sábado, 10 de noviembre de 2018

CONJUNTO DE ROSAS

No había podido publicar la pintura u obra pictórica del mes de Noviembre de 2018. Con la presente publicación cumplo lo planeado hace casi dos años.

CONJUNTO DE ROSAS
TECNICA: Oleo sobre tela
40cm. X 50cm.
FECHA: Mayo, 1997
AUTOR. Mtro. Ps. Alejandro Fabela Alquicira


domingo, 4 de noviembre de 2018

CAPITULO IV.- DESARROLLO DEL AUTOCONCEPTO.


Mes de Noviembre de 2018, contento porque llego a la publicación número 23, de textos elaborados por un servidor. en esta ocasión queda a disposición un capitulo más de mi tesis de maestría.


CAPITULO IV.- DESARROLLO DEL AUTOCONCEPTO.

Todo trabajo de investigación, quedaría incompleto si no se procede a una elaboración teórica sobre el fenómeno que se estudia. Para esto son de importancia Fiorini (2006) y S. Freud.
Desde la perspectivas de ambos autores y en acuerdo con la investigación recopilada sobre el autoconcepto en esté trabajo, en su aspecto teórico, se puede utilizar el término del Yo[1] para hablar del autoconcepto. Congruente con el planteamiento de Fitts (1965) en relación a su marco referencial externo, que alude a, el Yo físico, social, ético moral, personal y familiar. Pero, ni S. Freud ni Fiorini (2006) se refieren específicamente al autoconcepto; sin embargo, su desarrollo teórico con respecto a la estructura psíquica mencionada es de importancia, por extrapolación de sus conceptos teóricos.
Como ya se indicó, en diversos texto S. Freud emplea el termino alemán Selbst o selbst-, los cuales podrían ser traducidos como sí mismo. El primero es usado con una letra “S” mayúscula al principio. Y en el segundo con una “s” minúscula y con la terminación de un guión en ella; significación de que el mismo es un prefijo y por esto se le podría traducir como el self-, en el inglés, y el auto-, en el español. Agregándose después, una gran diversidad de conceptos que hacen referencia a una cualidad, acción, etcétera, sobre la propia persona. Los conceptos agregados a los prefijos serían entonces una forma de calificativos del sí mismo o de la propia persona.
De esta manera, si hacemos el yo un sinónimo del sí mismo o del “auto-“, se hace referencia a la calificación o descripción de características o acciones que son atribuidas al yo. Pero para poder hacer esto, debe considerarse la concepción del yo. De esta manera S. Freud se refiere a este, tanto con una “Y” mayúscula y en otros casos con una minúscula, de acuerdo a su uso en la lengua española. De una manera diferente. En el francés son utilizados los términos Moi y je[2]. En ambos casos se relaciona con el Yo al traducirlo al español. Así mismo, en el alemán, también se usa el Ich y el ich[3].
El objetivo de tal distinción es de importancia,  puesto que a pesar de que, es el mismo término su significación conceptual varía, incluso en la gramática de las lenguas mencionadas. El yo con mayúscula corresponde a una de las estructuras psíquicas del aparato psíquico, concebido desde la tópica estructural por S. Freud. En tanto que con la letra minúscula se hace referencia al yo como una persona, que realiza una acción, que puede ser calificada o que posee diversos atributos.
Es desde esta perspectiva que es de importancia el yo como sinónimo del autoconcepto, puesto que como persona, un ser humano puede describir las características que posee y puede describir de sí mismo sus características físicas, orgánicas o corporales, psicológicas (incluyendo sus aspectos mentales, éticos-morales, emocionales, habilidades, creencias, etcétera), familiares y sociales. Todo ello a partir de lo que el sujeto piensa o cree de sí, como se “siente” o el grado de satisfacción que experimenta y la conducta que realiza o lo que hace con relación a la descripción sobre de tales características personales. De esta manera no habría contradicción al hablar de un yo físico o un autoconcepto físico, por ejemplo.
Considerando dicha concepción muchos de los supuestos sinónimos del autoconcepto, no lo son. Pero a la vez son partes de este, al describir, calificar o referirse a una conducta, acción o función del ser humano hacia sí mismo.
Desde el punto de vista del Yo, como estructura, también se puede enfocar el tema del autoconcepto. Y esto se realizaría desde la estructuración del mismo. Es decir, que desde su inicio el autoconcepto tiene una historia de desarrollo. O sea, que el yo, en su forma rudimentaria ya está presente, a través del sistema percepción consciente. Su función permite ir conquistando terreno al Ello. Siendo desde esta perspectiva parte del Ello y a la vez una parte diferenciada de este. Con ello se delimitan las funciones que ejercerá con posterioridad. Siendo una de ellas, la capacidad de evaluación de la realidad, a fin de gobernar las exigencias del Ello. Así mismo será el encargado de ejecutar las acciones que se requieran para la huida o la satisfacción al enfrentarse a las pulsiones o necesidades humanas.
Pero, ¿qué relación tiene esto con el autoconcepto? Si consideramos que el autoconcepto permite la concepción o la evaluación de sí mismo este es trascendental para el sujeto. Pues esto implicaría la evaluación personal, de las propias “fuerzas” tanto para enfrentar la realidad como las pulsiones inconscientes de Ello. Cuando se desconocen estas o son omitidas tiene como consecuencias el enfrentarse a la frustración o a los efectos de tales trasgresiones, que incluso pueden coincidir con daños para la integridad del yo o del sujeto mismo. Por ejemplo, un niño que obtiene una lesión física por el fuego, la electricidad, las herramientas, etcétera, afectando con ello su capacidad de función o la integridad corporal. Cuestión que indudablemente afectará al sujeto como lo indica: Ramírez Hinojosa (2001) en su estudio realizado con adolescentes discapacitados; y Fabela (1984) en su discusión y elaboración teórica con respecto a la conformación del autoconcepto y la manera en que este se integra.
Desde una perspectiva diferente, el yo es el encargado de conformar lo que se conoce como el esquema corporal[4], el cual posibilita que se pueda dibujar una figura humana, como en el test de Karen Machover de la figura humana[5]. Las caracterizaciones que este tenga, dependen de las características que el sujeto haya internalizado en sí mismo. Elementos que se encuentran contenidos en la memoria[6], la cual es una función asignada al yo. Función que por lo regular se encuentra de manera inconsciente en el yo y es capaz de emerger a la conciencia, al pasar por el preconsciente[7]; al menos cuando se solicita la ejecución de la prueba proyectiva del dibujo de la persona o al solicitar la descripción de sí mismo, sea esta de manera verbal o por medio de los cuestionarios, inventarios o escaladas diseñados para su evaluación[8]. Es decir, que las características que describen a una persona y que él mismo sujeto ha asumido como suyas, no se pierden, a pesar de no estar en la conciencia. Situación que permite la permanencia de la mencionada autoconcepción.
Para Fiorini (2006), las funciones del yo, implican una descripción de una estructura del ser humano. En ella, el mismo yo es quien se toma como objeto de estudio o de descripción. Esto sin importar, que lo hecho por Fiorini (2006) sea científico y no coincida con lo cotidiano como se hace en las evaluaciones del autoconcepto por el mismo sujeto. En el segundo caso se trata más de una descripción del yo como persona, el yo con minúscula. Pero aún así, algunas de las definiciones o calificativos para describirse a sí mismo, empleadas por las personas pueden ser traducidas a términos técnicos. La importancia de lo científico, es que se delimitan con detalle o con mayor precisión las características de dicho yo al definirlas objetivamente.
Desde una perspectiva diferente, el yo es de importancia en relación al autoconcepto, porque es el que ejecuta las acciones ante la realidad. El autoconcepto, sería en este caso una acción del yo, porque es el yo, quien hace la descripción de sí mismo, con lo cual se logra relacionar a este con una actitud (Díaz, Reyes y Rivera (2002). Y a partir de ella, se determinará el comportamiento. Siendo la autoconcepción una ejecución del mismo yo y a la vez el encargado de realizar un comportamiento, en acuerdo o en desacuerdo, con su realidad. Valiéndose para ello del empleo de las funciones autónomas[9] del yo, como la percepción, la conciencia, la atención, etcétera.
Ahora bien, las congruencias o incongruencias entre autoconcepto y la conducta, pueden ser analizadas desde la tópica descriptiva del aparato psíquico (con la consciente y el inconsciente) o desde la tópica estructural (con el yo y el Ello). De esta manera, las aparentes incongruencias entre el autoconcepto y el comportamiento consecuente, pueden ser consideradas, parecidas a los síntomas, formaciones de compromiso. De esta manera se da cumplimiento y satisfacción a dos sistemas diferentes. Pero el cumplimiento o la acción para ello, nuevamente parte del yo. Instancia evaluadora, ejecutora o inhibidora de una acción o comportamiento, en base a su autoconcepción.
En este punto es de importancia retomar la revisión teórica del término autoconcepto y sus sinónimos, en especial la autoestima. El significado de la última se relaciona con la capacidad de estimar, valorar o emitir un juicio de valor[10]. Capacidad que también es ejecutada por el yo. Es estimación de la realidad pero también de las propias características o potencialidades para actuar el yo. Evaluación que realiza el mismo yo, no las demás estructuras psíquicas.
De un modo diferente podemos incursionar en el autoconcepto, al señalar que para lograr un conocimiento el yo debe de ejecutar sus diferentes funciones, tanto de la realidad exterior como de la interior. En este último caso se vale de la introspección y la autoobservación[11], que permite el análisis que llevará al conocimiento de sí mismo o al autoconocimiento, dentro del primer año de vida; esto sería sin dificultad alguna el autoconcepto.
Tal fenómeno de introspección al fin de cuentas permitiría la descripción de las características de dicho yo: introduciéndonos de está forma a la autoconcepción.
Pero no solo de las características que posee el yo, sino también de lo que ha sido en su desarrollo; de aquello que el ser humano recuerda como algo que fue suyo, como lo afirmaba James (1950). Es decir que el autoconcepto no solo es descripción de cosas, funciones o conductas, sino también de recuerdos.
Dos conceptos cercanos a la introspección podrían ser la identificación[12] y la introyección. Pero su consideración debe ser cuidadosa. Ellos no nos hablarían directamente del autoconcepto. Sino de la manera en cómo se conforma éste al fin de cuentas. Es decir, que el tomar modelos, con los cueles nos identificamos y que posteriormente los hacemos nuestros conforman el modelo del autoconcepto que se elabora dentro e la psíque del ser humano[13].
De esta manera nos acercamos a la concepción de la psicología social, expuesta por Valdez (1991), La Rosa (1986) y Díaz, Reyes y Rivera (2002), quienes le dan importancia a la influencia del medio ambiente, social, que rodea al sujeto, para determinar su autoconcepto[14]. Siendo fundamental la consideración psicoanalítica, de que tal proceso de introyección es único para cada ser humano. El cual sería, en gran medida, el responsable de la diferencia de efecto o de la concepción de lo que se introyecta o con lo que nos identificamos. De esta manera podemos coincidir con los planteamientos desarrollados en el psicoanálisis de que la realidad externa e interna es particular e individual e irrepetible entre los hombres. Por lo tanto el autoconcepto de un sujeto determinado es único e irrepetible.
Nuevamente, el Yo como estructura psíquica no es de interés para este estudio, pero si en su concepción como persona, para conocer la manera en que este yo se estructura, es decir, la manera en cómo se desarrolló. Hace mucho que lo abordan diversos autores[15], ubicándolo en varias edades de la primera infancia. Con S. Freud (1920) hay que considerar que el yo se desarrolla desde el nacimiento; y en la relación madre hijo. En esa relación y en esa época es donde ocurren dos fenómenos fundamentales, que son:
El contacto con la piel[16] del bebe, inmerso en su “sentimiento oceánico”[17] y la indiferenciación del yo y del no-yo. Dicho contacto permite, a futuro, la diferenciación del yo y del no-yo; así como la estructuración del esquema corporal o la imagen que un sujeto tiene de sí mismo; y a partir de la cual podrá describir las características que le son propias. En relación a tal diferenciación también será de importancia las frustraciones en la relación madre-hijo, que introducen la separación entre la madre y el hijo, ya que la primera no está a la disposición total del primero y para tenerla debe esperar. En otros términos se limita o delimita el “sentimiento oceánico” dando lugar al surgimiento del yo y la madre como entidades separables y con características propias.
El segundo fenómeno corresponde al reconocimiento del yo del bebe, en el rostro (Winnicot, 1980) o en la mirada (Lacan, 2006) de la madre, que ya había elucidado Freud (1910 y 1914). Es de importancia este acontecimiento por que introduce una de las fuentes de la estructuración del autoconcepto. La intervención de los demás (las personas que lo rodean) es vital para la manera en que, en un futuro, se conciba o se describa el sujeto. Claro esta que tal influencia no se da de manera inmodificada en un sujeto determinado. La constitucionalidad de este es determinante en la manera en que se de tal asimilación; adquiriendo una particularidad, aunque tal vez no sea la que esperarían las personas que rodean al ser humano en su vida y que lo influyen. Pero que indudablemente determinaran la manera en que se describa a sí mismo y como será su autoconcepto.
Hablar del desarrollo del autoconcepto implica la manera en que se da tal desarrollo. Este se da desde dos vertientes que son: Los factores que influyeron en su conformación y las funciones que intervinieron en tal desarrollo.
 Los factores que influyen en dicho desarrollo son múltiples y pueden observarse resumidos en la cita siguiente "...en su estructuración intervienen factores de tipo biológicos, psicológicos y sociales..."[18].
Con respecto a las funciones del yo o del sí mismo que intervienen en la estructuración del autoconcepto son de importancia el aprendizaje, la percepción, la capacidad de conciencia, de reflexión, la memoria[19], el pensamiento y la exploración. Funciones que corresponden tanto a las funciones de defensa como a las funciones autónomas que Fiorini (2006) asigna al yo. Pero no menos importantes son las funciones unificadoras o sintetizadoras del yo, que le dan unidad al autoconcepto. Estas últimas son fundamentales en relación al autoconcepto, ya que este debe ser considerado como una unidad. Son estas funciones las que permiten el desarrollo y la caracterización final de la manera en que un sujeto se describirá a sí mismo, a pesar de las modificaciones posteriores. A su vez permitirán decir, lo que es mío y que por lo tanto lo define o caracteriza.
Una de las funciones autónomas del yo, descrita por Fiorini (2006) pero señalada por Freud (1926)[20] son la exploración en el caso del primero y la percepción en el caso del segundo. La percepción, según Freud (1926) está presente desde el nacimiento y forma parte del sistema percepción consciente. No del yo, porque este no está desarrollado al nacer el ser humano. Pero ella es de importancia para el posterior y paulatino desarrollo del yo. Después de todo, es dicha función mediante la cual inicialmente nos ponemos en contacto con la realidad o con el medio exterior. Es a partir de esto, que se inicia el reconocimiento de lo que es el no-yo de Freud (1905)[21].
Muy cercana a esta función está la exploración. La cual no implica solo el estar sujeto al efecto de los estímulos del medio ambiente que rodea al bebé; reaccionando a ellos. Sino que implica un segundo proceso de mayor especialización y que involucra la intencionalidad del ser humano. Es decir, que para llevar a cabo la exploración se debe poner en acción ese yo, por sí mismo.
El niño, incluso de poco tiempo de nacido[22], es capaz de realizar una exploración. Es cierto que no se puede aún mover intencionalmente, pero ello no es necesario. Tal exploración se refiere al reconocimiento que él hace de su propio cuerpo. Un ejemplo muy frecuente que se observa en la crianza de los menores, se da cuando ellos observan su propia mano o la chupetean. Utilizan dos órganos de los sentidos que son el gusto, con la boca, y la visión, con los ojos. En la primera opción se da lo que S. Freud llamaba el conocimiento por la vía oral y que se da en la fase autoerótica así denominada por S. Freud [23]. En 1905, indicaba, que el medio por el cual el ser humano conoce el mundo es por la boca. Razón por la cual todo se lleva a la boca el bebé; lo cual da pauta al ejerció de la incorporación o introyección del mundo. Pero específicamente, también es la forma en que se da un conocimiento del propio cuerpo. Por una parte por la observación, como cuando el niño observa su propia mano. Pero también cuando chupetea la misma. La descripción fenomenológica de estas acciones las retoman posteriormente Kolb (1992) y Papalia, Olds  y Feldman (2004) cuando investigan el desarrollo del ser humano. Al desarrollar la motricidad se dan otras formas de exploración tanto del cuerpo como del mundo en que se vive. Pero esta es una nueva exploración que amplía el conocimiento que ya se tenía inicialmente. Importante posteriormente.
Al respecto, puede considerarse que las funciones yoicas básicas[24], defensivas[25] e integradoras, sintéticas y organizadoras[26], que intervienen en la estructuración del autoconcepto. Las últimas funciones hacen referencia, en especial, a la concepción del autoconcepto como unidad.
Ampliando, las funciones de la memoria y la capacidad de conciencia o de autoconciencia son vitales como lo menciona el artículo Changing your self-concept and building self-esteem[27]. Ambos conceptos son fundamentales, pues a partir de ellos y considerándolos de acuerdo a su definición, de la capacidad del ser humano para que "...una experiencia previa que fue consciente pueda volver a serlo..."[28], es como "...es posible plantear la existencia de un autoconcepto, en el hombre, que influya su comportamiento..."[29]. Al respecto en Changing your self-concept and building self-esteem[30] se encuentra la reconfirmación siguiente al indicar que “el <<self>> implica una larga vida de acumulaciones de impresiones (por el sujeto mismo)…”, acumulaciones logradas por la existencia de la memoria. Es decir, que sí, y solo sí consideramos la permanencia de la estimulación e información que llega a la conciencia y que propicia el conocimiento de sí mismo a un individuo lo que piensa, siente o hace, y de lo que lo rodea, es que puede pensarse en la conformación de una autoconcepción individual, que moldeara una conducta determinada, en una persona dada[31]. Además, ello explica la permanencia, sin importar las variaciones que se den a lo largo de la vida del sujeto, hay una permanencia del autoconcepto, cuando menos en sus aspectos más importantes. El recuerdo y las nuevas experiencias en la vida del sujeto fortalecen la concepción generada ya del autoconcepto.
Una forma más de lograr ese autoconocimiento lo describe Lacan (2005), cuando desarrolla su teoría del estadio del espejo. Estadio en el cual el niño pequeño de dos o tres años es capaz de reconocerse a sí mismo al observarse en un espejo.
Si bien, es de importancia como se da la estructuración interna del yo o el autoconcepto, como se revisa en la presente investigación, considerar los planteamientos lacanianos permite avanzar más aún. Dicho autor (Lacan, 2006)[32] plantea la importancia de la relación de objeto del sujeto en la estructuración de su psiquismo. Relaciones que implican la reciprocidad pero que a la vez permiten el conocimiento de si mismo. Ejemplo de ello podría ser el efecto que indudablemente tiene el comportamiento del ser humano encargado de la crianza del menor y quien enfatiza en sus atributos personales, sean físicos o conductuales.
Tal planteamiento es de importancia, porque ello explica la manera en que se construye la imagen de si mismo, o el autoconcepto personal de cada sujeto. En esto intervienen los “otros”[33], personas que rodean al sujeto y cuyas acciones afectan la forma de ver el mundo, pero a la vez son el prototipo de este. Es decir, que la construcción del autoconcepto, es inseparable de los procesos internos y la influencia del medio ambiente del sujeto. De tal manera se coincidiría con Malinowski (1993) quien citaba:

“...el hombre en general, y el primitivo en particular, tienden a imaginar el mundo externo a su propia imagen”

La autoimagen, según el análisis freudiano, como ya dijimos, en los proceso psicodinámicos del ser humano, se construyen; y su conformación emerge al diferenciarse el yo del no-yo, lo cual se inicia desde el nacimiento, proceso en el cual interviene el contacto con la madre sobre la piel del bebe y las caricias. De manera similar Jaques Lacan, posteriormente Winnicot, plantean la presencia del otro quien contribuye a la diferenciación del yo y el no-yo y que permite el reconocimiento del hombre como “sujeto”. Winnicot, en su texto de “Juego y realidad”, nos refiere a ese gran Otro como la madre; la cual funciona como espejo a través de la cual el bebé se reconoce, en su rostro.
Retomar el pensamiento mágico[34] y los autorreproches, como lo menciona S. Freud en los casos de melancolía[35], si bien reafirman la importancia de los demás, porque hacia ellos se dirigen reproches, es fundamental también la misma persona, porque es ella quien la emite y de quien se trata. Llegando con ello la medida que es el hombre. Es decir, que de la manera en cómo se autoconciba, será la manera en cómo se conozca y se relacione con el mundo. Pero por otra parte, introduce otro aspecto que se relaciona con las palabras. Es decir, que nada tiene sentido si no está expresado por las palabras. Un autoconcepto, ajeno a la verbalización de su misma autodescripción es importante en la medida de que es conocida por los que rodean al sujeto.
Tolstoy (1985)[36], va más lejos al afirmar, que la manera como una persona se autoconcibe es tan importante que es necesaria y determina la convivencia que el sujeto tenga con las personas que le rodean.
Si bien es cierto, que la traducción en palabras del autoconcepto es fundamental, hay que recurrir de nuevo a S. Freud (1932)[37], quien afirmaba:

“Volvamos otra vez a los pensamientos oníricos latentes. Su elemento más intenso es la moción  pulsional reprimida que se ha procurado una expresión, aunque mitigada y disfrazada, apuntalándose en la presencia de estímulos casuales y en la transferencia de los restos diurnos. Como cualquier moción pulsional, esta también es fuerza a satisfacer mediante la acción, pero tiene bloqueadas las vías hacia la motilidad por los dispositivos fisiológicos del estado del dormir, se ve precisada a encaminarse -en el sentido retrocedente- hacia la percepción y a conformarse con una satisfacción alucinada. De tal modo los pensamientos oníricos latentes se trasponen en una suma de imágenes sensoriales y escenas visuales. Por este camino les acontece lo que se nos presenta tan novedoso y extraño. Todos los recursos lingüísticos mediante los cuales se expresan las relaciones más finas entre los pensamientos, las conjunciones y las preposiciones, las variaciones de la declinación y la conjugación, desaparecen, porque les faltan los medios que les permitirían figurarse; como en el lenguaje primitivo sin gramática, solo se expresa la materia en bruto del pensar, lo abstracto es reconducido a lo concreto que está en su base...” (pág. 19)

Uno de los mecanismos psíquicos humanos, es la capacidad de representación[38] de las cosas de su entorno y de sí mismo. La cual se inicia desde la percepción de la misma, pero no desde la palabra o el lenguaje. Sino desde la imagen  misma. Así, S. Freud (1933 [1932]) se refiere al trabajo del sueño, concretamente la manera en como los pensamientos oníricos latentes encuentran su expresión a través del pensamiento manifiesto. De igual forma la autoconcepción tiene lugar mediante las imágenes, el acceso a la autoconcepción.
Por esto, cuando nos referimos al autoconcepto, se incluye al yo corporal o imagen corporal (Mahaler, 1980). Con ello se tendría una similitud con los procesos del sueño, pero en relación al autoconcepto. El primero, con gran frecuencia emplea las imágenes para “...figurar...” (S. Freud, 1900) los pensamientos oníricos “...concretos...” (S. Freud, 1900), no los “...abstractos...” (S. Freud, 1900), lo cual sería de importancia para teorizar que el autoconcepto se desarrolla desde antes de que el sujeto tenga acceso al lenguaje. Esto significa, que el autoconcepto, como entidad abstracta, es posterior. Por ello hablar del autoconcepto desde el dibujo de la figura humana es posible hacerlo de manera primaria. Siendo el autoconcepto verbalizado, una adquisición posterior.
En la clínica y en la psicopatología del ser humano, se puede observar, que se pierde primero la orientación alopsíquica (orientación temporo-espacial) que la autopsíquica (orientación en persona)[39] (Henry Ey, 2006); pero al final, como en el proceso esquizofrénico, los síntomas deteriorantes o desestructurantes (Henry Ey, 2006) afectan primero al pensamiento y los afectos, que al esquema corporal. Induciendo el proceso regresivo de la esquizofrenia hasta el sentimiento “oceánico”[40], donde se presenta la indiferenciación del yo y el no yo[41], al final del mismo. Previo a ello se da la paulatina desintegración y fragmentación del esquema corporal en dicha patología. Esto permite el planteamiento de que el autoconcepto, desde el punto de vista intelectual es un producto de las funciones mentales superiores y la imagen de sí mismo no. Ella podría ser más primitiva, por lo tanto, como primitiva y trascendida es olvidada a pesar de que continúe operando en la psíque humana.
Antes de continuar el presente análisis es de interés la siguiente reflexión, la cual dice:

“La identificación es una secuela de la introyección, consistente en la adopción, total o parcial, de aspectos, propiedades[42], modos de funcionamiento, normas y valores de los objetos significativos en la vida del sujeto...Y constituyen la base de la identidad, experiencia de sí mismo como unidad única y coherente, cuya continuidad se mantiene a través de los cambios intrapsíquicos y ambientales...” (pág. 20).

Si es una serie de introyecciones, se hace referencia a lo que se vivencia o lo que se aprende en la interacción con el medio ambiente y que es significativo en la vida del sujeto o persona. La referencia puede contener múltiples conceptos con los cuales se estaría de acuerdo, excepto en uno y que se refiere a la “coherencia” del sí mismo. La duda emerge cuando se hace referencia a la despersonalización en donde puede haber una identificación correcta pero con la carencia o pérdida de ciertos elementos constitutivos o definitorios de ese sí mismo; o bien en la conformación de una imagen corporal determinada, cuando hay la carencia de un miembro corporal, que corresponda al “miembro fantasma”[43] en quien ha perdido una parte de su cuerpo. ¿Cómo podría existir tal coherencia? La solución a ello solo puede ser desde la consideración de que la coherencia podría ser interna al sí mismo, aunque no desde la realidad o la percepción de una persona externa, a quien le parecería incoherente[44]. Si bien hay continuidad en la “…experiencia de sí mismo…” esta se puede hacer discontinua por los cambios que afectan los procesos psíquicos, pero solo en apariencia o desde una evaluación externa[45] y de acuerdo a la psicodinamia de la personalidad. Por ello puede haber disparidad entre el autoconcepto de un sujeto y lo que los demás pueden ver de dicha descripción que el sujeto hace de si mismo, pero no para la persona misma que hace tal descripción.
Introducir la “representación mental”[46] es relevante ya que ello permite “percibir en el propio cuerpo elementos que en realidad no tiene…”; pero, que sí los pudo haber tenido. Pero si hay tal discordancia con lo real, ¿cómo puede darse tal percepción? En neurología se diría que permanece la conexión nerviosa en el cerebro; que por reflejo nervioso pude producirse tal percepción. Una segunda explicación se relaciona con dicha “representación mental” sobre la cual hay que cuestionar ¿en dónde se encuentra dicha representación mental? Solo es posible porque la misma preexista en una de las funciones mentales del organismo: la memoria[47].
La pérdida de los límites entre la imagen corporal y el ambiente son de importancia en los trastornos de la imagen corporal por la “fusión oceánica” con el mundo. Ello implica a su vez la perdida de las características de la imagen corporal. Características diferente por medio de la percepción de ellas y representados en lo mental o en la memoria. Algunas de tales características se refieren a aquellas que son alteradas en el trastorno de la imagen corporal, e indicados en la cita, como son:

“…las sensaciones de aumento en el volumen, los cambios en la forma, textura, etcétera, de determinados segmentos corporales, o bien por la creencia de haber sido despojado de algún órgano…” (pág. 171).

Tal situación propicia lo que en trastornos de la orientación en persona se conoce como sentimientos de extrañeza en la imagen corporal y de desperzonalización[48] (pág. 170).
Al referirnos a la preexistencia, en la memoria, de la representación del “miembro fantasma” como condición para la percepción de sensaciones con respecto al mismo, se introducía la importancia de este proceso para la conformación de la imagen corporal o el esquema corporal. Ahora al introducir la “amnesia focalizada” [49], trastorno de la memoria, como condicionante de un desconocimiento de características de la propia persona o de sí mismo, que a su vez conduce a la despersonalización en un individuo, ampliamos la importancia de la memoria; con respecto a lo que se representa en la conformación del sí mismo.
Al referirnos al esquema corporal se hablaba de la “pérdida de la diferenciación de los limites corporales y el ambiente”, cuestión que en la despersonalización se retoma como la “pérdida de los límites de sí mismo”, como importantes para tal proceso mórbido.
Son relevantes esos “limites”, ya que ellos permiten considerar lo que es la persona y lo que permite la definición del yo o del sí mismo. Posibilitándose con ello la consideración del si mismo, el yo y la persona como “una unidad en cualquier momento dado”, dándole con ello una “continuidad de la identidad en un período de tiempo y estar separado del medio ambiente” (pág. 170).
Situación que por una parte significa, la permanencia del conocimiento de sí mismo; pero cuando la autora[50] se refiere a ello, plantea que tal conocimiento implica también la “historia” de tal conocimiento de sí mismo; lo cual implica un desarrollo y una conformación a través del tiempo y la vida de la persona.
Ahora bien, los limites no solo posibilitan la definición sino también la diferenciación con respecto a medio ambiente y dígase de paso, de otras personas; con lo cual se concluiría que el sí mismo es único.
Desde una perspectiva diferente, debe tenerse presenta que tal definición y unidad del sí mismo se puede perder, por la incidencia de procesos mentales mórbidos, como la esquizofrenia o la delincuencia.
Reconsiderando la autoestima y en relación al sí mismo, con respecto a las enfermedades mentales o trastornos emocionales, hay una distinción entre ambos, que consiste en que la segunda puede verse decrementada o modificada pero no pérdida como en el primera.
La acción de las funciones de defensa, se pueden considerar como favorecedoras de la modificación o las particularidad de la mencionada autoconcepción. Por ello, a pesar de que los mismos sujetos puedan estar bajo la influencia de una misma estimulación, hay diferencias en su autoconcepción.
Desde la ficción, Benitez (1999), aborda la temática del problema de lo biológico en el ser humano, al mencionar en su obra del “Caballo de Troya”, que la esfera biológica se veía seriamente afectada por sus viajes en el tiempo, imaginarios por supuesto. Ellos no habían previsto, los personajes de la historia, que alteraciones tendrían sobre el cuerpo, de los enviados a través de el tiempo.
Referirnos a lo biológico, orgánico o físico no involucra en apariencia problema para conocerlo o precisarlo. De hecho, el estudio anatomo-fisiológico o bioquímico, como el de la medicina, da un estatus de objetivo a la investigación del ser humano[51]. En este caso, los investigadores no lo cuestionan, solo lo aprenden. Pero, ello no ocurre igual con lo psicológico o con las ilusiones. Un ejemplo útil es la imagen virtual[52], en la física o en el psicoanálisis lacaniano (2005 y 2006), en donde el espejo cóncavo refleja una imagen, donde no existe; y sin embargo, ahí esta. Imagen virtual, que determina una concepción y un comportamiento. En este caso, lo objetivo o lo real es cuestionado, por la ilusión o lo “real” interno. Por supuesto, esto implica una probable lejanía con lo real y objetivo. Por esto, la referencia al “ve” o “siente”, podríamos relacionarlo con lo psíquico. Desde tal perspectiva, lo físico pierde su aprehensión y objetividad, haciendo que lo relacionado con el yo físico sea un término huidizo y ambiguo. Por otra parte, abre la perspectiva de afirmar la diferenciación entre un yo físico (orgánico) y un yo físico (psíquico), ambos de importancia en la determinación del autoconcepto físico, que a través de nuestras vivencia personales desarrollamos.
Para abordar a Alvarez e Iglesias (2007), de la “Metamorfosis”, de Publio Ovidio Nasón, hay que observar la referencia siguiente:

"El hombre, pues, al mirarse, no mira otra cosa que una sucesión de alteraciones que lo arrastran inconteniblemente hacia la amargura del aniquilamiento..." (pág. IX).

La cita es de interés por que hace una descripción y relación de la vida del ser humano, desde que este está "prisionero en el vientre materno", hasta "la vejez prejuiciosa"; sufriendo múltiples y numerosas modificaciones a través de los años. A estos cambios, es a los que Bonifaz se refiere, que el hombre mira y más específicamente que mira en sí mismo; por eso dice: "... al mirarse...". Es claro que aquí ese mirarse no debe entenderse de manera literal, sino de un modo figurado, como observación, reflexión, análisis, etcétera[53]. Donde ese "mirarse" tiene como fin el obtener un conocimiento del hombre y sobre el hombre mismo. En otros términos de su autoconcepto.






[1] S. Freud (1926) cita al respecto: “...reconocemos en el ser humano una organización anímica interpolada entre sus estímulos sensoriales y la percepción de sus necesidades corporales, por un lado, y sus actos motores, por el otro el otro, y que media entre ambos términos con un propósito determinado. Llamamos a esta organización su yo...” (pág.182)
[2] Jaques Lacan (2006), utiliza el Moi y el je, significado de traducción en ambos casos yo. En el alemán se utiliza El Ich y el ich.
[3] Al respecto Lacan (2006) cita: “Je, pronombre personal de la primera persona del singular, siempre cumple funciones de sujeto. Moi, también pronombre de la primera persona, según los casos puede desempeñar el papel de complemento, sujeto, atributo e integrar formas compuestas. Ambos pueden tomar la forma sustantiva, con la cual, por ejemplo, en el caso de Moi se ha traducido en francés el Ich de la tópica freudiana”
“En castellano, irremediablemente, tanto je como Moi son <<yo>>. A los fines de solución para este libro, se han tenido en cuenta razones de orden práctico. En lo sucesivo se leerá, pues, yo (je) para je, y yo, a secas, para moi. (pág. 11, Psicología y metapsicología, tomo 2)
[4] Díaz Portillo (1998) aborda con mayor amplitud la implicaciones de los señalado, cuando refiere: “…Cuando existen trastornos del esquema corporal (de la representación mental del propio cuerpo), el enfermo puede percibir en su cuerpo elementos que en realidad no tiene. El ejemplo más conocido al respecto, lo constituye el <<miembro fantasma>>, síntoma frecuente de los amputados, que <<sienten>> dolores y otras parestesias en el miembro perdido. En otros casos, a la imagen o esquema corporal se le ve perturbado por sensaciones de aumento en el volumen, cambios en la forma, textura, etcétera, de determinados segmentos corporales o bien por la creencia de que ha sido despojado de algún órgano. En situaciones extremas, el paciente pierde la diferenciación entre los limites corporales y el ambiente, sumergiéndose en una vivencia de fusión “oceánica” con el mundo; en el que ambos son un solo ser, características de los delirios místicos”. (pág. 171).
[5] Portuando, J. A. (2007). La figura humana. Test proyectivo de Karen Machover.
[6] Díaz Portillo, 1998.
[7] Ramírez Hinojosa (2001), el cual afirma que no se debe confundir al autoconcepto con el preconsciente, el primero esta en el segundo, pero el segundo no es parte integrante del primero..
[8] Escala de autoestima de Coopersmith. Escala de autoconcepto de Tennessee, Locus de control, diferencial semántico, M.M.P.I.-2, etcétera, o el cuestionario como el que se construyó para esta investigación.
[9] Fiorini, 2006.
[10] Vite, 2008.
[11] De acuerdo al texto de S. Freud (1919) “Lo ominoso” y el comentario de Strachey en “Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto.”, según José Luis Etcheverry (2006) en 1925, no solo es importante a percepción o la observación como funciones del yo. Sino que la autobservación es fundamental para lograr la autoconcepción del hombre mismo.  Díaz Portillo (1998),  refuerza dicha concepción. Díaz Loving, Reyes Lagunes y Rivera Aragón. (2002), también lo utilizan.
[12] Entendida esta como lo decía S. Freud (1931) su “Trigésima primera” de sus nuevas conferencia donde afirmaba: “..<<identificación>>, o sea la asimilación de un yo a un yo ajeno, a consecuencia de lo cual ese primer yo se comporta en ciertos aspectos como el otro, lo imita, por así decir lo acoge dentro de sí...” (pág. 51).
[13] En su “Psicología de masas y análisis del yo” (1921) y en "Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto" (1925), S. Freud enfatiza en la importancia de lo social para la estructuración de la psíque humana y con ello para el autoconcepto.
[14] Díaz Atienza (2008) individualiza lo familiar, como aquello que influye la conformación del autoconcpeto.
[15] Spitz, citado por Aisenson (1969); Fabela, 1984 y 2005; Centro guestal de Gainesvill (2003), Changing your self-concept and building self-esteem (Psychological self-help.htm, 2003), Psychological self-help.htm; Stranger box: Serial killer and self-concept (2005);.
[16] Díaz Portillo, 1998 y 2000.
[17] “sentimiento oceánico”, término del lenguaje psicoanalítico que se refiere a la ausencia de limites entre el yo y el no-yo del bebé al inicio de su vida. El malestar en la cultura (1930 [1929]). S. Freud, Díaz Portillo (1998)

[18] (Fabela, 1984, pág. 109). En el subcapítulo inciso e pág. 100 de la presente investigación se habla de los factores modificadores del autoconcepto, que sin dificultad considerar, son los mismos que intervienen en el desarrollo del autococnepto.
[19] Díaz Portillo, 1998.
[20] ¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?.
[21] Tres ensayos de teoría sexual
[22] Tres o cuatro meses según Papalia, Olds y Feldman (2004).
[23] Fase oral.
[24] (Fiorini, 2006; Bellak y Small, 1981).
[25] (A. Freud, 1981; Bellak y Small, 198, Fiorini, 2006; S. Freud, 1929;).
[26] (Bellak y Small, 1981, Fiorini, 2006).
[27] (Psychological self-help.htm, 2003).
[28] (S. Freud, 1923).
[29] (Fabela, 1984, pág. 120).
[30] (Psychological self-help.htm, 2003).
[31] (Fabela, 1984).
[32] Lacan. El seminario: la relación de objeto. No. 4.
[33] Thorndike y Hagen (2006); Díaz Loving, Reyes Lagunes y Rivera Aragón. (2002)¸ y José Luis Valdez, 1997).
[34] Malinowski, 1993.
[35] S. Freud, 1917.
[36] Tolstoy, L. (1985), novelista clásico de la literatura rusa del siglo XVIII.
[37] Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 29º Conferencia. Revisión de la doctrina de los sueños. Ed. Amorrortu vol. XXII
[38] Thorndike y Hagen (2006).
[39] Díaz Portillo, 1998.
[40] Idem.
[41] Idem.
[42] En este punto es atractivo recordar los conceptos de James (1950) y que posteriormente son interpretados por otros (psicólogos sociales, como Díaz Loving y Reyes Lagunes y Rivera Aragón, 2002, etcétera.) con respecto a que el autoconcepto incluye todo aquello que pueda el hombre llamar como suyo.
[43] Así, por ejemplo, el sujeto, en la despersonalización, puede no reconocerse a sí mismo o decir que es una persona diferente, que física o externamente ha cambiado. Pero en realidad solo cambio la imagen interna de sí mismo. En el caso del “miembro fantasma”, es posble, que a pesar de carecer de una pierna, el sujeto pueda dibujar una figura humana con dicha pierna que en la realidad no tiene.
[44] Parece que aquí podría haber una coincidencia con los planteamiento freudianos (1926)  y la existencia de la conciencia y la inconsciencia. Sobretodo en psicopatología, pero también el “la psicopatología de la vida cotidiana” (Freud, 1901), existen numerosos eventos que parecen ser incongruentes, pero solo lo son por que desconocemos lo inconsciente o lo latente que se oculta tras de ellos
[45] Desde esta perspectiva, es explicable el hecho de que una persona que presenta una amputación en una pierna, puede realizar una figura humana, en el Test de Karen Machover, completa. Como en el esquema corporal ya se había interiorizado dicha pierna, aún cuando en la realidad falta, en lo interno si tiene una representación.
[46] Díaz Portillo, 1998.
[47] Esto es útil cuando Freud (1924) analiza la formación de la fantasía, la neurosis y la psicosis, en especial en relación a la modificación de la realidad. En el último tipo de patología que  indicada, señala que los delirios y las alucinaciones tienen un determinante en las “huellas mnémicas”. La creación de una nueva realidad en la psicosis, no parte de lo inexistente, sino de la proyección en la realidad externa, de dichas “hellas anémicas” internas, depositadas en la memoria.
[48] Esto mismo es llamado por Ey (2006), desorientación autopsíquica. Nuestro autor mencionan que en casos de psicosis, son de los primeros síntomas, relacionados con ella. Schreber (1903) señala esto cuando el lucha contra la emergencia de su enfermedad. Y S. Freud los tiene en consideración en la evolución del caso y en las crisis que Schreber presento.
[49] O amnesía selectiva de Kolb (1992). Señalamos este tipo de amnesia, porque debemos distinguir entre una amnesia focalizada y una selectiva. La segunda puede corresponder a una etiología psicógena como en el caso de la histeria disociativa (Ey, 2006) o a una fuga psicógena (DSM-IV). En tanto que la primera pude referirse a una amnesia lacunar (Ey, 2006) de etiología orgánica, frecuentes en los traumatismos cráneo cefálicos o crisis epilépticas. En las orgánicas sabemos que no hay fijación de recuerdos, como en la epilepsia, o los recuerdos se perdieron por la lesión neurológica, como en los traumatismos cráneo-cefálicos o intoxicaciones crónicas. Y que por tanto no existe posibilidad de recuperación del recuerdo. Diferente es el caso de la amnesia psicógena. En ellas si hay la posibilidad de recuperación de los mencionados recuerdos, mediante el tratamiento terapéutico o por la remoción de los obstáculos psíquicos que la generaban. Con respecto a la autopercepción, el autoconcocimiento, la identificación y el autoconcepto es de importancia tal distinción. En la amnesia orgánica habrá un faltante que afectaría la unidad de la autoconcepción. En la amnesia psicógena ocurriría lo mismo, pero dicha unidad o integridad es recuperable. En el caso de los orgánicos habría que rehacerla de nuevo con las nuevas vivencias. Ahora bien, las consecuencia de tal perdida implican una vivencia de extrañeza, ansiedad o angustia por aquello olvidado. En algunos casos, ante la amnesia prolongada se puede dar una adaptación a la “nueva” vida. Pero al recordar la “pasada” vida, se enfrenta de nuevo a la sensación de extrañeza, confusión, ansiedad y angustia. Teniendo que darse de nuevo el proceso de unificación de “ambas vidas”.
[50] Díaz Poertillo, 1998.
[51] Así se hace un calculo de la existencia de diez millones de neuronas en el cerebro; o bien, la presencia de doscientos treinta y ocho huesos, en el cuerpo humano, etcétera.
[52] Lacan, (2006).
[53] Por el uso de las funciones autónomas de Fiorini (2006).