CAPITULO I.- ANTECEDENTES DE ESTA INVESTIGACIÓN DEL
AUTOCONCEPTO.
El estudio del
autoconcepto, ha captado el interés de diversos investigadores desde hace
tiempo; iniciándose desde los
griegos, cuando Sócrates
decía: "conócete a ti mismo".
Este estudio
teórico-metodológico
del autoconcepto se realiza, para obtener conclusiones validas sobre el tema.
Abordar el tema del
autoconcepto en su totalidad o todos los autores que lo han estudiado, es una
labor de gran alcance, por la bibliografía existente al respecto.
Analizar autores que
se consideren fundamentales, por ejemplo, en Libert y Spiegler (2006) y Cueli Marti,
Lartigue, Michaca y Reidl (2009), en sus textos de “Teoría de la personalidad”, se encuentra que
ellos a su vez, revisan diversos autores que conceptualizan al
autoconcepto, siendo su trabajo limitado, porque ellos son solo revisionistas. Con
esto, se contribuye poco a eliminar la concepción, de que la característica más
difundida en relación al autoconcepto es: “su vaguedad y
confusión”.
Por lo cual es indispensable ampliar y dar continuidad a la investigación
teórica del autoconcepto,
a fin de diferenciar las características del mismo. Aclarando que términos son
sinónimos y cuales no lo son, en relación al autoconcepto.
La segunda forma de
abordar el estudio del autoconcepto, corresponde a la aplicación del método
científico o investigación experimental.
Cuya implementación inicial se sustenta siempre en una revisión
bibliográfica sobre el autoconcepto. Para ello se puede recopilar solo lo que
algunos autores dicen del tema; por ejemplo Valencia (2001), quien se refiere a
filósofos como Aristóteles, Platón,
Sócrates y San Agustín, autores que ella considera dan las bases para la
conceptualización del autoconcepto. Hay también otros autores, por ejemplo Fabela
(1984), José Luis Valdez (1989,1991 y 1994) y Díaz Loving, Reyes Lagunes y
Rivera Aragón (2002) quienes analizan el autoconcepto, a fin de cuestionar,
ampliar o complementarlo, con el objetivo contribuir a la definición del
autoconcepto. Con esto se estudian diversos autores, desde la psicología, la psiquiatría y los psicoanalistas analizan el autoconcepto.
Una última fuente de
investigación documental del autoconcepto, lo ha sido el análisis de las
definiciones de diccionario de dicho término, tanto en español, como en ingles,
alemán y francés. Agregando a ello la revisión de la gramática relacionada con
el tema. Por ejemplo, en 1984, cuando se dividió el
término en sus componentes “auto-” y “-concepto”.
Malinowski (1993),
desde la antropología, se introduce en el pensamiento mágico y animista del ser
humano, que se relaciona con el pensamiento egocéntrico del hombre, al referir
a sí mismo o a la persona misma, en el prefijo “auto-“. Introduciéndose con
ello, el motivo por el que adquiere relevancia el término autoconcepto.
Ahora bien, desde el
pensamiento psicoanalítico, psiquiátrico y psicológico, interesan los
argumentos y conclusiones con respecto al autoconcepto, combinado con el
análisis de términos y la gramática, pues ello permite concluir, que conceptos
pueden ser relacionados con el autoconcepto. Por ejemplo, el yo y el sí mismo
son sinónimos si se les define como persona y no como estructura psíquica.
Con los psicólogos
sociales, se amplió la importancia de cómo los demás ven al sujeto o lo que
dicen de estos, para la definición sobre el autoconcepto. Con esto se introduce
la importancia de la subjetividad, de la persona evaluada, la que determina
cómo es incorporado lo que dicen los demás y como es en la realidad el mismo
sujeto. Ambas cuestiones, parciales son útiles si son verbalizados por el mismo
sujeto.
Al estudiar
poblaciones determinadas, a fin de conocer la manera en que diferentes factores
o situaciones, afectan o determinan el autoconcepto, los instrumentos más
empleados han sido: la escala de autoconcepto de Tennessee de Fitts,
estructurada en 1965; que consta de cien afirmaciones autodescriptivas; y el Cuestionario de
autoestima de Coopersmith, con veintiún reactivos
con frases autoafirmativas, que permiten decir si el encuestado tiene una alta
o baja autoestima. Con ellas, se evaluaron las características del autoconcepto, de sujetos que se
encontraban en una determinada situación; por ejemplo, en reclusión legal, en
la escuela de orientación para menores infractores o reclusorio varonil para
adultos; en situación de
internamiento hospitalario por alcoholismo o edad avanzada. También se evaluaron
sujetos en determinada etapa del desarrollo del ser humano, como la
adolescencia;
o bien, sujetos que se encontraban en situación especial, como el divorcio de
los padres, etcétera. García,
Musitu, y Veiga (2006) investiga el
autoconcepto en determinados problemas de conducta como: la adicción al tabaco
y al alcohol; dificultades en las relaciones padre-hijos o entre hermanos; bajo
rendimiento académico
o violencia intrafamiliar; la existencia o ausencia de bienestar, tanto mental
o de salud mental.
En (1995) se reporta
la escala de autoconcepto (BAE) en el MMPI-2 y el autoconcepto
contenido en la escala clínica de introversión social.
Otra forma de investigar
incluyen el autoconcepto, es el caso de La Rosa
(1986), quien en México conformó un instrumento de medición, que diferencia
diversas áreas correspondientes al autoconcepto; con las características de la
población mexicana, en población mexicana. Todos instrumentos basados en el
diferencial semántico de Osgood. Otros que han realizado
investigaciones al respecto, son José Luis Valdez (1989, 1991 y 1994), con sus
redes semánticas; Díaz Guerrero (2007) y Díaz Loving, Reyes Lagunes,
Rivera Aragón, (2002), con sus estudios etnopsicológicos del mexicano.
Anteriormente,
Frías (1991) realizó la revalidación de las escalas existentes como la escala de
autoconcepto de Tennessee, al correlacionar sus resultados con el diferencial
semántico de Jorge La Rosa. El interés fue la validación de un instrumento
norteamericano, con un parámetro de una prueba elaborada por un mexicano y para
mexicanos.
Las
investigaciones de Beckman, 1978; Balzaretti y López, 1981; Castillo y Tena,
1982; Fabela, 1984; Aranda, 1987; Chapper, 1991; Hathaway y Mckinley, 1995; Sánchez
López, Aparicio García y Dresch, 2006 evaluaron los efectos o
cambios, que diversas situaciones (alcoholismo, reclusión lega u hospitalaria,
evaluación psicológica o alteraciones emocionales) a que es expuesto el ser
humano, han afectado al autoconcepto de estos, en ocasiones de manera negativa.
Es de importancia Sánchez
López, Aparicio García y Dresch (2006), en España, relacionan la ansiedad, la
autoestima y la satisfacción autopercibida como predictores de la salud, entre
hombres y mujeres.
Encontrando que sus resultados indican que las variables psicológicas
(ansiedad, autoestima y satisfacción) no predicen los índices de salud física
objetiva (visitas al médico, enfermedades crónicas). Pero sí explican la
varianza en el caso de los índices de salud física subjetivos. Según los resultados no se encontraron
diferencias según sexo en las variables enfermedades crónicas como la ansiedad
motora, autoestima y satisfacción vital. Para
dicha investigación se empleó la escala de autoestima de Rosenberg (RES).
García, Musitu
y Veiga (2006), en España y Portugal, estudian el cuestionario
AF5 en
población adulta española y portuguesa. Concluyendo
que dicho instrumento es recomendable para medir multidimensionalmente el
autoconcepto, especialmente la versión española que se encuentra comercializada
y baremada. Quedando pendiente la ampliación del trabajo con la adaptación
portuguesa. Los
resultados del análisis factorial confirmatorio ratificaron que el modelo
teórico pentadimensional, del autoconcepto, profesional/académico, social,
emocional, familiar y físico, propuesto por los autores proporcionaba una
explicación de los datos más adecuados que los dos modelos teóricos
alternativos: el unidimensional y el ortogonal (ocho dimensiones) del
autoconcepto.
Alzate, Laca y
Valencia (2004), estudiaron la relación entre patrones de la toma de
decisiones, la forma de afrontamiento de los conflictos y la autoestima.
Encontrando en ambos estudios, la conclusión de que la toma de decisiones tiene
como su origen los factores individuales, más que los culturales. Contrario a esto,
a la afirmación de otros estudios, incluso, de que los diferentes grupos
sociales y la familia tienen influencia en la toma de decisiones en las
culturas del Este. Así mismo, que la autoestima influye, como mediadora, entre los tipos de afrontamiento y los
patrones de tomas de decisiones. De tal manera, entre más alta sea la
autoestima, menores las contradicciones entre los patrones de toma de
decisiones y los estilos de afrontamientos de conflictos. Para dicha
investigación, los autores utilizaron las versiones del Flinders D. M. Q.
de 1982 y Melbourne D. M. Q. de 1997.
Acevedo (1998),
se preocupa por conocer el “nivel de autoestima, en hombre internados en un
reclusorio, por haber cometido el delito de robo con violencia”, concluyendo
que esta es baja. Este nivel se debe a las características particulares que los
sujetos tienen, como son: el venir de familias desorganizadas e incompletas y
con antecedentes de maltrato infantil. Para el estudio, por el cual obtuvo
tales conclusiones, el autor empleo como instrumento de medición, el inventario
de autoestima de Coopersmith;
en una muestra poblacional de cuarenta y un sujetos.
En
la construcción del diferencial semántico La Rosa (1986) en su tesis doctoral,
concluye que: “La consistencia interna de la escala total, elaborada por él,
fue de = 0.94, lo que da una medida global de la autoestima“.
Esto permite decir, “que lo que uno piensa de sí mismo, como se describe y como
se evalúa será un buen predictor de la salud mental, integración social,
integridad ética y éxito ocupacional” (pág. 1).
Revisar a Anderson,
es de importancia porque menciona cierta variedad de instrumentos psicométricos
relacionados con nuestra temática,
como son: la escala de autoconcepto del estudiante (SSCS),
de Elliott y Evans-Fernández (1993), basada en la teoría de Bandura de la
autoeficacia; el inventario de
autoconcepto personal y académico (PASCI),
de Fleming y Whalen (1990); la lista de verificación de adjetivos (ACL),
como la de Gough y Heilbrun (1983); la Clasificación Q,
de Stephenson (1953); el Diferencial Semántico de Osgood (1957). Su
característica principal es que los mismos, son instrumentos, que se han
utilizado en México pero que tienen su fundamentación y elaboración en países
con una cultura diferente a la nuestra.
Díaz Guerrero (2007), realiza un estudio de
gran amplitud con adolescentes, a través del uso del instrumento de evaluación
denominado El diferencial semántico. Investigación, que aborda a la población
hispana desde los Estados Unidos de Norteamérica, hasta América del Sur,
incluyendo específicamente a la población mexicana. De ahí el título de su
texto, como Psicología del mexicano. Con respecto a los conceptos, delimita la
importancia del yo, ya que es uno de los seiscientos
adjetivos que el utiliza. Considerando al mismo desde diferentes aspectos como
son:
q Valoración del yo.
q Fuerza o poder del concepto del
yo.
q Grado de dinamismo del yo.
q Intensidad del significado
afectivo del concepto del yo.
Estos a su vez los relaciona con otras variables
y de las cuales deducirá más tarde conclusiones acerca de cómo son los
adolescentes mexicanos y que son:
q Concepto de la categoría
continúo de la edad.
q Categoría de los conceptos del
parentesco.
q Concepto de la categoría de
masculinidad femineidad.
q Concepto de la categoría del yo,
el otro y lo demás.
q Concepto de las diversas
ocupaciones.
Estudio etnopsicológico de importancia por
que retoma al yo y su descripción, lo cual puede conceptualizarse como la
descripción del autoconcepto, como sinónimos, que se verá más adelante en en el
siguiente capítulo.
José Luis Valdez (1991) investiga el
autoconcepto, mediante el uso de las redes semánticas. Una de sus conclusiones
interesante, esta relacionado con el autoconcepto, la rebeldía y los
adolescentes, ya que dicho autor, no reporta consistencia estadística en tal factor. Importante porque diversos teóricos
consideran a la rebeldía como algo inherente a los adolescentes. De manera
similar ocurre con lo que correspondería al yo físico de Fitts (1965) y las
imágenes que se tiene por los demás integrantes de la sociedad en que vive el
adolescente. Explicando el autor esto de la manera siguiente: que el
adolescente, que se encuentra en una etapa de transición; y que por lo tanto no
posee un autoconcepto estable en dicha época. Y que este se estabiliza solo al
llegar a la etapa de la preparatoria.
Los
autores Robinson, Wrigtsma y Shaver (1991), interesados en la medición de la
personalidad desde la perspectiva de la psicología social y las actitudes,
refieren un breve resumen de algunas de las escalas o cuestionarios más
empleados en los Estados Unidos de América con respecto a la autoestima o el
autoconcepto de los seres humanos. Ofreciendo en cada una de ellas sus estudios
de confiabilidad y validez como instrumentos de medición. En todos los casos
con un adecuado nivel de significancia para ambos parámetros. A través del
coeficiente de Cronbach se logran incluso niveles de 0.90 y aunque menores los
niveles de significancia relacionados con la validez, en muchos de ellos por
validación con criterios externos por la administración de escalas o
cuestionarios paralelos, el valor obtenido es aceptable. Encontrando que las
escalas siguientes: la escala de estima corporal (Franzoi y Shields, 1984), el
Inventario de evaluación personal (Shrauger, 1990), el cuestionario de
autodescripción (Marsh, Smith and Barnes, 1983), la escala de autoconcepto Tennessee (Roid y Fitts, 1988), el
Perfil de autopercepción para niños (Hater, 1985), la escala del autoconcepto
de Piers-Harris para niños (Piers, 1984), la autoestima social (Ziller, Hagey,
Smith and Long, 1969), el inventario conductas sociales de Texas (Helmereich,
Stapp and Ervin, 1974), el Inventario de autoestima (Coopersmith, 1967), la
escala de sentimientos de inadecuación
(Manis and Field, 1959), la escala de autoestima (Rosenberg, 1965) mostraron
que son de utilidad como cuestionarios, para evaluar el autoconcepto o áreas
específicas del autoconcepto.
Ramírez (2001) considera que la actitud de
los padres o de los integrantes de los núcleos escolares en los cuales se
integran los discapacitados, tiene un efecto sobre la formación de su
autoconcepto, independientemente de si tal actitud es positiva o negativa, para
el afectado.
Valdez
Calderón (2001), para evaluar la autoestima, emplea el Inventario de autoestima
de Coopersmith para adultos, utilizado por Lara, Verduzco, Acevedo y Cortez en
1993. En tanto que para el autoconcepto se empleo la Escala de autoconcepto de
Tennesee en su forma “C”.
Reidl
(2002) indicaba en su estudio sobre la envidia y los celos en población rusa y
mexicana, que:
“En psicología,
para conocer el significado de los conceptos se utilizan diversos métodos entre
los que destacan: la asociación libre (Schimmark y Reisenzein, 1997), el
sistema asociativo de grupos (Díaz Guerrero y Salía, 1993), la asociación
controlada (Reidl, 1994), redes
semánticas (Reyes, 1993) y el diferencial semántico (Osgood, Suci y
Tennenbaum, 1957) entre otros” (pág. 144).
Concluyendo
en su investigación de los mencionados conceptos en lo siguiente:
“Al comparar a los varones de los dos países
(México y la Unión Soviética), se encontró que los soviéticos son más
dependientes, celosos y tienen una autoestima más baja que los mexicanos; las
soviéticas son más celosas, dependientes, desconfiadas y con una menor
autoestima que las mexicanas; que los mexicanos (hombres y mujeres) se
preocupan más por las relaciones interpersonales y los varones mexicanos son
más celosos”.
“Por lo que toca a las diferencias de género, en el caso de
México, las mujeres son más celosas que los hombres, y ellos aceptan menos la
independencia de la pareja y apoyan más la exclusividad social y sexual, son
menos envidiosos y su autoestima es más dependiente. Las mujeres, son más
ambivalentes hacia la relación y hacia sí mismas, y confían menos en sus
parejas. Por lo que toca a los soviéticos, las mujeres son más celosas,
envidiosas y ven más amenazada su autoestima; en el caso de los varones,
confían menos en sus parejas” (pág. 148).
Son
citas que especifican algunas de las características de los mexicanos al
evaluar dicha población y compararla con la soviética, con los instrumentos
mencionados en su estudio.
Reild,
en el 2002, reafirma sus conclusiones encontradas; en colaboración con Díaz
Guerrero (1998) que la envidia, los celos, la autocrítica y la vulnerabilidad
de la autoestima son factores que amenazan a la autoestima. Así mismo,
Valencia, Vargas y Sierra (1998) dicen que los celos y la envidian afectan la
autoestima laboral, tanto de hombres como de mujeres.
Dichos conceptos, celos y envidia, a su vez
los relaciona con otras variables y de las cuales deducirá más tarde
conclusiones acerca de cómo son los adolescentes mexicanos, por ejemplo en el concepto
de la categoría continúo de la edad hay las:
q Categoría de los conceptos del
parentesco.
q Concepto de la categoría de
masculinidad feminidad.
q Concepto de la categoría del yo,
el otro y lo demás.
q Concepto de las diversas
ocupaciones.
Doménech
(2003) investiga diferentes aspectos donde
relaciona la seguridad en sí mismo y la valencia, positiva o negativa,
del autoconcepto. Afirmando, que si hay
o no seguridad en sí mismo, habrá un autoconcepto positivo o negativo
respectivamente. Siendo el dominio de una habilidad, que posibilita el dominio
del cuerpo para involucrarse en el deporte, y la percepción social, aquellos
que mejoran la seguridad personal y favorecen un autoconcepto positivo. Señalando,
que puede haber en el ser humano otras maneras, de desarrollar un autoconcepto
o autoestima que sea positivo o negativo. Concluyó que el autoconcepto es mejor
o más alto en las mujeres que en los hombres. Relacionado esto con mayor
presión que sobre el hombre deportista existe, por tradición cultural. Al
respecto, no se refiere ella, no a lo físico de los sexos, sino a los roles
sexuales de femenino o masculino como los factores que favorecen la existencia
de un más alto nivel de autoconcepción. Por otra parte, afirma que en el
deporte la apariencia física no es de importancia desde el punto de vista
competitivo. Es la habilidad física o el rendimiento físico lo que llevará a un
deportista a triunfar o tener éxito en el deporte de su elección, siendo el lugar
que alcance, en especial el ganar, es lo
que elevara su autoconcepto.
De
acuerdo a los autores (Mullis, Mullis y Normandin, 2004), múltiples aspectos
del ser humano han sido estudiados en relación a la autoestima o el
autoconcepto. Por ejemplo, con el uso de drogas, aprovechamiento académico y
delincuencia juvenil, encontrándose relaciones positivas en dichas variables.
Otras variables estudiadas serían: las diferencias por sexo y nivel
socio-económico. Los autores
señalan que las diferencias de edad y la autoestima, han sido poco estudiadas,
como se han estudiado otras variables. Su investigación
se ha realizado a través de diseños metodológicos de corte transversal
(cross-sectional) y longitudinal. En base a la bibliografía reportada por los
mencionados autores, específicamente con adolescentes, el diseño transversal
indica diferentes grados de relación entre edad y autoestima o autoconcepto. En
tanto que en el diseño longitudinal, los más drásticos, grandes y dramáticos
cambios en la autoestima o autoconcepto coinciden con la adolescencia.
Mullis,
Mullis y Normandin (2004) usaron como medida de la autoestima los puntajes del
Inventario de autoestima de Coopersmith (Coopersmith, 1981), con mil ciento
setenta y ocho estudiantes de High School, entre catorce y diecinueve años. En
total, doscientos sujetos integraron la muestra para el estudio longitudinal, a
los cuales se les administro el instrumento en tres años consecutivos. Las
conclusiones obtenidas fueron las siguientes:
1.
Que la edad influye en el grado de autoestima o
autoconcepto, siendo mas drásticos los cambios observados en la muestra
longitudinal que en la transversal.
2.
Que desde un punto de vista intra-sujeto, hay
relación entre la consistencia de la autoestima o autoconcepto y la edad,
incrementándose la segunda con la edad.
3.
No hay diferencia estadística significativa entre
autoestima y grado escolar. Es decir, que no importa en que grado escolar se
encuentren los sujetos, ello no es determinante del nivel de autoestima.
4.
No hay diferencia estadística entre autoestima
global o autoconcepto y diferencias sexuales. El sexo masculino o femenino no
es importante para determinar en nivel de autoestima o autoconcepto.
5.
De acuerdo a sus definiciones de estratos
socio-económicos, los autores, no tienen datos concluyentes sobre la
relación entre nivel socio-económico y
autoestima o autoconcepto, tal como lo refería la bibliografía consultada por
los autores.
Ellis
y Davis (2009) utilizando
la autoaceptación, la autoobservación y el autorreporte, basan sus
investigaciones del autoconcepto en los inventarios de autoobservación como la escala de autoobservación (S.O.S.)
delimitando que dichos procesos mentales son de importancia para la evaluación
de un sujeto determinado.
Newell, Hamming, Jurich y Jhonson (2009) basan sus hallazgos en el
empleo de la Escala de autoconcepto de Tennessee y concluyeron:
1.
Que la muestra de sujetos adolescentes estudiada
tenían un bajo autoconcepto.
2.
Eran más abiertos a la autocrítica, aunque sin gran
diferencia con respecto a los demás.
3.
El grupo de adolescentes investigado se
caracterizaba por una general conflictiva en la autopercepción, mostrando
contradicción y confusión; situación que según los autores sería esperada en
los adolescentes, como lo indica Jurich, 1987, citada en el texto.
4.
Presentaron una pobre opinión de su apariencia
física.
Manifestando descontento con su moralidad y relaciones con Dios.
5.
Con sensaciones de poco valor personal.
6.
Con fuertes sentimientos de ser indignas en sus
familias o su entorno social.
7.
Manifestaron además una baja autoestima.
8.
De acuerdo a las características evidenciadas por la
Tennessee self-concept scale, el bajo autoconcepto general es coincidente con
lo esperado en la adolescencia, según las teorías e investigaciones de otros
autores, citados por los investigadores del presente texto.
9.
Por último, que el desarrollo psicosocial del
individuo es importante en la determinación de sus hábitos alimenticios. Por
ejemplo, encontraron una correlación negativa entre las dietas ricas en dulces
y carbohidratos con un yo físico; el cual nos refiere a la pobre opinión que la
muestra investigada tiene de su apariencia física.
Partiendo,
el autor Svobodny (2009), de la aceptación de la hipótesis de que el uso de las
drogas en el adolescente se asocia con un bajo autoconcepto y un pobre
desarrollo académico, compararon las tres variables mencionadas entre dos
grupos, uno de los usuarios de drogas y otro sin consumo de sustancias; para
ello utilizaron como instrumento de medición del autoconcepto The Piers-Harris
children´s self-concept scale (Piers E., V., 1969). Sus hallazgos relacionados
con el autoconcepto fueron:
1.
De acuerdo al test aplicado, los usuarios
adolescentes de drogas presentan más bajo autoconcepto que los no usuarios de
drogas.
2.
Solo existe relación en el área de conocimiento y el
autoconcepto, no habiendo correlación con su desarrollo académico general en
los usuarios adolescentes de drogas.
3.
Que los antecedentes del adolescente como usuario de
drogas no fueron un buen predictor del autoconcepto; que en la muestra
estudiada se considera bajo y que se caracteriza por relaciones interpersonales
inadecuadas e inhabilidad para enfrentar los problemas precipitantes del uso de
drogas.
4.
De las entrevistas personalizadas, también se
concluye que hay una pobre autoimagen entre el grupo de adolescentes usuarios
de drogas.
5.
Los autores consideran que la baja autoestima afecta
la habilidad para el establecimiento de relaciones primarias con otros.
Díaz, Reyes y Rivera (2002), abordan el
autoconcepto desde el punto de vista de los procesos etnopsicológicos, buscando
la medición de la mencionada variable.
Ellos utilizan un instrumento que consta de
ciento diez reactivos, con un formato de respuestas pictóricas, basados en los
instrumentos etnopsicológicos desarrollados por La Rosa y Díaz Loving (1991) y
José Luis Valdez y Reyes Lagunes (1993) para medir el autoconcepto en México.
Esto lo hacen bajo la premisa de que la
personalidad y las conductas sociales se derivan de componentes socioculturales
de un pueblo y las características biopsíquicas de cada individuo.
Encontrándose con la existencia de siete factores, teórica y estadísticamente
significativos, que son: El social afiliativo-normativo, el control externo
negativo-pasivo, el emocional afiliativo-interdependiente, el rebelde
negativo-autoafirmativo, el obediente afiliativo, el moral interno y el control
interno instrumental-positivo.
Más cercano
a la población de la presente tesis, se da con Acevedo (1998), el cual estudia
el “nivel de autoestima, en hombres privados de
la libertad, por el delito de robo con violencia”, concluyendo que esta
es baja. Señalando, que el ochenta y ocho porciento de los sujetos
investigados, tienen características particulares, como el venir de familias
desorganizadas e incompletas, con antecedentes de maltrato infantil, los cuales
son los motivos de dicha autoestima baja. Como instrumento de medición se
empleó el inventario de autoestima de Coopersmith; en una muestra poblacional
de cuarenta y un sujetos, con edades entre los veinticuatro y los treinta años
de edad, con proceso por delito de robo con violencia. Una conclusión más, se
relaciona con la consideración de que a mayor edad de los sujetos, se da un
ligero pero mayor decremento de la autoestima. De la entrevista de los sujetos
experimentales, se concluye que el setenta y ocho porciento, a pesar de su
declaración de ser primodelincuentes, son reincidentes.
Desde el
área criminológica, Silva (2003), se refiere al autoconcepto de los
delincuentes en general y de los hombres que presentan una conducta antisocial.
Afirmando que:
“El
delincuente que es procesado o que ha sido sentenciado se halla en una situación
muy concreta en la que pierde de primera instancia la libertad de elegir, la
cual desde la infancia es una de las variables que permite a cada persona
configurar una imagen o un modo de ser que lo hace sentirse bien o mal consigo
misma, según el resultado de la experiencia de elegir, además le permite
estructurar un autoconcepto y adquirir, consciente o inconscientemente, una
autoestima” (pág. 276).
Siendo dicha autoestima o autoconcepto, la
primera que se ve afectada por el encarcelamiento, lo cual se da por la pérdida
de su estatus, de sus roles e identidad que la libertad le daba. Pero tan
importante que señala que el autoconcepto debe ser uno de los factores a
diagnosticar y evaluar en la propuesta de tratamiento psicológico
rehabilitatorio de los delincuentes. Esto es posible según Silva (2003), porque
la autoestima esta íntimamente relacionada con los índices educacionales.
Aunque el autor se refiere al efecto de la educación sobre el autoconcepto y la
autoestima, hay que considerarla desde el punto de vista del tratamiento de los
delincuentes ya que al menos en México, la educación es un derecho y parte
integral del tratamiento institucional para prevenir la delincuencia y apoyar
la rehabilitación de los sujetos que se vieron involucrados en una comisión
delictiva.
Hernández Sampieri,
Fernández y Baptista, 2006.
En Libert y
Spiegler (2006) en su aproximación fenomenologista están: Rogers, Maslow,
Kelly; y en la aproximación cognoscitiva social están: Tolman, Rotter,
Bandura, Mischel, Cantor, Markus, Higgins, Linville, Showers; y otros más
abordados en su texto “Personalidad: Estrategias y temas de Libert y
Spiegler.”Y en Cueli y Reidl (2008) los autores revisados incluyen a Catell,
Klein, Erikson, Eysenck, Adler, Allport, Guilford y Murray; los cuales no son
los únicos tratados en su libro de “Teorías de la personalidad”. En ambos casos
los demás autores no son mencionados, por que su conceptualización no es de utilidad
para la temática del autoconcepto.
Rogers, Maslow, Kelly, Tolman, Rotter, Bandura, Mischel, Cantor, Markus,
Higgins, Linville, Showers, Catell, Klein, Erikson, Eysenck, Adler, Allport,
Guilford y Murray, etcétera.
García, Musitu y
Veiga, 2006.
población infantil
con problemas de atención y aprendizaje, como en Verduzco y Lara (1989).
Sánchez
López, Aparicio García, y Dresch, 2006.