas y conceptualizaciones
muy particulares.
Más dado que el conocimiento no es estático y ante
la experiencia clínica se da su misma evolución, este desarrollo se transforma
en el cuestionador de conceptos explicativos y técnicas de acción.
Cada enfoque posee sus propios objetivos, hipótesis,
teorías y modo de acción; más la corroboración y el cumplimiento de los mismos
n siempre implica, digámoslo así, el alivio del ser sufriente, la recuperación
de su salud o el equilibrio, sea interno o externo, objetivo fundamental de
toda técnica terapéutica.
En estos casos tenemos que las ciencias
biológicas, que tratan al hombre, logran
comprender su malestar o su enfermedad y propician su recuperación. Pero
también se enfrenta a estados mórbidos para los cuales no encuentra explicación
ni alternativas de tratamiento, sin recurrir a las condiciones etiológicas relacionadas con los aspectos psicodinámicos
de la personalidad. Ahora bien, la consideración de las perturbaciones del
individuo desde su parte psicológica, también se enfrenta a obstáculos
insuperables sin el auxilio de las ciencias biológicas de hombre. También suele
ser frecuente que el padecimiento del sujeto sea recurrente no obstante una
acción de tratamiento eficiente y adecuada en el área biológica y psicológica.
En estas situaciones, la comprensión del paciente y la acción terapéutica se derivan del área que comprende los factores y condiciones en las
que el individuo se desenvuelve y en las que transcurre su vida; sea esta en la
enfermedad o en la salud, en la adaptación o en la inadaptación o en el
equilibrio o en el desequilibrio.
Podemos decir, hasta el momento, lo que queda
implícitamente establecido es que la combinación de los tres factores,
biológico, psicológico y social, nos dan una posibilidad de visualizar,
comprender y entender mejor al hombre mismo; derivándose de este enfoque
técnicas terapéuticas eficaces, para el tratamiento de la enfermedad. Es decir,
que considerar al individuo desde un solo punto de vista, sin interrelacionar
con los otros dos factores, nos da la pérdida de su unidad y la parcialización
de su integridad.
Freud nos dice:
“La masa es un ser
provisionalmente compuesto de elementos heterogéneos soldados por un instante,
exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión a un nuevo
ser que muestra caracteres muy diferentes de las que cada una de tales células
posee” (pág.. 2565)
La importancia de este comentario radica es que el
hombre se conforma por partes, pero sol su integración e interrelación le darán
a dicho nuevo ser su connotación de hombre. Es decir, que no será lo parcial lo
que definirá al individuo sino su totalidad.
Cuando se carece de tal unidad se caería en
considerar solo partes heterogéneas e independientes, dando una visión ilógica.
Incomprensible y contradictoria del sujeto. Esto lo señala claramente Beta
cuando habla de las representaciones oníricas
de la conciencia, en donde menciona:
“Pero tales representaciones
se suceden sin orden lógico por la falta de representación de una idea
directriz que, en el pensamiento formal de la vigilia, establezca orden y
jerarquía entre las mismas” (pág. 176).
Esto
bien puede extrapolarse, sin contradecir, al ser como totalidad, a pesar de que
el solo se refiere a una parte del todo.
La importancia de la funcionalidad interdependiente
de cada subunidad para el adecuado funcionamiento de la unidad, el hombre, se deja entrever en la siguiente cita;
“para que las funciones
mentales puedan conservarse en condiciones óptimas se requiere de la integridad
del organismo” (pág. 176).
O
sea, que en cada parte se dará el eficaz desempeño de la totalidad.
Uno de los aspectos no considerados, aparentemente,
serían respecto al medio que rodea al individuo y en el cual vive y se
desarrolla. Más bien nos hemos referido al aspecto orgánico y mental. Este
último factor queda integrado si observamos la siguiente referencia de Freud:
“La psicología individual se
concreta, ciertamente al hombre aislado e investiga los caminos por los que el
mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy poca
veces y bj determinadas condiciones
excepcionales le es dado prescindir de las relaciones del individuo con
sus semejantes. En la vida anímica individual aparece integrado siempre,
afectivamente, <<el otro>>, como modelo, objeto, auxiliar o
adversario. Y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde
un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente
justificado” (pág. 2563).
En conclusión, se debe considerar al hombre como
cuerpo, mente y sociedad sin separar ninguna de estas áreas de él; ello
posibilitará su mayor conocimiento y comprensión sobre sí mismo y a la vez
permitirá la elaboración de una técnica de terapéutica eficaz y funcional.
La experiencia clínica nos demuestra la importancia
de los tres factores mencionados, biológico, psicológico y social, sin embargo
en relación al tratamiento nos plantea un problema. Un paciente en tratamiento
afirma saber y reconocer la importancia del aspecto físico, psicológico y
social de su enfermedad, pero presenta una sintomatología recurrente. También
son comentarios frecuentes los siguientes: “por qué a mí…”. “cuando me dicen
que soy alcohólico me siento mal, molesto, como si me señalaran”. O bien
repetidamente se observa una actitud completamente pasiva del paciente ante su
rehabilitación, a pesar de reconocer su problemática y los medios para
tratarla.
Quizás aquí es importante retomar un comentario de
Freud, a propósito de la negación;
“El contenido de una imagen
o pensamiento reprimido pueden, pues, abrirse paso hasta la conciencia, bajo la
condición de ser negados. La negación es una forma de percatación de lo
reprimido: en realidad supone ya el alzamiento de la represión, aunque no,
desde luego, una aceptación de lo reprimido” (pág. 2884).
Lo
fundamental de esta cita radica en la diferenciación que se hace entre el reconocimiento y la
aceptación, pongámoslo en nuestros términos y no en los psicoanalíticos, de la
problemática del sujeto o de su padecimiento.
Singer (1979) y Fiorini (1980), en el desarrollo de
sus conceptualizaciones sobre
psicoterapia nos indican, que para lograr el cambio en un individuo es
necesario sustentarlo en tres niveles integrantes del hombre; su pensamiento,
que implica el reconocimiento; su sentimiento, refiriéndose a la aceptación
emotiva; y su experiencia, equivalente al comportamiento o a la acción
específica encaminada al cambio.
Tal cambio, para ambos autores, será más
consistente, seguro y perdurable si se fomenta en los tres niveles que son los
procesos que forman parte de la unidad que es el ser humano; los cuales nunca
deen ser separados por ello; cuando esta se efectúa, con objeto de estudio, se
hace de forma arbitraria.
Si se plantea hasta el momento, que el cambio
integral del sujeto, tanto en sus aspectos biopsicosociales como en los niveles
de pensamiento, emoción y comportamiento, es el medio a través del cual
obtendrá “el alivio a su dolor” o se acercará a la salud, cabe preguntar: ¿Cómo
y por Qué un individuo cambiará y aceptará un tratamiento que lo induzca a él?
Al respecto, diversos autores, como Singer (1979), Fiorini (1980), Frida Fromm-Reichmann (1980) y otros, plantean,
explicita e implícitamente, en el desarrollo de sus conceptos sobre
psicoterapia, que para lograr un cambio en el paciente es necesario la
presencia de la conciencia de enfermedad en este; esto se establece
principalmente, en lo referente la
primera entrevista.
Sobre esto Singer (1979) señala:
“Una persona solo podrá
darse cuenta de que una experiencia es perturbadora, es previamente, aún cuando
fuera hace mucho tiempo, ha tenido la experiencia de hallarse libre de esa
experiencia perturbadora y en tanto que esté en condiciones de comparar las
variadas manifestaciones de su propia experiencia personal” (pág. 23).
En otra cita, este mismo autor refiere:
“Durante las entrevistas
iniciales se lleva acabo la educación del paciente para su colaboración
psicoterapéutica. Una cuidadosa investigación por parte del terapeuta muestra
al paciente el camino hacia una penosa investigación. Por tanto, sus primeros
contactos ofrecen a los principiantes la oportunidad de investigar qué motivó
al pacienta a buscar ayuda terapéutica” (pág. 23).
Sobre esta cuestión, Fiorini (1980) va más lejos, el
plantea que la conciencia de enfermedad además de ser fundamental para el
inicio del tratamiento, es un medio que permitirá la elección de la estrategia
terapéutica para el paciente y, además,
será un valioso auxiliar para determinar el pronóstico de este.
Pero no son los únicos que señalan que la conciencia
de enfermedad es básica en la rehabilitación del paciente. Así, en el primer
paso de los grupos de autoayuda, de alcohólicos Anónimos (A. A.) se lee lo siguiente:
“Pao uno: admitimos que somos
impotentes ante el alcohol y que nuestra vida se había vuelto ingobernable”
Es conveniente considerar que estos grupos,
empíricos y no dirigidos, a través de su historia y experiencia han sido el
mejor medio para ayudar al enfermo alcohólico. Su base, piedra angular, para
lograr su recuperación es el cambio de vida. Fundamentándose su consistencia,
perdurabilidad y eficacia en la aceptción del primer paso.
Además, dentro de los once pasos restante, se encuentra
implicada la importancia de la conciencie de enfermedad desde ls perspectiva
biopsicosocial. También plantea el cambio en los tres niveles del hombre, el
pensamiento, la emotividad y la conducta.
Una vez indicada la importancia que reviste la
conciencia de enfermedad se hace
necesaria su definición. Siendo el primer intento por conceptualizarla, lo
expuesto en la integración del proyecto para la presente investigación;
concibiéndosele como:
“el darse cuenta (el enfermo
alcohólico) de su problemática biopsicosocial” (pág. 2).
Es conveniente señalar aquí, que tal concepción no
es espontánea, sino producto del trabajo en el tratamiento con pacientes
alcohólicos e información sobre el Síndrome de Dependencia al alcohol. Mismo
que se realiza en el Centro ode Atención Integral en Problemas de Alcoholismo
(C. A. I. P. A.), en el Sanatorio Rafael Lavista, S. A.
Más sin embargo, una breve investigación del
concepto solo nos puntualiza su importancia, pero definiéndolo vagamente. Ante
esto, se presenta como alternativa de exploración, para profundizar en el
concepto, la división del término, en sus palabras componentes, conciencia y
enfermedad.
En la definición de diccionario de la conciencia se
específica:
Conciencica: (del latín
conscintia, consciens: que es conciente: cum scienttiae: con conocimiento). F.
propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en
todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. Conocimiento interior del
bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar. Conocimiento exacto y
reflexivo de las cosas. Psic. Se entiende por conciencia: a) el saber o
experiencia que el sujeto tiene de sí mismo y de sus contenidos
(representaciones, imágenes, deseos, sentimientos, etcétera), anterior a la
reflexión cognitiva. Es la llamada autoconciencia o conciencia prerreflexiva.
b) una relación sui generis del yo
con los objetos a los cuales se refiere; por ella el sujeto aprehende o capta
objetos haciéndolos suyos en su modo particular (percepción de una silla,
recuerdo de una melodía, amor hacia una persona, etcétera). Es la llamada
conciencia intencional. C) reflexión que el sujeto hace de su propio yo sobre
los modos particulares de ponerse en relación con los objetos (modos de
percepción, de la imaginación, del pensamiento, etcétera). Es la conciencia
reflexiva.
La conciencia ha sido
entendida de manera diferente a lo largo del tiempo, y una concepción de la
conciencia en sentido psicológico está siempre en relación con una concepción
del mundo y, por consiguiente, también en una teoría del conocimiento. Así, la
psicología atomista y naturalista moldeada sobre las ciencias físicas y
naturales, imperantes en el siglo XIX, consideraba la conciencia, desde el
punto de vista estático, como una sucesión de
de contenidos aislados
reaccionando entre sí mecánicamente por las leyes de la asociación. La conciencia, era en
cierto modo, un espejo que reflejaba la realidad, de manera fiel (realismo
natural) o deformada (realismo crítico).
Algunos autores, por otra parte, apoyándose en la concepción materialista de la
realidad, consideraban a la conciencia
como un simple epifenómeno, un reflejo inútil de la vida orgánica,
específicamente de los mecanismos nerviosos. Esta concepción se encuentra, en
la actualidad, en el conductismo de
Watson y en la reflexología de Pavlov, que son intentos de construir una
psicología prescindiendo de la conciencia. A partir de Brentano (1874), se
asigna a la conciencia, como nota
característica propia, la intencionalidad. La conciencia ya no es un
recipiente estático que se llena con las impresiones que vienen de fuera y que
luego se asocian dando lugar a las percepciones, , imágenes, recuerdos,
pensamientos, sino un modo particular de ponerse en relación con sus objetos,
una actividad que se dirige a algo, que no es ella misma. El objeto, (salvo el
de la conciencia reflexiva, que se toma a sí misma como objeto) es
trascendente, es decir, esta fuera de la conciencia; la de percepción es
percepción de algo, de una silla, de un árbol, etcétera., que están en la
realidad; la imagen es imagen de algo, de un objeto ausente o inexistente, de
un libro que ahora no tengo bajo mis ojos, de un centauro que no existe en la
realidad, etcétera. Caracteres de la conciencia: Subjetividad: toda conciencia
pertenece a un sujeto; dinamismo: la conciencia es una actividad en constante
flujo temporal; estructura: la conciencia es una totalidad organizada y no una
suma de elementos aislados sin conexión real; prospección: la conciencia es siempre
proyección hacia el futuro, es programa y esfuerzo para alcanzar sus
propósitos; intencionalidad: la conciencia es relación sintética con los
objetos a los cuales se refiere. Así considerada, la conciencia es privativa
del hombre, y no un atributo particular, sino un atributo esencial; en última
instancia, se identifica con el hombre mismo” (pág. 6 y 7).
Ahora bien, diversos autores abordan el problema de
la conceptualización de la conciencia desde su particular formación teórica e intentan la definición de
dicho proceso psíquico.
De la investigación psicoanalítica de diversos
procesos y fenómenos psíquicos del hombre, mórbidos o no, Sigmund Freud,
intenta la conceptualización hipotética de los mismos.
En sus concepciones biologista de los procesos psíquicos, Freud, atribuye
hipotéticamente la conciencia al sistema de las neuronas perceptivas (ω) y en relación al
contenido de la conciencia dice:
“Todos los fenómenos de
cualidad y calidad de las sensaciones, percepciones y representaciones
conscientes pueden reducirse a excitaciones cuantitativamente variables de
diversos segmentos de esta masa de vías…” (pág. 212).
Es decir, hipotetiza la probabilidad de reducir en contenido de la conciencia a medidas
físicas; atribuyendo, así mismo, un probable sustrato orgánico a la conciencia.
De igual manera, en base a sus hipótesis
neurológicas, Freud, da a la conciencia
la asignación de un proceso psíquico independiente; una función compleja, que
desempeña su actividad en intima interrelación y simultáneamente con múltiples
procesos psíquicos. Así, al respecto este autor menciona:
“…de tal modo cobramos ánimo
suficiente para admitir que podrá existir un tercer sistema de neuronas
-<<neuronas perceptivas (ω)>>
podría llamárseles-, que serían excitadas juntamente con otras en el curso de
la percepción, pero no en el de la reproducción, y cuyos estados de excitación
darían lugar a las distintas cualidades, o sea, que serían las sensaciones conscientes”
(pág. 222).
Posteriormente, reafirmando la interdependencia de
la conciencia, pr su interrelación con otros procesos psíquicos, agrega en la
nota de pie de página noventa y cuatro:
“…en mi nuevo esquema
inserto las neuronas perceptivas (ω) entre las neuronas perceptivas (ϕ)
y las neuronas mnemónicas (Ψ), de tal modo que las neuronas perceptivas (ϕ) transfieren su cualidad a las
neuronas perceptivas (ω), mientras que las neuronas perceptivas (ω) no
transfieren cualidad ni cantidad a las neuronas mnemónicas (Ψ), sino que meramente excita a las
neuronas perceptivas (ϕ)…” (pág.
18).
Es conveniente remarcar aquí, que tal
interdependencia, si bien da caracteres nuevos al ser o al proceso, como unidad
integrante, no quiere decir que sus partes pierdan sus características propias,
las que las definen y diferencian de las demás, según Freud. Esto lo deja
entrever claramente, el citado autor, al
referirse a la relación de las neuronas perceptivas (ϕ), con las neuronas perceptivas (ω)
y las neuronas mnemónicas (Ψ);
y a su necesidad de diferenciar un sistema de neuronas diferentes de las
perceptivas (ϕ) y
mnemónicas (Ψ) de la
neuronas perceptivas (ω).
Sin embargo, señala la complejidad e
interdependencia funcional de la conciencia y, a la vez, su individuación y
diferenciación como proceso psíquico, es importante no pasar por alto el
siguiente comentario de Freud:
“…el psicoanálisis no ve en
la conciencia la esencia de lo psíquico, sino tan solo una cualidad de lo
psíquico…” (pág. 2701).
Lo
fundamental de esto radica en que la conciencia es básica pero no lo es todo,
como quizás podría considerársele.
Otro aspecto de la conciencia se refiere a los
contenidos que la integran. Al respecto, Freud, nos indica dos aspectos
básicos: Por un lado nos señala que existen múltiples procesos físicos y
psíquicos que ocurren en el hombre sin que sea necesario que haya conciencia de
ellos para que se den. Sobre esto se presenta la siguiente cita:
“…hemos venido tratando de
los procesos psíquicos como algo que bien podría prescribirse de ser conocido
por la conciencia…” (Pág. 221).
Y en otro punto, nos indica la posibilidad de que
los contenidos de la conciencia sean parciales
e incompletos. En relación a ello nos dice:
“…la conciencia no nos daría
información completa ni fidedigna de los procesos neuronales, pues la totalidad
de estos debería ser considerados de primera intención como inconscientes y a
se intuida igual que todos los demás fenómenos naturales…” (pág. 221).
Esto nos
refiere, por un lado, que el campo de la conciencia , donde se dan los
contenidos conscientes de los estímulos, no es absoluto y total; sino que es
más bien reducido y limitado. Es reducido por la ocurrencia de fenómenos
físicos y psíquicos independientemente de la conciencia o con una parcial
conciencia de los mismos.
Ahora bien, de acuerdo la teoría psicoanalítica, la conciencia se
define como una instancia psíquica que permite, al hombre,
la relación con el medio ambiente; siendo lo ue posibilita el conocimiento del
mismo; pero afirmar que es un proceso psíquico que favorece, exclusivamente, la
relación del yo, del individuo, con el mundo exterior y nos proporciona el
conocimiento del mismo sería incompleta. Al dividir las neuronas mnemónicas (Ψ) en dos tipos, en sus hipótesis
neurológicas, Freud, introduce un nuevo carácter de la conciencia, un aspecto
“subjetivo” de la misma. Si se observa la siguiente cita, se obtendrá una mejor
compresnión de lo anterior:
“…pero el sistema de
neuronas mnemónicas (Ψ) también
recibe catexias del interior, de modo que sería admisible dividir las neuronas
mnemónicas (Ψ) en dos
grupos: las neuronas del pallium, que son caracterizadas desde el sistema de
neuronas perceptivas (ϕ), y las
neuronas nucleares, que son caracterizadas desde las vías endógenas de
conducción” (pág. 227).
.la importancia de la cita radica en el hecho de que
considera que el individuo recibe estimulación no solo del mundo exterior, sino
también del mundo interior. Aunque en la cita se hace referencia solamente a
las neuronas mnemónicas (Ψ), puede
extrapolarse sin contradicción a las
neuronas perceptivas (ω). Por tanto, es valido concluir que la conciencia es un
proceso psíquico que posibilita la relación del yo, del hombre, con el mundo
exterior; permitiendo el conocimiento del mismo. Así, puede decirse que la
conciencia establece, a través de ella, la relación con su mundo tanto interno
como externo.
La temporalidad de la conciencia, es un atributo
adjudicado por Freud a esta, lo cual muestra claramente en la siguiente
referencia:
“La
conciencia es un estado meramente transitorio. Una representación
consciente en un momento dado no lo es
ya en el momento ulterior, aunque pueda volver a serlo bajo condiciones fácilmente dadas” (pág. 2702).
El sentido en que debe tomada dicha temporalidad
esta dado implícitamente en la cita; en ella considera que un contenido consciente es transitorio y momentáneo, pero
que en el momento posterior desaparece de la conciencia; aunque no por ello
puede decirse que se pierda puesto que puede regresar a un estado de
conciencia. Ocupándonos exclusivamente de la conciencia, no e de interés, al
menos de momento, profundizar sobre el aspecto de la posibilidad de que un
contenido consciente pueda nuevamente ser consciente después de haber dejado de
serlo.
Por último, respecto a Freud se considera la
acepción de los contenidos de la conciencia, que para el son cualidades y no
cantidades como en el ca
so de las percepciones o contenidos mnémicos, según
sus concepciones biologistas de los procesos psíquicos.
Desde el campo de la neurología, Arnold Aronson también se refiere a la
temática de la conciencia; sin embargo, en cierta manera, se refiere al
sustrato orgánico de esta en forma superficial e indirectamente. Al respecto,
en su hipótesis neurológica, explicativa de dicho proceso, plantea que su
funcionamiento es consecuencia de la intervención de diversos centros
nerviosos; incluyendo dentro de estos parte de los circuitos reticulares,
talámicos, hipotalámicos y corticales,
que cuando están afectados en grado suficiente es posible detectar alteraciones
de la conciencia. Además, considera también a la región reticular e
hipotalámica, como centros nerviosos que posibilitan la conciencia; sobre estas
últimas regiones cerebrales, Aronson hace hincapié en su importancia, ya que
ellos asignan el atributo de “centros nerviosos de la conciencia”, al menos en
mayor magnitud que a otros centros neurológicos, puesto que considera que una
lesión pequeña, en ellos, ocasiona un trastorno profundo de la conciencia. Como
se observará, a pesar de la imprecisión de la información, es un intento, desde
la neurología, por determinar el sustrato orgánico de la conciencia; aunque no
llega a una conclusión específica.
Aronson, Arnold E. afirma que son varios los
mecanismos o funciones las que integran una capacidad de respuesta; que para él
sería sinónimo de capacidad de conciencia. Ahora bien, dicha capacidad de
respuesta también es sinónimo de capacidad de reacción, de un individuo, a la
estimulación proporcionada por el mundo exterior. De este modo, en la capacidad
de reacción se involucra diferentes órganos sensitivos, del hombre, funciones o
procesos. Con sus características particulares que los definen, los cuales
permiten la captación de los estímulos, provenientes del mundo exterior y la
reacción consecuente a ellos. Así, la capacidad de conciencia, podemos
hipotetizarla, de acuerdo a Arnold Aronson, cmo la capacidad de captación de
los estímulos y la reacción ante ellos. Además, establece, dicho autor, que
para el la conciencia es un proceso neurológico que esta interrelaciona con
diversos procesos o funciones neurológicas; conceptualizando, de tal manera, a
la conciencia como un fenómeno neurológico, no independiente ni aislado, sino
interdependiente. Por último, sobre este aspecto, es conveniente retomar la
referencia que Aronson hace de Hughlings Jackson:
“…nunca nadie ha tocado cosa
alguna sin mover los dedos. Nunca nadie vio cosa sin mover los ojos” (pág.
178).
Con
lo cual Aronson nos dice:
“…todas las experiencias se
componen de hilos interdependientes, sensoriales, motores, conceptuales y
emocionales tejidos en un todo…” (pág. 178).
Aunque
no directamente, esta cita del autor mencionado, es fundamental, ya que
mediante ella se patentiza la posición de Arnold Aronson, respecto a procesos y
funcione neurológicas.
Continuando con la conceptualización de Aronson,
Arnold, E., este a su vez denomina la conciencia como:
“…un proceso subjetivo de alertamiento al medio ambiente…”
(pág. 178).
El
aspecto primordial de la cita, radica en la introducción de una
conceptualización subjetivista de la conciencia; atributo adjudicado por el
autor a la misma; cuyo grado de presentación y existencia, solo puede ser
conocido indirectamente, mediante la capacidad de respuesta, del individuo, a
los estímulos que se le presentan.
La psicología,, con sus propios métodos de
investigación, es uno de los campos de la ciencia que más ha orientado sus
esfuerzos a la búsqueda de la comprensión del hombre y, específicamente, de los
fenómenos psíquicos, en él, presentes. Es sin duda, de igual manera, la rama de
la ciencia más prolífica en cuanto al abordaje del problema que plantea la
definición del concepto de la conciencia. Numerosos han sido los autores e
investigadores que han intentado dilucidar este proceso psíquico, deslindando
sus caracteres y tratando de definirla, desde un enfoque psiquiátrico y
semiológico.
En resumen, las consideraciones básicas de de
Freedman y Kaplan sobre la conciencia
incluyen: la aceptación de que la temporalidad es una característica primordial
de la conciencia, entendiéndose por ello como la posibilidad de conocimiento
del mundo interno y externo en forma inmediata y transitoria. Que, a través del
conocimiento que favorece el mundo interno y externo de un individuo, permite,
la conciencia, la interrelación de dicho medio, interno y externo del hombre,
con su estructura yoica. Y por último, introduce como acepción básica, que la
conciencia se refiere a la existencia de una estructura psíquica, cuya función
es la valoración y el enjuiciamiento de la vida del hombre, de acuerdo a las
normas y valores morales y sociales de su mundo social, cultural e ideológico
particular; es decir, supone desde esta perspectiva, un aspecto moralista de la
conciencia. Al respecto señala en una definición de la conciencia, propuesta
por dichos autores:
“Conciencia:
parte de sí mismo, que busca los valores de realización de la persona.
Utilizado a menudo como sinónimo de Super yo” (pág. 832).
Kolb, Lawrence, L., desde su enfoque
psiquiátrico, apoya la postura organista de la conciencia al conceptualizarla
como una función compleja, deriva de la especialización de funciones
inferiores. La observación cuidadosa de esta acepción de la conciencia implica
conocimiento adicional respecto del origen de la conciencia, aunque este, de
momento sea meramente hipotético, pues el autor no profundiza en ello. La
consideración de las funciones inferiores, en el caso del ser humano, puede ser
en un doble sentido: uno ontogenético y uno filogenético. De este modo, la
conciencia es un proceso psíquico; desde la perspectiva ontogenética, una
función psíquica que ha evolucionado a partir de otros procesos mentales más
simples del individuo, no siendo su origen espontáneo, sino producto de la
evolución de los procesos mentales del
hombre. Y, desde el punto de vista filogenético, atribuye a la
conciencia, su génesis, a partir de la evolución de algunas funciones presentes
en los seres vivos inferiores, en la escala filogenética. Sin embargo, es vital
aclarar, que el estado actual de la conciencia, con los rasgos que la definen,
es privativa del hombre; habiendo en otros organismo, una o varias funciones
que podrían asociarse a una conciencia primitiva, pero no por ello, adjudicarle
el nombre de conciencia; son en realidad, estados, procesos o funciones
previas, en la evolución, asociados a la conciencia. La indicación, por otra
parte, de que la conciencia es una función compleja, marca una faceta propia de
este proceso psíquico. Esto refirma y complementa, ampliando nuestro
conocimiento de la conciencia con la siguiente cita:
“…cuando hay una profunda
alteración de la conciencia no es posible la percepción completa. Esto se debe
a la ausencia de los procesos mentales necesarios…” (pág. 197).
Esta
cita, además de apoyar la postura de que la conciencia no es un proceso
psíquico independiente, sino que se interrelaciona con otras funcione
psíquicas; sin por ello perder su independencia y diferenciación que la definiría como un proceso con
características propias; también nos muestra otra característica. Considera a
la conciencia como un proceso psíquico que funciona en complementariedad y
reciprocidad con otros mecanismos mentales.
La denominación, adjudicada por Lawrence Kolb, de la
conciencia, corresponde a la del “sentido de la percepción; la orientación de
este punto se complementa con una referencia de él mismo:
“el proceso sirve para
organizar y usar la experiencia” (pág. 26).
Esto
introduce una nueva faceta de la conciencia; donde est sería una instancia,
proceso o estructura psíquica dinámica. Desde este enfoque no es un simple receptáculo
de estímulos, que reaccionan mecánicamente, bajo un modelo de causa-efecto. Con
tal visión dinamista de la conciencia, se entiende a esta, como algo que da
sentido a la vivencia del individuo.
En su recopilación semiológica de los procesos
psíquicos, Beta realiza un análisis extensivo de la conciencia. Se refiere al
sustrato orgánico, de este proceso, en forma ircunstancial, al respecto señala:
“…impulsados por esa
necesidad la ubicamos en la corteza cerebral…” (pág. 165).
Sin
embargo, el autor no amplia sobre este aspecto, pues prescinde de la
conceptualizaciones concretistas y biologistas de las funciones psíquicas;
optando por enfocar sus esfuerzos a la descripción de las mismas.
La asignación de la conciencia como actividad
psíquica compleja, indicada por Beta, puede analizarse desde diversos puntos.
En primer término se refiere a la conciencia cmo un proceso psíquico que
funciona en íntima interrelación con otros mecanismos psíquicos; esto se efectúa mediante una acción simultanea o
complementaria, de la conciencia con otros procesos psíquicos como la
sensopercepción, la atención, la concentración, la memoria, etcétera. Al
respecto dice:
“…mediante la conciencia,
sus elaboraciones psíquicas y el caudal de sus conocimientos, el hombre logra
una correcta orientación” (pág. 172).
Ampliando
más sobre este punto, puede considerarse que la conciencia es una función
psíquica interdependiente, cuya actividad, individual o conjunta con otros
procesos psíquicos, propicia el desempeño de otros mecanismos psíquicos;
determinando su eficacia o deficiencia funcional. En segundo lugar, la
complejidad de la conciencia, esta sustentada desde el punto de vista de que la
conciencia no es un proceso psíquico espontaneo, sino que es producto y parte
de una totalidad; en relación a esto
Beta refiere:
“…consideramos la conciencia
como la resultante del funcionamiento armónico de la totalidad de la psíque.
Por consiguiente, ella se manifiesta cuando entran en juego los mecanismos
psicológicos y somáticos cuyas actividades determinan la realización del
proceso psíquico” (pág. 164).
Desde
esta perspectiva, Beta, considera la conciencia como un proceso con caracteres
propios pero a la vez como una parte del todo. Es decir, es una función en sí
misma, pero no aislada; su acción depende a su vez, del funcionamiento de otros
procesos psíquicos.
Por último, en relación a la complejidad e
interdependencia de la conciencia es fundamental retomar una cita de Beta:
“En realidad ambos son
inseparables, desde el momento en que el individuo solo puede orientarse cuando
su conciencia se mantiene en perfecta lucidez” (pág. 174).
La definición de conciencia, elaborada por Beta, es
básica, pues patentiza la postura y la concepción teórica del autor. Esta es
como sigue:
“La conciencia es una
superestructura psicológico, limite entre las manifestaciones psicosomáticas,
que en ella se reflejan a través de las elaboraciones psíquicas, y el yo que,
por su conducta, adquiere conocimiento de sí mismo y es informado de cuanto
acontece fuera de el” (165).
Dicha definición reafirma la concepción de la
complejidad de la conciencia. Plantea la interdependencia e interrelación desde
la perspectiva estructuralista; es decir, manifiesta el hecho de que la
complejidad de la conciencia es posible considerarla desde el punto de vista de
la conciencia como función y de la conciencia como estructura.. Así, este
autor, afirma que la conciencia es el limite y, además, el enlace entre dos
estructuras; la psicosomática y la estructura yoica. Este punto, nos presenta un nuevo aspecto de la
conciencia, en donde esta es una mediadora entre dos partes de la unidad, que
es el hombre. Obviamente, a su vez, esto implicaría que la conciencia es
básica, pero no es el todo; solo es una parte de la unidad, el hombre.
Retomando la ubicación de la conciencia, asignada
por Beta en su definición, es un hecho innegable que la conciencia es un
proceso o estructura psíquica importante, incluso podría decirse fundamental.
En relación a tal importancia y grado de participación en la integridad del
hombre como unidad, el autor nos refiere:
“la conciencia está íntimamente
fusionada y consustanciada con todo proceso psíquico y con el mismo yo; en ella
se resume la esencia del ser, al punto que cuando se nubla o se extingue se
anula, parcial o totalmente, la personalidad como entidad individual y autónoma.
Ausente la conciencia se pierde la noción del Yo, porque queda imposibilitado
el registro permanente de todos los
aspectos de la existencia. La conciencia identificada con el Yo y con la
esencia misma del ser, es indispensable para la vida psicológica del individuo
y para su manifestación como ente pensante y perfectible” (pág. ).
Volviendo a la definición de conciencia de Beta, al
considerar este, que mediante ella, el yo adquiere conocimiento de sí mismo y
es informado de todo cuanto acontece fuera de él, la delimita como un proceso
psíquico que posibilita la relación del Yo, consigo mismo y con el mundo
externo a él. La interacción que la conciencia permite, al Yo, con el medio
exterior es clara.; sin embargo, al referirse a la misma, respecto a sí mismo
presenta cierta confusión. Sin embargo, observando la siguiente cita, es
posible tener una diferenciación de los
aspectos que involucra tal interacción; al respecto dice:
“…por la conciencia y a
través de estas elaboraciones, el espíritu se informa o adquiere conocimiento
de cuanto acontece: a) en el mundo exterior, captado por los aparatos
sensoriales externos, oído, vista, olfato,
gusto y tacto; b) en el mundo interior captado por los aparatos
sensoriales internos, cinestésicos, cinéticos y del equilibrio; c) en el mundo
psíquico, al que pertenece las actividad mentales superiores, raciocinio e
imaginación,
que intervienen en la elaboración del pensamiento cuya captación se efectúa por
la conciencia misma” (pág. 164).
Tal amplitud es aún más reducida cuando se involucra
otras funciones como son la atención y la concentración; sobre esto, el mismo
autor nos dice:
“…la perfecta nítidez solo
puede abarcar un limitado número de objetivos; tres, cuatro o cinco es el
número de elementos que se involucra en un acto de percepción sensorial. Pero,
cuando la atención se concentra el máximo sobre un objetivo determinado de la
zona consciente se reduce más…” (pág. 168).
Mediante
esto, se patentiza que la conciencia no es absoluta sino limitada, por sí misma
y porque a través del procesamiento de la información captada por procesos
anteriores a la conciencia, reduce los contenidos que a ella llegan.
Si consideramos el aspecto de la movilidad de la
conciencia, introducido al referirse a la zona de la consciente, es posible
deslindar un rasgo más de la conciencia; es decir, que según el autor,
considera a la conciencia como un proceso psíquico dinámico, móvil; para él, la
conciencia no es una función inmóvil, estática o inmutable. Al característica,
Beta, la reafirma y precisa al indicar:
“Sabemos que el plano
consciente es de una movilidad rapidísima y que en fracciones reducidas de
tiempo se suceden los estados de conciencia resultantes de esas elaboraciones”
(pág. 167).
Además, en
dicha cita el autor acepta implícitamente la temporalidad de la conciencia como
rasgo característico de ella. El sentido en que debe tomarse la temporalidad,
se plantea al mencionar que la sucesión
de los estados de conciencia es rapidísima y sucede en fracciones de
tiempo reducidas; es decir, que se refiere a la conciencia como algo momentáneo
instantáneo e inmediato.
Por último, en relación a este autor, incluiremos
que al referirse a la conciencia lo hace, siempre, en términos de lucidez y
claridad.
Desde su enfoque psiquiátrico, Henry Ey, efectúa un
amplio análisis de dicho proceso psíquico; siendo uno de los autores más
prolíficos en tratar el problema de la definición de la conciencia.
Según el autor (Henri Ey, 1971) son múltiples los
investigadores teóricos que se han avocado a la explicitación e intentos por definir la conciencia. Sin
embargo,, para él, solo la han negado mediante lo que pretendía ser su
explicación. En su análisis de dichos investigadores ha concluido que los modos
más frecuentes en que la han negado han sido: su consideración como un fenómeno
subjetivo; su concepción como epifénomeno; su acepción reduccionista a una
propiedad o función simple, como es la vigilancia; a través de “inflarla” o “hincharla” que se pierde en la generalidad
de la vida psíquica. Rasgo común que
caracteriza las diferentes formas de negar la conciencia, es que se le
considerar como un fenómeno psíquico inaprensible e imposible de ser captado.
Cuando Henri Ey (1971), realiza un análisis
extensivo y profundo de la conciencia concluye que esta tiene un fundamento, su
génisis, en las actividades basales del ser humano, que son estas su
infraestructura. A las actividades basales a que se refiere son: el acto de despertar
o vigilancia que pone al hombre frente al mundo. El acto que permite la
separación de lo real o lo imaginario mediante la experiencia. Y el acto por el
cual el sujeto dispone de su presencia en el mundo. Más sin embargo, el autor
al conceptualizar de este modo la conciencia, puede decirse que lo hace en
sentido ontogenético. Más el mismo trasciende este enfoque. Intuye y plantea el
origen de la conciencia, como hipótesis, en los seres vivos inferiores; a los
cuales adjudica la posibilidad de la existencia de lo que él llama una
zooconciencia; antecedente de la conciencia del hombre. Es así, como desde este
punto de vista establece, no concretamente, la presencia de una bioconciencia
en los seres vivos inferiores, al hombre, en la escala filogenética. Sobre esto
él menciona:
“Anterior
a la conciencia es la sensibilidad, representada por la capacidad de sensación
del ser vivo que permite una reacción no automática del mismo”.
Ahora bien, el intento de definir la conciencia es
confuso si se apoya solo en la cita anterior. Sin embargo el material que
proporciona, previo un análisis más detallado, es de gran utilidad reconsiderar
que justamente la sensibilidad y la negación de un automatismo reaccional en
esta conciencia primitiva, de la cual nos ocupamos de momento.
La aceptación de tal automatismo reaccional, sería
tanto como aceptar que esta bioconciencia es un simple reflejo o manifestación
automática de ella y por lo tanto de la conciencia del hombre puesto que es su
antecedente. Además, sería consecuente la aceptación de que la bioconciencia
también existe en los vegetales, y no solo en los animales; de tal modo, el
cambio de orientación del girasol, hacia el sol, sería una manifestación de la
sensibilidad y la expresión de la bioconciencia a que nos hemos referido.
Sin embargo, al negar el automatismo reaccional,
exclusivo de la sensibilidad de los animales, da una perspectiva nueva a la
bioconciencia; aunque si bien podría tener una génesis más primitiva en una
actividad refleja, pero no por ello podría llamársele propiamente conciencia.
Sí Henry Ey (1976) niega que la bioconciencia sea
una reacción automática y siendo, para él, la sensibilidad la expresión de esa
bioconciencia cabe preguntar; ¿A que se refiere con esa sensibilidad? En
realidad el autor habla de ella en combinación con una memoria y la
organización de la experiencia que permita la vida de relación de un organismo.
Al agregar esto, Henry Ey (1976), es comprensible para él, que la inconciencia
o conciencia neurobiológica, no se relaciona en ningún momento y con
exclusividad con la sensibilidad. Incluso, desde que niega todo automatismo reaccional,
implícitamente establece que la zooconciencia es compleja; lo cual se habría
reducido y simplificado de aceptar el automatismo reaccional de la
zooconciencia. Del mismo modo, la
introducción de la memoria y la organización de la experiencia es lo que apoya
la negación de la biocociencia en los vegetales, pues además de carecer de
ambos factores, no poseen una vida de relación.
Es convenien señalar aquí, que el autor no esclarece
totalmente este aspecto. En realidad, la adjudicación a los animales de una
zooconciencia o conciencia neurobiológica y el planteamiento de que la
conciencia del hombre surge a partir de ella, es meramente hipotética; es
producto de una comparación analógica, entre el hombre y los animales, por lo
que a esos últimos atribuye una co-conciencia y una vida de relación primitiva,
posible por la existencia de la memoria y una probable capacidad de organizar
su experiencia. Al respecto cita:
“…a los animales superiores
se les adjudica una co-conciencia por sus reacciones similares l hombre;
memoria, aprendizaje, percepción, etcétera”.
Es decir, que hipotetiza que hay ciertas
características, en algunas funciones o procesos de los animales, mediante los
cuales puede adjudicársele el calificativo de ser anteriores,
evolutivamente, s lsd frl hombre; más
tal conclusión solo puede plantearse como posible, ya que no es comprobable
objetivamente y con precisión.
Como conclusión, por lo hasta el momento revisado,
puede establecerse, l menos hipotéticamente, que la conciencia es producto de
un desarrollo tanto filogenético como ontogenético del hombre. No iendo un
fenómeno psíquico que surja espontáneamente, sino que tiene un antecedente
evolutivo desde el punto de vista biologista y organicista; alcanzand su máxima
manifestación en el ser humano.
De este modo puede afirmarse que la conciencia, tal
como se le conceptualiza, si es privativa del hombre: siendo todo aquello que
pueda equiparase o asociarse con la conciecia, en los seres vivos inferiores
filogenéticamente al hombre, un antecedente primitivo de la conciencia, pero
nunca una verdadera conciencia, sino una zooconciencia, una conciencia
neurobiológica o una co-conciencia como la denomina Henry Ey (1971).
Continuando con el análisis de la conciencia,
intentando delimitarla y definirla es fundamental observar la siguiente cita de
Henry Ey:
“La concienciase nos muestra
como una realidad misma de la organización de lo psíquico, en la medida que
constituye la autonomía de la vida de relación, pero debemos preguntarnos cual
es la singularidad de esta organización, sí no queremos entederla abusivamente,
y en la vida de todos los seres vivientes y en toda la vida psíquica de un solo
individuo”.
El análisis detenido de los diversos aspectos
presentados en dicha cit es fundamental, puesto que contiene diferentes
caracteres que definen la conciencia.
El punto centrl de la referencia es en relación a la
“singularidad” que definirá a la conciencia, a la vez que la delimitará como
privativa del hombre, perro impedirá, simultáneamente, su consideración como la
totalidad de la vida psíquica.
Henry ey parece referirse a tl “singularidad”, en
relación a la “vida de relación” y a la organización psíquica, conceptos
introducidos también en la cita. El autor atribuye, al ser capaz de conciencia,
la capacidad de tener una vida de relación. Sin embargo, este concepto
aisladamente no define la conciecia.
Así, aunque atribuye a los animales la posibilidad de tener “vida de relación”,
no por ello les adjudica una conciencia, sino una zooconciencia como la llama,
y que es, para él, una conciencia primitiva, antecedente evolutivo de la
conciencia humana.
De tal modo, la “vida de relación” define a la
conciencia en combinación con el segundo aspecto introducido: la organización
psíquica. Es decir, que la “vida de relación”, parte del psiquismo humano,
organizada, es la “singularidad” que define a este fenómeno psíquico. La
importancia de ambos conceptos en relación a la conciencia, lo manifiesta Henry
Ey en su concepto de la estructuración del ser consciente, en referencia a que
la actualización de la experiencia vivida es una estructura basal de la
conciencia, diciendo:
“La conciencia aparece, en
esta región central del ser ´psíquico, como el campo en el que
se organiza la experiencia”.
Con el objeto de evitar confusión en los términos
expuestos, es necesario aclarar que el autor considera la vida de relación como
parte de la experiencia vivida, la cual constituye la conciencia en base a su
organización. Ahora bien, al referirse a la experiencia vivida organizada,
establece una diferencia fundamental en cuanto a la “vivido”, lo cual implica
un concepto más general sobre la experiencia. Así, el autor nos dice:
“lo vivido es, pues, lo
absoluto de la experiencia, tanto si es percibida como si no lo es”.
En resumen, puede concluirse que la organización de
la experiencia vivida, vida de relación y parte del psiquismo del hombre, es la
singularidad que define la conciencia del hombre; diferenciándola de la
zooconciencia, conciencia primitiva, de los animales y reafirmando la acepción
de que la conciencia tal como se manifiesta en el hombre, es privativa del ser
humano. Pues no hay que olvidar que si bien los animales son capaces de
establecer una vida de relación, como el hombre, estos no la organizan; no
constituyendo de esta manera una conciencia, sino poseyendo solo una parte de
esta¸ ya que carece del atributo fundamental que la define, la organización de
la vida de relación.
Por otra parte, cuando Henry Ey se refiere a la
“singularidad”, que define y diferencia de la conciencia, plantea que es
importante su aclaración para no entender a la conciencia como el total de la
vida psíquica; siendo tan solo parte de la unidad, pero no en el sentido de ser
algo agregado a otras partes para integrar la unidad, sino íntima e indisociablemente
interrelacionada con los demás componentes que conforman al hombre com
totalidad. Dicha afirmación puede constatarse desde diversos aspectos como
son: En primer lugar, atendiendo al
concepto de lo “vivido”, es posible delimitar, que el autor considera que la
conciencia solo es una parte del total psiquismo del hombre, refiriéndose a est
como la experiencia vivida organizada y percibida. Sin embargo, de acuerdo al
concepto de lo “vivido” implica la experiencia que puede estar desorganizada y
no ser percibida. Es decir, acorde con lo expuesto, que la conciencia es solo
una parte del todo psíquico.
Por otra parte, la simple enumeración de los
diversos aspectos que comprenden la semiología de los trastornos de la
conciencia o de la actividad psíquica basal actual, permite la afirmación de
que la conciencia no es la totalidad sino una parte de esta. Así, Henry Ey,
para investigar los trastornos de la conciencia, analiza los siguientes
aspectos:; el orden y la claridad del campo de la conciencia, la memoria, la
orientación temporo-espacial, la afectividad de base, la actividad sintética
elemental y la percepción.
Por último, sobre este punto, de que la concieicna
solo es parte del todo psíquico, Henry Ey lo expresa cando define a la
conciecia diciendo:
“El ser conscientes es
unidad y heterogeneidad”
Sobre la heterogeneidad, el autor, se refiere a la
definición particular de las diferentes estructuras que integran la conciencia;
los cuales implican diversos procesos psíquicos del hombre.
De este modo, la conclusión original obtenida, de
que la organización de la experiencia vivid es la “singularidad” que define a
la conciencia, haciéndola privativa del hombre y diferenciándola como una parte
de toda la vida psíquica, se confirma-
Antes de continuar la línea original del análisis
bibliográfico, que tiene su punto de partida en la cita que plantea la
necesidad de delimitar la “singularidad” que define a la conciencia, es
primordial aclarar algunos conceptos ya introducidos en la revisión teórica previa;
lo cual, además, debe evitar confusiones y contradicciones, posibilitara la
definición de otras rasgos característicos de la conciencia.
Al referirse, Henry Ey, al concepto de los “vivido”
en el sentido de lo percibido y no percibido, necesariamente debe involucrarse
lo que puede ser reconocido y no reconocido por el hombre. Es decir, que lo no
percibido, que tampoco puede ser reconocido, no tendría ninguna relación con el
individuo, ni con lo “vivido”. En otros términos, sería que lo no percibido, de
acuerdo a lo no reconocido, no integra parte de lo “vivido”. Siendo en cambio,
que al considerar lo no percibido, en relación a lo no reconocido implica lo
“vivido”, aunque no lo consciente; lo cual, de esta manera indica ue lo
consciente deb necesariamente ser reconocido, tal como lo indica Henry Ey:
“…pueden ser tomados o
considerados como dependientes o habiendo dependido necesariamente de la
consciencia (los contenidos conscientes) en cuanto son experiencia reconocida
como tal” (pág).
Complementando lo anterior puede señalarse que lo
“vivido” comprende tanto las experiencias reconocidas como las no reconocidas,
siendo ambas experiencia, aunque las últimas no susceptibles de ser
conscientes. Sobre esto el autor nos refiere:
“…pero
incluso inconsciente, los sentimientos forman parte de la experiencia vivida,
ya que aunque no estran en ésta (la experiencia vivida consciente) para
polarizarla, figuran en ella indirecta y simbólicamente” (pág.).
De este modo, con la revisión teórica de lo
percibido y lo no percibido y con la afirmación de Henry Ey de que “…el ser
consciente es conocer la propia experiencia…”, puede concluirse y
complementarse afirmativamente que: la consciencia se constituye por la
organización de la experiencia vivida, reconocida por el individuo.
Implícitamente, al considerar lo “vivido” como
aquello que incluye tanto la experiencia reconocida, consciente, como la no
reconocida, “inconsciente”, se impone como rasgo distintivo que la consciencia
es limitada. Es decir, que su campo no es absoluto, puesto que no todo estímulo
percibido pr un individuo, es susceptible de ser consciente. Son múltiples los
fenómenos psíquicos que ocurren independientemente de la conciencia; estos
suceden pero sin que el ser sea capaz de reconocerlos; aunque no por ello pueda
negarse su existencia. Dicha parcialidad de la consciencia es también
determinada por la capacidad selectiva de los fenómenos psíquicos que involucra
a la consciencia. Es decir, que mediante cierta intención del ser consciente,
se limita la amplitud del campo de la consciencia, limitando el número de
estímulos que pueden ser contenidos en dicho campo. Es esta intención, matizada
de emociones, motivaciones e intereses, la que determina la selección de
aquello capaz de ser consciente. Al respecto, al referirse a la memoria, Henry
Ey nos dice:
“…(la memoria)es una
operación esencialmente selectiva que escoge acordarse de aquello que debe
entrar en la actualidad del campo temático. Se trata pues de una estructura de
conciencia…” (pág.).
Volviendo nuevamente sobre la cuestión, planteada
por Henry Ey, de que la consciencia, según su definición, es unidad y
heterogeneidad, es posible vislumbrar varios rasgos distintivos de la
conciencia.
El primero de ellos surge de la concepción de la conciencia como una heterogeneidad.
Esta acepción, como se ha señalado con anterioridad, establece que la
conciencia es arte de la vida psíquica; pero simultáneamente introduce la conceptualización de que la
conciencia es una complejidad; esto se reafirma cuando Henry Ey dice: “La
conciencia es una complejidad estructural” (pág. ). Refiriéndose por
complejidad estructural a la conjunción e interrelación de diversas
estructuras, procesos o funciones que la integran; mismas que se señalaron cuando se enumeraron los diferentes aspectos
que conforman la semiología de los
trastornos de la conciencia o actividad psíquica basal actual.
Ahora bien, el indicar que la conciencia se constituye
a partir de diversas estructuras, procesos o funciones, es condición
indispensable referirnos las mismas en
términos de una interrelación entre ellos. No es posible concebir que una
unidad, definición propuesta por Henry Ey para la conciencia, se conforme por
la reunión de partes aisladas e independientes entre sí, sean estas llamadas
fenómenos, procesos o funciones.
A la vez que esta interrelación confirma la
conclusión de que la conciencia es una complejidad, establece una
característica más de la conciencia: que esta es un fenómeno psíquico no
aislado ni independiente en un sentido absoluto, sino que es interdependiente.
Dicha interdependencia de la conciencia puede
observarse desde diferentes perspectivas, a las cuales enseguida nos
avocaremos. Henry Ey, al referirse sobre la semiología de los trastornos de la
conciencia o actividad psíquica basal actual dice:
“…es suficiente enumerar los
diversos aspectos de esta semiología para comprender que los trastornos se
imbrincan de manera inexplicable para formar, repitámoslo´, la capa psíquica
fundamental de la organización estructural de la experiencia patológica, que el
enfermo presenta” (pág.89).
Así, a los aspectos que el autor se refiere son : el
orden y claridad del campo de la conciencia, la memoria, la orientación
temporo-espacial, la afectividad de base, la actividad sintética elemental y la
percepción. Con esto, se observará que la conciencia esta en íntima e
inseparable interrelación e interdependencia con diversos procesos o funciones
psíquicas; los cuales constituyen, simultáneamente, la expresión misma de la
conciencia.
Además debe entenderse esta interdependencia de
acuerdo a que la conciencia esta en estrecha relación con otros procesos o
funciones psíquicas; debe considerarse en base a que la conciencia se
interrelaciona con dichos fenómenos psíquicos porque su manifestación es
necesaria para su expresión; siendo de esa manera la conciencia, al menos en
cierta medida producto del eficaz funcionamiento de los otros mecanismos
psíquicos. Sobre esto Henry Ey, nos indica, al mencionar en los aspectos
característicos del ser consciente:
“…el acto perceptivo se constituye en campo
fenoménico, en estructura que nos remite a la estructura matriz de la
conciencia, en cuanto a estructura previa de toda experiencia actual, es decir,
a una arquitectura de lo vivido” (pág.).
Sin embargo, referirnos a la conciencia en base a su
concepción como función es reduccionista e incompleto, sobre todo si aceptamos
que la conciencia es una “complejidad estructural”. Además, el mismo Henry Ey
lo señala:
“…la conciencia no es una
simple función del ser, sino que es su misma organización” (pág. ).
Siendo,
el contenido de la cita, la tesis fundamental de este autor respecto a su
conceptualización de la conciencia. Más, continuando el curso de nuestro
análisis bibliográfico, de momento prescindiremos de profundizar en este punto.
Así desde esta perspectiva estructuralista de la
conciencia, aceptada ya aquí, presenta otro enfoque sobre la interdependencia
de la conciencia. Ahora bien, el mismo Henry Ey, indica, que el ser consciente
implica una organización autónoma; en sus aproximaciones y definiciones del ser
consciente, la concibe como un “medio” y dice:
“…los fenómenos conscientes
no aparecen como tales más que en la condición de constituir un medio, que
interpone, entre la vida vegetativa organismo y el mundo con el que está en
relación, una organización autónoma; siendo este medio, la relación del medio
de la vida psíquica con el medio intramundano…” (pág. ).
En congruencia con la cita, pueden derivarse dos
aspectos fundamentales de ella; por una parte, que la conciencia establece
múltiples relaciones; y en segundo
lugar, que la conciencia esta e relación con otras estructuras, siendo imprescindible,
porque permite la relación entre ellas. Así, Henry Ey, lo señala más
concretamente, al referirse en la estructuración del ser consciente, a las
relaciones del campo de la conciencia y del Yo, que ambos no pueden separase
radicalmente, sin caer en la arbitrariedad, y que ambas, la conciencia y la
personalidad, la estructura del Yo, establecen simultáneamente relaciones de reciprocidad y subordinación.
El autor refiere literalmente:
“Pero… no se podría separar
radicalmente el campo de la conciencia de la trayectoria de la personalidad, el
ser de su inmanencia y el ser trascendente, su modalidad de actualización de su
modalidad de implicación, sin sentirse en la obligación de articular estas dos
formas complementarias del ser consciente… En esta didáctica del ser y del
haber, se descubren las relaciones reciprocidad pero también de subordinación,
entre la conciencia propiamente dicha (es decir, de la organización del campo
de la actualidad de la experiencia vivida) y del Yo (es decir, de la autoconstrucción
de la personalidad en la conciencia de sí mismo)” (pág. ).
En resumen, al referirnos a la complejidad de la
conciencia, se puede afirmar que esta es una característica propia de ella;
fundamentándose tal premisa en el hecho de que no es un fenómeno psíquico
aislado, independiente y espontáneo; sino que está en interrelación, siendo, de
tal modo, concebible como interdependiente con diversas funciones, procesos o
estructuras psíquicas. Es decir, que establece múltiples relaciones
interpsíquicas e intrapsíquicas, siendo estas complementarias o de
subordinación; y posibilitando mediante ellas, que la conciencia sea una
resultante de la interacción de otras funciones y que, simultáneamente,
propicie la interrelación, por su conducto, entre la diferentes estructuras o
medios; por lo cual, también se le nomina, a la conciencia, como un medio. Por
último cae agregar, que la aceptación de la complejidad de la conciencia se
apoya en la multiplicidad de factores que la constituyen como una unidad
indisoluble.
Ahora, considerando conceptos previamente planteados
y revisados como la definición de la conciencia como unidad, a pesar de la
multiplicidad y heterogeneidad de factores que la constituyen, la
interdependencia de dichas partes constitutivas en forma estrecha, íntima
indisoluble y su consideración como la organización de la experiencia vivida y
reconocida, surge la conceptualización de la conciencia como una totalidad.
Esta acepción confiere a la conciencia un cierto estatus de independencia,
aunque está no se refiere a una independencia absoluta; en tal sentido,
absolutista, se consideraría la conciencia como algo aislado, lo cual no es
posible, ya que como con anterioridad se había concluido, la conciencia no es
la totalidad de la vida psíquica, sino solo una parte de ella. Sin embargo, es
inegable que la conciencia posee características que le son propias y que la
diferencian de otros fenómenos psíquicos. De este modo, la conciencia puede ser
descrita como una unidad, pero a la vez como una subunidad, parte integrante de
la totalidad que es el hombre. Así mismo, debe considerarse en una dualidad de
independencia e interdependencia. Siendo definida la conciencia por sí misma
pero siendo necesaria su participación
en la totalidad como requisito de su existencia. Es decir, que la conciencia
por sí sola, aisladamente, no es posible su concepción.
Para la continuación de nuestro análisis, es vital
retomar la cita de Henry Ey, en la cual plantea la necesidad de delimitar la “singularidad”
que define a la conciencia. Dicha referencia contiene, por un lado, el
cuestionamiento de que la conciencia no es toda la vida psíquica y que no puede
ser adjudicada a todo ser vivo. El análisis de dicha “singularidad” fue de gran
importancia porque permitió diferenciar tal concepto y, además, posibilita el
esclarecimiento y deslindamiento de diversos atributos que permiten, al menos
en cierta manera, la definición de la conciencia. Más, no pretendiendo
adelantar una definición continuaremos la revisión teórica, exponiendo la
información disponible.
En la sección restante de la cita original, aún no
sometida a análisis, se dice:
“…la conciencia se nos
muestra como la realidad misma de la organización de lo psíquico, en la medida
que constituye la autonomía de su vida de relación…” (pág.).
El primer aspecto a considerar, en base a la cita,
es la concepción de la conciencia como una organización psíquica; es decir,
como la conformación e integración, de los diversos componentes de una parte
del psiquismo humano; estableciendo un orden y una configuración de su
manifestación fenoménica. Así, desde esta perspectiva, el autor considera a la
conciencia como un agrupamiento Gestalqualitaten, de los diversos aspectos que
la conforman en íntima y estrecha interrelación e interdependencia entre ellos;
se hace, de este modo, referencia a la conciencia como un todo.
Ahora bien, es fundamental considerar que la
descripción de la conciencia, organización psíquica, y el conocimiento y
delimitación de los aspectos que la componen, solo es factible si nos referimos
a ella como algo objetivo; aprehensible a la observación y susceptible de
análisis y estudio mediante la aplicación del método científico de
investigación. Esta acepción de la conciencia es corroborable cuando Henry Ey
la define en sus aproximaciones y definiciones del ser consciente como:
“El ser consciente es
objetivo y se refleja en un modelo de su mundo” (pág.).
Sin
embargo, la comprensión de la conciencia en este contexto es limitada, puesto
que únicamente la considera como una estructura, compuesta de partes que se
interrelacionan en íntima e indisolublemente, para integrarse como unidad.
Más, el mismo autor amplía su concepción de la
objetividad de la conciencia, considerada desde la perspectiva de una
estructura, al referirse a dicha objetividad en relación a la experiencia
vivida de un individuo. De esta manera, el autor refiere:
“…Es sin duda, una
implicación del sujeto (su experiencia vivida), pero es siempre… conciencia de
algo, es decir, invenciblemente atada a las leyes de la objetividad que
constituye” (pág. )
De este modo, Henry Ey (1971), atribuye a la
conciencia, un rasgo distintivo, la objetividad, ya que considera que esta
experiencia vivida reconocida, integradora de la conciencia, como objetiva.
Analizando más detalladamente la información
proporcionada por Henry Ey (1971), en relación a la objetividad de la
conciencia, es evidente que su consideración exclusiva como objetiva, implica
necesariamente una parcialización del conocimiento de este fenómeno psíquico.
Para este autor, la conciencia también es subjetiva, lo cual afirma al citar:
“Nadie puede hacer alusión
de la conciencia –la de sí mismo o la de otros- sin referirse a un vivido, es
decir a una experiencia irrecusable del sujeto que la vive” (pág.).
Delimitando el contexto desde el cual Henry Ey
conceptúa la conciencia como objetiva, tanto desde el punto de vista de la
estructura como en relación a la experiencia de vivida, es necesario retomar el
concepto de organización, como atributo característico de la conciencia, la
cual en cierto modo la define. El enfoque planteado hasta el momento, de la
conciencia como organización, ha sido parcial. Se le ha conceptuado como una
estructura integrada por diversos aspectos, que se organizan, estableciendo un
orden en su configuración y manifestación fenoménica. Sin embargo, el mismo
autor enfoca también la conciencia como una organización en relación a la
experiencia vivida reconocida, la cual es integradora de la conciencia del
hombre. Para él, la experiencia vivida es ordenada y organizada, dando una
expresión a su manifestación, coherente y congruente con el mismo individuo y
con su mundo. Sobre este aspecto el autor dice:
“Es decir, que la conciencia
no puede describirse más que como una estructura compleja, de la organización
misma de la vida de relación que ata al sujeto a los demás y a su mundo” (pág.).
Haciendo un sumario de los últimos hallazgos puede
inferirse que la conciencia es un fenómeno psíquico objetivo y subjetivo
simultáneamente; caracterizado por ser una organización psíquica y una
estructura; que posee un orden tanto en su configuración como en su
manifestación.
La consideración de la negación, analizada con
anterioridad de todo posible automatismo reaccional de la conciencia, al hacer
referencia a la bioconciencia, se puede inferir que la conciencia no es mecánica,
refleja e instintiva. Complementando lo anterior es primordial la siguiente
referencia de Henry Ey, que dice:
“…hablar de estructura es
hablar de una organización dinámica” (pág. ).
Así, desde este enfoque, es posible conceptuar a la
conciencia como una organización dinámica, en constante movimiento y cambio;
negando que esta sea inmóvil, estática e inmutable. Henry Ey se refiere con
claridad sobre este punto cuando indica, en sus aproximaciones y definiciones
del ser consciente, en relación a que el ser consciente implica una
organización autónoma:
“…de tal manera que este
medio no es ni de adentro ni más generalmente del espacio: está en
movimiento(dinamismo, intencionalidad, voluntad, etcétera) que envuelve la
objetividad del mundo en la representación del sujeto” (pág. ).
En forma agregada puede decirse que tal dinamismo
involucra tanto la faceta objetiva como subjetiva de la conciencia.
Una vez deslindado y aclarado diversos aspectos
propios de la conciencia, derivados del análisis de la concepción organizativa
de ésta, se procederá al análisis de la última parte de la cita, que hace
alusión a la necesidad de diferenciar la “singularidad” de la conciencia, que
permite definirla como privativa del hombre y parte de su psiquismo. En este
último fragmento, al referirse a que la conciencia es la organización de lo
psíquico, dice a la letra:
“…en la medida que
constituye la autonomía de su vida de relación” (pág. ).
Ahora bien, debido a la íntima relación entre ambos
conceptos, autonomía y vida de relación, es necesaria su aclaración para
derivar nueva información sobre algunos caracteres que definen a la conciencia.
Con respecto a la vida de relación, es vital tener
en cuenta un aspecto básico; este se refiere a que la vida de relación,
integradora de la conciencia, es la experiencia vivida reconocida; la cual solo
es una parte de lo vivido, que es lo absoluto de la experiencia tanto
reconocida como no reconocida. Este punto es reafirmado por Henry Ey, al
enumerar los diversos componentes que conforman la experiencia vivida; esto lo
indica en la siguiente cita:
“la vida psíquica actual
corresponde a la experiencia presente vivida. Y esta experiencia está
constituida por el conjunto de fenómenos psíquicos (percepción, imaginación, lenguaje,
sentimientos, necesidades, humor fantasías, actividad motriz) que componen el
campo de la conciencia de cada instante de la existencia” (pág. ).
De esta manera, la vida de relación, en tanto
experiencia vivida, es integradora de la conciencia, en virtud de que esta es reconocida
como tal, una experiencia vivida reconocida. Es conveniente tener presente que
son múltiples las facetas que constituyen la vida de relación de un sujeto,
tanto con su psique interna como con el mundo que lo rodea, pero necesariamente
todas ellas integradan el ser consciente. Sobre esto, este autor señala:
“…ninguna
modalidad de la conciencia puede constituirse sin ser efectivamente vivida, es
decir dotada de una cualidad de sentir y resentir” (pág. ).
Ahora, orientado el análisis teórico hacia la
autonomía se intentará aclarar dicho concepto.
En términos generales, Henry Ey (1971) aborda dicho
término en sus aproximaciones y definiciones del ser consciente, cuando dice
que el ser consciente implica una organización autónoma. El enfoque, aquí, de
su concepción de la autonomía es tanto desde el punto de vista estructuralista
como del dinamista.
Desde la perspectiva estructuralista, Henry Ey
plantea, que la conciencia es una organización autónoma, en tanto que es un
“medio”, como él la llama, interpuesto entre el medio interno y el externo del
hombre.La conciencia de estos
tres medios es de gran importancia, pues a pesar de su íntima interrelación los
diferencia unos de otros. Aceptando de tal modo que la conciencia, al igual que
el medio externo y el medio interno, posee rasgos que le son , que la definen,
diferencian e individualizan, poseyendo de esta manera una autonomía.
Desde el enfoque dinámico de la autonomía de la
conciencia debe conceptualizársele vinculada con su movilidad; implicando esta
la interrelación entre el mundo interno y el externo del hombre, a través de la
conciencia, que es el “medio” intermedio entre ambos.
Sin embargo, es importante notar que, dicha
interrelación no involucra una correspondencia bilateral; ya que la conciencia,
con sus carácter propios, funge como una especie de “filtro” entre ambos, el
mundo interno y externo, e impide tal correspondencia.
Así, de este modo, la conciencia n es el mundo
externo ni el mundo interno, sino un mundo “medio”, autónomo, que organiza
dando un orden, a la experiencia vivida reconocida, vida de relación, coherente
y congruente consigo misma, mundo interno, y con su mundo externo.
Ahora bien, la forma en que la conciencia es capaz
de organizar tal experiencia vivida es posible por la constitución, por medio
de esta, de un modelo de su mundo; en el cual el mundo externo encuentra su
representación, y el mundo interno hará su manifestación. Así, Henry Ey señala
en una de sus aproximaciones y definiciones del ser consciente, al referirse
que el ser consciente es objetivo y se refleja en un modelo de su mundo;
“no se podría confundir esta
autonomía con la interioridad subjetiva, ya que la conciencia no s constituye
como producto del ego, que supone, por el contrario, su constitución” (pág. ).
Resumiendo, se puede concluir que la conciencia es
una organización de lo psíquico, porque es capaz de dar autonomía a su vida de
relación y a la propia. Esto es en el sentido de que la conciencia estructura un modelo personal de su mundo y de sí mismo
en el cual la experiencia vivida reconocida esta contenida y se refleja. Dicha
afirmación es acorde con la concepción teórica de Henry Ey quien al respecto
dice:
“Ser consciente es disponer
de un modelo personal del mundo: Nada, en efecto, es consciente, ningún
sentimiento, ningún pensamiento, ningún acto, si no se encuentra en ese modelo”
(pág. ).
Por último, con respecto a la autonomía en la
conciencia, es conveniente agregar más. Al considerar que la conciencia es
capaz de conformar un modelo propio de su mundo, debe adjudicársele a esta
cierta independencia de autodeterminación y autoestructuración; reafirmándose
consecuentemente la negación de la concepción de la conciencia como un epifenómeno
o como una respuesta automática. Concordando entonces con Henry Ey que refiere:
“El Ser consciente se
presenta en estos aspectos fenoménicos, más característicos, ya como
experimentando experiencias que afectan su ser, ya como capaz de adaptarse a lo
real, ya como teniendo el poder de su reflexión creadora, ya como un sistema
personal, ya, en fin, como libre de autodeterminarse por el conocimiento de sus
propios fines. Afectividad, experiencia de lo real, reflexión, personalidad y
voluntad son, en efecto, los cinco atributos… del Ser consciente en la medida
que se manifiesta en su toma de consciencia del yo y del mundo” (pág. ).
Es decir, que mediante dichos atributos, la
conciencia implica una acción de esta hacia sí mismo y hacia su mundo, sin depender
su determinación del mundo externo en exclusividad.
Una característica más, no analizada hasta el
momento, que permite definir un aspecto de la conciencia, es en relación con su
temporalidad, la cual según Henry Ey debe ser entendida en un sentido tanto
sincrónico como diacrónico. Así, el autor indica:
“…Por el ser o el devenir
consciente debe ser captado por su doble movimiento de organización: uno
sincrónico, que organiza el campo de actualidad del campo de la experiencia
vivida por el sujeto consciente de ese algo (mundo externo, los demás,
imágenes, pensamientos), que él hace entrar, y mantiene dentro de ese campo,
dentro de ese espacio de tiempo; y el otro, diacrónico, que organiza el sistema
de valores y de la realidad propia de la persona en la ontogénesis y la
historia del yo” (pág. 29).
Aclarando aún más esto debe considerarse, que dicha
sincronía se vincula a la experiencia vivida reconocida y organizada como
actual, simultanea e inmediata, integrando el presente de la misma. En tanto
que entiende la diacrónica como la actualización y presentificación de la historia del sujeto; es decir por la vuelta al presente y la
actualidad de las experiencias pasadas contenidas en la memoria, mismas que son
susceptibles de actualización, como experiencias vividas reconocidas por su
permanencia en el sistema mnésico del hombre.
De esta manera es posible afirmar que la conciencia
además de ser es un devenir consciente; siendo simultáneamente actualidad e
historia presentificada. Dicha historia presentificada debe entenderse en el
sentido de que cada momento de esta historia
fue y es actual; es decir, que cada momento conforma la experiencia
actual e inmediata y al conformar, a
través de tal historia, la persona del individuo es también una actualidad.
Sobre esto Henry Ey refiere:
“Ser
consciente no se reduce a la capacidad de ser consciente de algunas cosas, es decir a la forma
sincrónica del ser consciente… El ser consciente es también necesariamente el
ser histórico, cuya trayectoria sigue el sentido de su existencia para
construir su persona; esto hace referencia a la estructura transactual o
diacrónica del ser consciente constitutivo del yo” (pág. 32).
Por último, dentro de esta descripción de las
características de la conciencia, en base a los conceptos teóricos de Henry Ey,
solo queda enumerar dos más. Una se refiere a que el conocimiento de la
conciencia debe hacerse tanto directa como indirectamente; así, Henry Ey (1978)
se apoya en el análisis de los diferentes componentes de la experiencia psíquica
basal actual, como él la llama. Y (en 1971) plantea:
“El lenguaje es, a la
vez, la condición y la manifestación
irrecusable de nuestra conciencia” (pág. ).
Agregando sobre este aspecto:
“…mediante el lenguaje, se
consagra la posibilidad misma para una conciencia de abrirse a la relación con
los demás y de cerrarse en sí misma” (pág. ).
Lo cual señala que la conciencia puede conocerse
indirectamente. Por otra parte, al afirmar dicho autor que:
“ser consciente es contarse
su experiencia” (pág. ).
involucra
el reconocimiento introspectivo que el hombre hace de sí mismo; lo cual es una
forma de tener el conocimiento directo de su conciencia.
El último aspecto se relaciona con una concepción
moralista, de donde se conceptúa a la conciencia como aprendida y condicionada.
Esta acepción la refiere Henry Ey en forma concisa y resumida cuando afirma:
“…la conciencia moral
representa el fondo mismo del carácter de cada uno de nosotros… la moral, o si se quiere el
control ético,
no es, pues, de ninguna manera un instinto en su origen. Deriva de la elaboración y del comportamiento
primitivo por la influencia de las presiones del medio, esencialmente por la
presión de los padres como transmisores de las costumbres (la cultura), pero
también por sus propias normas individuales (ideales y sistemas de valores) a
través de sus deseos expresados e inconscientes” (pág. ).
Debido a que el objetivo de esta revisión teórica es
el esclarecimiento del concepto de la conciencia de enfermedad, y no la del
término de conciencia, arbitrariamente se seleccionarán, exclusivamente,
aquellos aspectos, que en cierto modo ya delimitan a la conciencia,
esencialmente para definir a la conciencia de enfermedad. Prescindimos de
ahondar y elaborar una definición de este proceso psíquico, la conciencia, por intentar
conceptuar la conciencia de enfermedad. La extensa revisión teórica de este
fenómeno psíquico obedeció al considerar que el conocimiento de la conciencia
era fundamental para tratar de integrar una concepción de la conciencia de
enfermedad. Una vez alcanzado el conocimiento básico de la conciencia, así lo
creemos, proseguiremos nuestro objetivo inicial de est revisión bibliográfica,
el intento por definir la conciencia de enfermedad.
Atendiendo a la aclaración anterior, es fundamental
la concepción de la conciencia, como la organización autónoma de la experiencia
vivida actualizada y reconocida, de la vida de relación, del individuo, con su
mundo interno, intrapsíquico, y con su mundo externo, extrapsíquico. Siendo su
actualización, presentificación, en un doble sentido o movimiento dinámico: el
sincrónico, en relación a la presentación o permanencia, de dicha experiencia,
en forma inmediata, instantánea, transitoria, temporal y simultánea a la
presentación y captación de la estimulación endógena y exógena. Y en el
diacrónico, que implica la presentación y manifestación de la historia del
individuo, el desarrollo de su sistema de valores y la construcción de su
propia historia y del sistema de su persona. Organizando su modelo personal del
mundo, que el sujeto ha conformado: y del cual dispone en el orden de la
temporalidad focalizándolo en la actualidad de la experiencia y orientándolo en
el proyecto de la existencia. Dando de este modo, a la conciencia, un sentido y
un fin a su manifestación fenoménica, posibilitando así, el conocimiento de sí
mismo (al hacerse consciente de sí mismo), mediante el autoanálisis y la
autorreflexión, y de su mundo (al ser consciente del “otro” y del mundo que lo
circunda), aprendiendo, de esta forma, su mundo y haciendo el de los demás
parte de este.
Una vez alcanzada la demarcación de los aspectos
básicos de la conciencia, que más adelante serán de gran utilidad en el
propósito de esta revisión teórica, proseguiremos nuestro análisis. La segunda parte
del concepto de conciencia de enfermedad, es el que ahora ocupara nuestra
atención. Más no deseando establecer polémicas y múltiples disertaciones, que
resultarían infructuosas e innecesarias para nuestros fines, se procederá
solamente al esclarecimiento de la definición de enfermedad, en congruencia con
su concepción y empleo en el programa integral e interdiciplinario de C. A. I.
P. A.
La definición más aproximada a el concepto de
enfermedad en C. A. I. P. A y acorde con nuestra postura de trabajo, se
encuentra contenida en la concepción, recopilada por Hernán San Martín, del profesor Lambert,
subdirector del Laboratorio de Antropología de París quien nos dice:
“la salud es una noción
relativa que reposa sobre criterios objetivos y subjetivos (adaptación
biológica, mental y social) y que aparece como un estado de tolerancia y
compensación físico, psicológico, mental y social fuera del cual todo otro
estado es percibido por el individuo y/o su grupo, como la manifestación de un
proceso mórbido” (pág. 11).
Y la de Miltón Terris de New York Medical Collage,
quien refiere:
“Salud es un estado de
completo bienestar físico, mental y social y de capacidad para la función, y no
solo de ausencia de la enfermedad (en cualquier grado) o de invalidez” (pág.
12).
Una vez delimitadas las características básicas de
la conciencia y planteada la definición de enfermedad, más aproximada a nuestra
postura de trabajo, clínico teórico, se continuará el análisis para esclarecer
el concepto de conciencia de enfermedad.
Atendiendo a la revisión bibliográfica sobre el
término de conciencia, la primera cuestión que surge, es la consideración de
esta en un doble sentido: uno estricto y otro amplio.
En sentido estricto, la conciencia se refiere a un
fenómeno psíquico temporal y transitorio, pero de un modo inmediato,
instantáneo y actual, lo cual la hace ser única e irrepetible. Esto no
contradice, en ningún momento la acepción de que la conciencia posibilita el
conocimiento de un estímulo, endógeno o exógeno, que excita el sensorio y el
sistema nervioso del hombre; sin embargo, esto debe ser conceptuado en relación
a una simultaneidad entre la captación y retención del estímulo,
sincrónicamente, en el campo de la conciencia. Así mismo, tampoco debe
considerarsele como una captación y retención mecánica de la estimulación, sino
como un proceso dinámico, en el cual hay una constante movilidad, que organiza,
dando orden, configuración y sentido, a dicha estimulación, parte de la
experiencia vivida reconocida. Desde esa perspectiva, es considerada la
conciencia como una complejidad estructural.
En sentido amplio, la conciencia debe considerarse
con todos los atributos adjudicados, a ella, en su sentido estricto. Siendo su
diferenciación el tipo de estímulo que la afectará. Dicho estímulo es complejo
y estructurado en base a la experiencia vivida organizada y reconocida previa
del sujeto, en su desarrollo histórico dentro de la cual se ha conformado en
sistema de valores individuales y se ha construido su historia y persona.
Aunque esto de ninguna manera implica que tales estímulos, complejos y
estructurados, sean privativos de la conciencia en sentido amplio; después de
todo, en cualquier sentido es siempre conciencia de algo, experiencia vivida reconocida.
Sin embargo, este último sentido involucra la captación y la retención de
estímulos diacrónicos, experiencia vivida organizada y reconocida; pero
entendiendo dicha organización no como un simple dar orden, configuración y
sentido al estímulo diacrónico, sino también en el sentido de la organización,
que nos refiere a la estructuración del mismo estímulo; involucrando
específicamente, su rden y conformación como estímulo, en base a diversos
componentes que la integran, a través de su interrelación dinámica, dándole un
cariz particular, diferente de sus componentes.
La inclusión de la diacronía temporal de la
conciencia y de los estímulos “diacrónicos”, como los hemos llamado es
fundamental. Esto reintroduce nuevamente una de las características de la
conciencia que se relaciona con la organización de la misma. Así, la conciencia
implica, a su vez, su interdependencia, la cual la hace una complejidad, en
constante interrelación con otras funciones, procesos, estados o estructuras
psíquicas, las cuales son simultáneamente, en cierta manera la conciencia misma
y diferentes e independientes de ella. Dichos fenómenos psíquicos son
múltiples, más para nuestros propósitos, aquí, nos referimos específicamente a
la memoria.
La importancia de retomar esta concepción de la
conciencia y la consideración de la memoria radica en el mod de estructuración
de los estímulos “diacrónicos” en el campo de la temporalidad diacrónica. Es
clara que su captación y retención en el campo de la conciencia, es en una
acción simultánea; sin embargo, su orden y conformación como estímulo, se basa
en la experiencia vivida organizada y reconocida previa del estímulo. Más, el
hecho de que esta experiencia vivida sea previa, de acuerdo al carácter
temporal sincrónico de la conciencia, implica que esta debió haber sido
consciente y que pudo volver a serlo, puesto que es previa y actual a la vez;
integrando, de esta manera, parte del estímulo “diacrónico”, que es captado y
retenido simultáneamente en el campo de la conciencia. Es previa y actual a la
vez ya que toda estimulación que excita el sensorio es almacenada en la
memoria, n perdiéndose nunca y siendo susceptible de ser actualizada,
presentificada al evocarse nuevamente; es decir, volviendo a ser consciente.
Estas conceptualizaciones, derivadas de los
conceptos desarrollados por Henry ey (1971, 1978) sobre la temporalidad
diacrónica de la conciencia, los estímulos “diacrónicos” y la experiencia
previa que participa en la en su configuración, de dichos estímulos, tiene su
enlace con con las concepciones teóricas de Sigmund Freud. Ambos autores desde
distintos enfoques, el psiquiátrico y el psicoanalítico, convergen en que una
experiencia previa que fue consciente, puede volver a serlo. Así Sigmund Freud
cita:
“Una representación consciente
en un momento dado no lo es ya en el inmediato ulterior, aunque puede volver a
serlo bajo condiciones fácilmente dadas” (pág. ).
Las condiciones a que Sigmund Freud se refiere,
contenidas en sus concepciones hipotéticas sobre los procesos psíquicos, son:
“1). La excitación
simultanea de los sistemas de neuronas mnemónicas (Ψ) y perceptivas (ω), a partir, las primeras, el
sistema de neuronas perceptivas (ϕ) y las segundas, de dicho sistema de neuronas
mnemónicas (Ψ). 2). La
catectización simultánea de dos neuronas del sistema de neuronas mnemónicas (Ψ) contiguas” (pág. ).
En tanto que desde el enfoque de Henry Ey, estas
condiciones, al menos así lo creemos, se relacionan con la posibilidad, de un individuo, de
disponer del modelo de su mundo. Sobre el cual, el mismo autor, nos dice, al
referirse a la temporalidad de la conciencia:
“La disposición de su modelo
dl mundo por el ser consciente no puede entenderse más que como una manera de
disponer del tiempo. Reposa sobre una dimensión fundamental de la estructura
del ser, la de la temporalidad cuyas exigencias propias constituyen la memoria.
La memoria de su ser no es una conservación mecánica de recuerdos, sino más
bien, justamente la posibilidad de disponer a su antojo del tiempo, par focalizarlo
en la actualidad del presente, y para polarizarlo en el proyecto de la
existencia. De tal manera que la estructura misma mnésica o temporal del ser
psíquico coincide con la estructura del ser consciente” (pág. ).
El punto común entre ambos enfoques es la
introducción del concepto de memoria, en relación a la conciencia. A través de
la cual es factible esclarecer el término de conciencia de enfermedad.
Ahora bien, hablar de la memoria es hablar de
recuerdos y de permanencia de impresiones conscientes, aunque fuera del campo
de ésta. El sentido en que debe comprenderse esto es: que una estimulación,
endógena exógena, no se pierde; sino que
queda grabada una impresión de ella en la memoria. Siendo posible, de esta
manera, que ante una nueva excitación, algo que fue consciente pueda volver a
serlo. Pero no queriendo ser reduccionista, esto debe ser considerado en forma
más dinámica. Así, es probable, igualmente, que un individuo pueda disponer del
modelo de su mundo, en el orden de su temporalidad sincrónica y diacrónica,
actualizándola otra vez, cuando ya había dejado de estarlo.
Desde esta perspectiva planteada, es posible hablar
claramente de que la conciencia de enfermedad si consiste en hacer consciente,
retraer nuevamente el campo de la conciencia y disponer de acuerdo a su modelo
personal del mundo, de los aspectos que integran la problemática biopsicosocial
del paciente.
“El
darse cuenta (el alcohólico) de su problemática biopsicosocial” (pág. ) bien puede referirse a la
consideración que el paciente haría sobre las alteraciones de sus aspectos
biológicos, psicológicos y sociales; que originan su inadaptación, intolerancia
o descompensación de sus tres áreas: físico, psíquico y social, y de su
funcionalidad personal, según Miltón Terris, en otros términos de su
enfermedad.
En conclusión, puede afirmarse, que de acuerdo a la
revisión bibliográfica realizada, que el objetivo perseguido, por el
tratamiento integral e interdiciplinario de C. A. I. P. A., de fomentar la
conciencia de enfermedad es posible.
Dicha afirmación es válida, a pesar de que, como
señala Sigmund Freud, aún habiendo conciencia sobre la enfermedad o la
sintomatología del mismo individuo, este la repite irremediablemente. Como en
los casos específicos de las ideas obsesivas, donde el sujeto reconoce lo
absurdo e inútil de las mismas, sin embargo no las puede evitar.
Ante esto, la conciencia de enfermedad debe ser
entendida como un proceso intelectual, experiencial o emocional y conductual.
Tal como Edwin Singer indica, cuando se refiere al insight, diciendo:
“un examen cuidados de las
condiciones necesarias para que la experiencia se habrá paso en la conciencia
lleva a la reducción de la dicotomía entre el insight intelectual y el
emocional. Esta reconciliación se apoya en el reconocimiento de que las
cualidades personales necesarias para el verdadero insight intelectual y el
insight emocional son idénticas” (pág. 304).
De lo contrario sería, la conciencia de enfermedad,
un concepto limitado, incapaz de explicar y, además, contradiciendo, que la
presencia de la sintomatología del paciente o su repetición a pesar de
hallarse, esta, en el campo de la conciencia.
Lo fundamental de esa cita es la reconciliación que
hace de dos aspectos fundamentales en la psicoterapia. Los cuales considerados
desde ls posturas teóricas que los conceptualizan los hacían irreconciliables.
Además, es importante ya que la consideración de ambos aspectos, en conjunción
con el comportamiento, el cual es determinado por los anteriores dos
anteriores, nos dan la integridad el hombre como unidad.
De esta manera, es posible considerar que la
conciencia de enfermedad implica “el darse cuenta (el alcohólico) de su
problemática biopsicosocial”, que origina la pérdida
del bienestar y la disfuncionalidad del paciente en sus diversas áreas, tanto a
nivel intelectual, como emocional y conductual. Niveles que, de acuerdo a las
conceptualizciones de Edwin Singer (1978) sobre el insight, la conciencia de enfermedad
debe manifestarse para inducir al sujeto al cambio o para motivarlo a someterse
a un tratamiento terapéutico que propicie tal cambio, en forma duradera. Es
decir, cmo Edwin Singer (1979), señala sobre el insight, que el cambio que
provoca es profundo, siempre y cuando involucre los tres niveles; intelectual,
emotivo y comportamental. Así mismo y de esta manera, la conciencia de
enfermedad puede ser un verdadero agente de cambio.