Mes de Noviembre de 2018, contento porque llego a la publicación número 23, de textos elaborados por un servidor. en esta ocasión queda a disposición un capitulo más de mi tesis de maestría.
CAPITULO IV.- DESARROLLO
DEL AUTOCONCEPTO.
Todo
trabajo de investigación, quedaría incompleto si no se procede a una
elaboración teórica sobre el fenómeno que se estudia. Para esto son de
importancia Fiorini (2006) y S. Freud.
Desde
la perspectivas de ambos autores y en acuerdo con la investigación recopilada
sobre el autoconcepto en esté trabajo, en su aspecto teórico, se puede utilizar
el término del Yo para hablar del
autoconcepto. Congruente con el planteamiento de Fitts (1965) en relación a su
marco referencial externo, que alude a, el Yo físico, social, ético moral,
personal y familiar. Pero, ni S. Freud ni Fiorini (2006) se refieren
específicamente al autoconcepto; sin embargo, su desarrollo teórico con
respecto a la estructura psíquica mencionada es de importancia, por
extrapolación de sus conceptos teóricos.
Como ya
se indicó, en diversos texto S. Freud emplea el termino alemán Selbst o
selbst-, los cuales podrían ser traducidos como sí mismo. El primero es usado
con una letra “S” mayúscula al principio. Y en el segundo con una “s” minúscula
y con la terminación de un guión en ella; significación de que el mismo es un
prefijo y por esto se le podría traducir como el self-, en el inglés, y el
auto-, en el español. Agregándose después, una gran diversidad de conceptos que
hacen referencia a una cualidad, acción, etcétera, sobre la propia persona. Los
conceptos agregados a los prefijos serían entonces una forma de calificativos
del sí mismo o de la propia persona.
De esta
manera, si hacemos el yo un sinónimo del sí mismo o del “auto-“, se hace
referencia a la calificación o descripción de características o acciones que
son atribuidas al yo. Pero para poder hacer esto, debe considerarse la
concepción del yo. De esta manera S. Freud se refiere a este, tanto con una “Y”
mayúscula y en otros casos con una minúscula, de acuerdo a su uso en la lengua
española. De una manera diferente. En el francés son utilizados los términos
Moi y je. En ambos casos se
relaciona con el Yo al traducirlo al español. Así mismo, en el alemán, también
se usa el Ich y el ich.
El
objetivo de tal distinción es de importancia,
puesto que a pesar de que, es el mismo término su significación
conceptual varía, incluso en la gramática de las lenguas mencionadas. El yo con
mayúscula corresponde a una de las estructuras psíquicas del aparato psíquico,
concebido desde la tópica estructural por S. Freud. En tanto que con la letra
minúscula se hace referencia al yo como una persona, que realiza una acción,
que puede ser calificada o que posee diversos atributos.
Es
desde esta perspectiva que es de importancia el yo como sinónimo del
autoconcepto, puesto que como persona, un ser humano puede describir las
características que posee y puede describir de sí mismo sus características
físicas, orgánicas o corporales, psicológicas (incluyendo sus aspectos
mentales, éticos-morales, emocionales, habilidades, creencias, etcétera),
familiares y sociales. Todo ello a partir de lo que el sujeto piensa o cree de
sí, como se “siente” o el grado de satisfacción que experimenta y la conducta
que realiza o lo que hace con relación a la descripción sobre de tales
características personales. De esta manera no habría contradicción al hablar de
un yo físico o un autoconcepto físico, por ejemplo.
Considerando
dicha concepción muchos de los supuestos sinónimos del autoconcepto, no lo son.
Pero a la vez son partes de este, al describir, calificar o referirse a una
conducta, acción o función del ser humano hacia sí mismo.
Desde
el punto de vista del Yo, como estructura, también se puede enfocar el tema del
autoconcepto. Y esto se realizaría desde la estructuración del mismo. Es decir,
que desde su inicio el autoconcepto tiene una historia de desarrollo. O sea,
que el yo, en su forma rudimentaria ya está presente, a través del sistema
percepción consciente. Su función permite ir conquistando terreno al Ello.
Siendo desde esta perspectiva parte del Ello y a la vez una parte diferenciada
de este. Con ello se delimitan las funciones que ejercerá con posterioridad.
Siendo una de ellas, la capacidad de evaluación de la realidad, a fin de
gobernar las exigencias del Ello. Así mismo será el encargado de ejecutar las
acciones que se requieran para la huida o la satisfacción al enfrentarse a las
pulsiones o necesidades humanas.
Pero,
¿qué relación tiene esto con el autoconcepto? Si consideramos que el
autoconcepto permite la concepción o la evaluación de sí mismo este es
trascendental para el sujeto. Pues esto implicaría la evaluación personal, de
las propias “fuerzas” tanto para enfrentar la realidad como las pulsiones inconscientes
de Ello. Cuando se desconocen estas o son omitidas tiene como consecuencias el
enfrentarse a la frustración o a los efectos de tales trasgresiones, que
incluso pueden coincidir con daños para la integridad del yo o del sujeto
mismo. Por ejemplo, un niño que obtiene una lesión física por el fuego, la
electricidad, las herramientas, etcétera, afectando con ello su capacidad de
función o la integridad corporal. Cuestión que indudablemente afectará al
sujeto como lo indica: Ramírez Hinojosa (2001) en su estudio realizado con
adolescentes discapacitados; y Fabela (1984) en su discusión y elaboración
teórica con respecto a la conformación del autoconcepto y la manera en que este
se integra.
Desde
una perspectiva diferente, el yo es el encargado de conformar lo que se conoce
como el esquema corporal, el cual posibilita
que se pueda dibujar una figura humana, como en el test de Karen Machover de la
figura humana. Las
caracterizaciones que este tenga, dependen de las características que el sujeto
haya internalizado en sí mismo. Elementos que se encuentran contenidos en la
memoria, la cual es una
función asignada al yo. Función que por lo regular se encuentra de manera
inconsciente en el yo y es capaz de emerger a la conciencia, al pasar por el
preconsciente; al menos cuando se
solicita la ejecución de la prueba proyectiva del dibujo de la persona o al
solicitar la descripción de sí mismo, sea esta de manera verbal o por medio de
los cuestionarios, inventarios o escaladas diseñados para su evaluación. Es decir, que las
características que describen a una persona y que él mismo sujeto ha asumido
como suyas, no se pierden, a pesar de no estar en la conciencia. Situación que
permite la permanencia de la mencionada autoconcepción.
Para
Fiorini (2006), las funciones del yo, implican una descripción de una
estructura del ser humano. En ella, el mismo yo es quien se toma como objeto de
estudio o de descripción. Esto sin importar, que lo hecho por Fiorini (2006)
sea científico y no coincida con lo cotidiano como se hace en las evaluaciones
del autoconcepto por el mismo sujeto. En el segundo caso se trata más de una
descripción del yo como persona, el yo con minúscula. Pero aún así, algunas de
las definiciones o calificativos para describirse a sí mismo, empleadas por las
personas pueden ser traducidas a términos técnicos. La importancia de lo
científico, es que se delimitan con detalle o con mayor precisión las
características de dicho yo al definirlas objetivamente.
Desde
una perspectiva diferente, el yo es de importancia en relación al autoconcepto,
porque es el que ejecuta las acciones ante la realidad. El autoconcepto, sería en este caso una acción del yo, porque es el
yo, quien hace la descripción de sí mismo, con lo cual se logra relacionar a
este con una actitud (Díaz, Reyes y Rivera (2002). Y a partir de ella, se
determinará el comportamiento. Siendo la autoconcepción una ejecución del mismo
yo y a la vez el encargado de realizar un comportamiento, en acuerdo o en
desacuerdo, con su realidad. Valiéndose para ello del empleo de las funciones
autónomas del yo, como la
percepción, la conciencia, la atención, etcétera.
Ahora
bien, las congruencias o incongruencias entre autoconcepto y la conducta,
pueden ser analizadas desde la tópica descriptiva del aparato psíquico (con la
consciente y el inconsciente) o desde la tópica estructural (con el yo y el
Ello). De esta manera, las aparentes incongruencias entre el autoconcepto y el
comportamiento consecuente, pueden ser consideradas, parecidas a los síntomas,
formaciones de compromiso. De esta manera se da cumplimiento y satisfacción a
dos sistemas diferentes. Pero el cumplimiento o la acción para ello, nuevamente
parte del yo. Instancia evaluadora, ejecutora o inhibidora de una acción o
comportamiento, en base a su autoconcepción.
En este
punto es de importancia retomar la revisión teórica del término autoconcepto y
sus sinónimos, en especial la autoestima. El significado de la última se
relaciona con la capacidad de estimar, valorar o emitir un juicio de valor. Capacidad que
también es ejecutada por el yo. Es estimación de la realidad pero también de
las propias características o potencialidades para actuar el yo. Evaluación que
realiza el mismo yo, no las demás estructuras psíquicas.
De un
modo diferente podemos incursionar en el autoconcepto, al señalar que para
lograr un conocimiento el yo debe de ejecutar sus diferentes funciones, tanto
de la realidad exterior como de la interior. En este último caso se vale de la introspección y la autoobservación, que permite el análisis que llevará al conocimiento de
sí mismo o al autoconocimiento, dentro del primer año de vida; esto sería sin
dificultad alguna el autoconcepto.
Tal
fenómeno de introspección al fin de cuentas permitiría la descripción de las
características de dicho yo: introduciéndonos de está forma a la
autoconcepción.
Pero no
solo de las características que posee el yo, sino también de lo que ha sido en
su desarrollo; de aquello que el ser humano recuerda como algo que fue suyo,
como lo afirmaba James (1950). Es decir
que el autoconcepto no solo es descripción de cosas, funciones o conductas,
sino también de recuerdos.
Dos
conceptos cercanos a la introspección podrían ser la identificación y la introyección.
Pero su consideración debe ser cuidadosa. Ellos no nos hablarían directamente
del autoconcepto. Sino de la manera en cómo se conforma éste al fin de cuentas.
Es decir, que el tomar modelos, con los
cueles nos identificamos y que posteriormente los hacemos nuestros conforman el
modelo del autoconcepto que se elabora dentro e la psíque del ser humano.
De esta
manera nos acercamos a la concepción de la psicología social, expuesta por
Valdez (1991), La Rosa (1986) y Díaz, Reyes y Rivera (2002), quienes le dan
importancia a la influencia del medio ambiente, social, que rodea al sujeto,
para determinar su autoconcepto. Siendo fundamental
la consideración psicoanalítica, de que tal proceso de introyección es único
para cada ser humano. El cual sería, en gran medida, el responsable de la
diferencia de efecto o de la concepción de lo que se introyecta o con lo que
nos identificamos. De esta manera podemos coincidir con los planteamientos
desarrollados en el psicoanálisis de que la realidad externa e interna es
particular e individual e irrepetible entre los hombres. Por lo tanto el
autoconcepto de un sujeto determinado es único e irrepetible.
Nuevamente, el Yo como estructura
psíquica no es de interés para este estudio, pero si en su concepción como
persona, para conocer la manera en que este yo se estructura, es decir, la
manera en cómo se desarrolló. Hace mucho que lo abordan diversos autores, ubicándolo en varias edades de la primera infancia. Con S.
Freud (1920) hay que considerar que el yo se desarrolla desde el nacimiento; y
en la relación madre hijo. En esa relación y en esa época es donde ocurren dos
fenómenos fundamentales, que son:
El contacto con la piel del bebe, inmerso en su “sentimiento oceánico” y la indiferenciación del yo y del no-yo. Dicho contacto
permite, a futuro, la diferenciación del yo y del no-yo; así como la
estructuración del esquema corporal o la imagen que un sujeto tiene de sí
mismo; y a partir de la cual podrá describir las características que le son
propias. En relación a tal diferenciación también será de importancia las
frustraciones en la relación madre-hijo, que introducen la separación entre la
madre y el hijo, ya que la primera no está a la disposición total del primero y
para tenerla debe esperar. En otros términos se limita o delimita el
“sentimiento oceánico” dando lugar al surgimiento del yo y la madre como
entidades separables y con características propias.
El segundo fenómeno corresponde al
reconocimiento del yo del bebe, en el rostro (Winnicot, 1980) o en la mirada
(Lacan, 2006) de la madre, que ya había elucidado Freud (1910 y 1914). Es de
importancia este acontecimiento por que introduce una de las fuentes de la
estructuración del autoconcepto. La intervención de los demás (las personas que
lo rodean) es vital para la manera en que, en un futuro, se conciba o se
describa el sujeto. Claro esta que tal influencia no se da de manera
inmodificada en un sujeto determinado. La constitucionalidad de este es
determinante en la manera en que se de tal asimilación; adquiriendo una
particularidad, aunque tal vez no sea la que esperarían las personas que rodean
al ser humano en su vida y que lo influyen. Pero que indudablemente
determinaran la manera en que se describa a sí mismo y como será su
autoconcepto.
Hablar del desarrollo del autoconcepto
implica la manera en que se da tal desarrollo. Este se da desde dos vertientes
que son: Los factores que influyeron en su conformación y las funciones que
intervinieron en tal desarrollo.
Los factores que influyen en dicho desarrollo
son múltiples y pueden observarse resumidos en la cita siguiente "...en su
estructuración intervienen factores de tipo biológicos, psicológicos y
sociales...".
Con
respecto a las funciones del yo o del sí mismo que intervienen en la
estructuración del autoconcepto son de importancia el aprendizaje, la
percepción, la capacidad de conciencia, de reflexión, la memoria, el pensamiento y la
exploración. Funciones que corresponden tanto a las funciones de defensa como a
las funciones autónomas que Fiorini (2006) asigna al yo. Pero no menos
importantes son las funciones unificadoras o sintetizadoras del yo, que le dan
unidad al autoconcepto. Estas últimas son fundamentales en relación al
autoconcepto, ya que este debe ser considerado como una unidad. Son estas
funciones las que permiten el desarrollo y la caracterización final de la
manera en que un sujeto se describirá a sí mismo, a pesar de las modificaciones
posteriores. A su vez permitirán decir, lo que es mío y que por lo tanto lo
define o caracteriza.
Una
de las funciones autónomas del yo, descrita por Fiorini (2006) pero señalada
por Freud (1926) son la exploración en el
caso del primero y la percepción en el caso del segundo. La percepción, según
Freud (1926) está presente desde el nacimiento y forma parte del sistema
percepción consciente. No del yo, porque este no está desarrollado al nacer el
ser humano. Pero ella es de importancia para el posterior y paulatino
desarrollo del yo. Después de todo, es dicha función mediante la cual
inicialmente nos ponemos en contacto con la realidad o con el medio exterior.
Es a partir de esto, que se inicia el reconocimiento de lo que es el no-yo de
Freud (1905).
Muy
cercana a esta función está la exploración. La cual no implica solo el estar
sujeto al efecto de los estímulos del medio ambiente que rodea al bebé;
reaccionando a ellos. Sino que implica un segundo proceso de mayor
especialización y que involucra la intencionalidad del ser humano. Es decir,
que para llevar a cabo la exploración se debe poner en acción ese yo, por sí
mismo.
El
niño, incluso de poco tiempo de nacido,
es capaz de realizar una exploración. Es cierto que no se puede aún mover
intencionalmente, pero ello no es necesario. Tal exploración se refiere al
reconocimiento que él hace de su propio cuerpo. Un ejemplo muy frecuente que se
observa en la crianza de los menores, se da cuando ellos observan su propia
mano o la chupetean. Utilizan dos órganos de los sentidos que son el gusto, con
la boca, y la visión, con los ojos. En la primera opción se da lo que S. Freud
llamaba el conocimiento por la vía oral y que se da en la fase autoerótica así
denominada por S. Freud. En 1905, indicaba, que el
medio por el cual el ser humano conoce el mundo es por la boca. Razón por la
cual todo se lleva a la boca el bebé; lo cual da pauta al ejerció de la
incorporación o introyección del mundo. Pero específicamente, también es la
forma en que se da un conocimiento del propio cuerpo. Por una parte por la
observación, como cuando el niño observa su propia mano. Pero también cuando
chupetea la misma. La descripción fenomenológica de estas acciones las retoman
posteriormente Kolb (1992) y Papalia, Olds y Feldman (2004) cuando
investigan el desarrollo del ser humano. Al desarrollar la motricidad se dan
otras formas de exploración tanto del cuerpo como del mundo en que se vive.
Pero esta es una nueva exploración que amplía el conocimiento que ya se tenía
inicialmente. Importante posteriormente.
Al respecto,
puede considerarse que las funciones yoicas básicas, defensivas e integradoras, sintéticas
y organizadoras, que intervienen en la
estructuración del autoconcepto. Las últimas funciones hacen referencia, en
especial, a la concepción del autoconcepto como unidad.
Ampliando, las
funciones de la memoria y la capacidad de conciencia o de autoconciencia son
vitales como lo menciona el artículo Changing your self-concept and building
self-esteem. Ambos conceptos son
fundamentales, pues a partir de ellos y considerándolos de acuerdo a su
definición, de la capacidad del ser humano para que "...una experiencia
previa que fue consciente pueda volver a serlo...", es como "...es
posible plantear la existencia de un autoconcepto, en el hombre, que influya su
comportamiento...". Al respecto en Changing
your self-concept and building self-esteem se encuentra la reconfirmación
siguiente al indicar que “el <<self>> implica una larga vida de
acumulaciones de impresiones (por el sujeto mismo)…”, acumulaciones logradas
por la existencia de la memoria. Es decir, que sí, y solo sí consideramos la
permanencia de la estimulación e información que llega a la conciencia y que
propicia el conocimiento de sí mismo a un individuo lo que piensa, siente o
hace, y de lo que lo rodea, es que puede pensarse en la conformación de una
autoconcepción individual, que moldeara una conducta determinada, en una
persona dada. Además, ello explica la
permanencia, sin importar las variaciones que se den a lo largo de la vida del
sujeto, hay una permanencia del autoconcepto, cuando menos en sus aspectos más
importantes. El recuerdo y las nuevas experiencias en la vida del sujeto
fortalecen la concepción generada ya del autoconcepto.
Una
forma más de lograr ese autoconocimiento lo describe Lacan (2005), cuando
desarrolla su teoría del estadio del espejo. Estadio en el cual el niño pequeño
de dos o tres años es capaz de reconocerse a sí mismo al observarse en un
espejo.
Si
bien, es de importancia como se da la estructuración interna del yo o el
autoconcepto, como se revisa en la presente investigación, considerar los
planteamientos lacanianos permite avanzar más aún. Dicho autor (Lacan, 2006) plantea la importancia de
la relación de objeto del sujeto en la estructuración de su psiquismo.
Relaciones que implican la reciprocidad pero que a la vez permiten el
conocimiento de si mismo. Ejemplo de ello podría ser el efecto que
indudablemente tiene el comportamiento del ser humano encargado de la crianza
del menor y quien enfatiza en sus atributos personales, sean físicos o
conductuales.
Tal planteamiento es de
importancia, porque ello explica la manera en que se construye la imagen de si
mismo, o el autoconcepto personal de cada sujeto. En esto intervienen los
“otros”, personas que rodean al sujeto y cuyas acciones
afectan la forma de ver el mundo, pero a la vez son el prototipo de este. Es
decir, que la construcción del autoconcepto, es inseparable de los procesos
internos y la influencia del medio ambiente del sujeto. De tal manera
se coincidiría con Malinowski (1993) quien citaba:
“...el hombre en
general, y el primitivo en particular, tienden a imaginar el mundo externo a su
propia imagen”
La
autoimagen, según el análisis freudiano, como ya dijimos, en los proceso
psicodinámicos del ser humano, se construyen; y su conformación emerge al
diferenciarse el yo del no-yo, lo cual se inicia desde el nacimiento, proceso
en el cual interviene el contacto con la madre sobre la piel del bebe y las
caricias. De manera similar Jaques Lacan, posteriormente Winnicot, plantean la
presencia del otro quien contribuye a la diferenciación del yo y el no-yo y que
permite el reconocimiento del hombre como “sujeto”. Winnicot, en su texto de
“Juego y realidad”, nos refiere a ese gran Otro como la madre; la cual funciona
como espejo a través de la cual el bebé se reconoce, en su rostro.
Retomar
el pensamiento mágico y los autorreproches,
como lo menciona S. Freud en los casos de melancolía, si bien reafirman la
importancia de los demás, porque hacia ellos se dirigen reproches, es
fundamental también la misma persona, porque es ella quien la emite y de quien
se trata. Llegando con ello la medida que es el hombre. Es decir, que de la
manera en cómo se autoconciba, será la manera en cómo se conozca y se relacione
con el mundo. Pero por otra parte, introduce otro aspecto que se relaciona con
las palabras. Es decir, que nada tiene sentido si no está expresado por las
palabras. Un autoconcepto, ajeno a la verbalización de su misma autodescripción
es importante en la medida de que es conocida por los que rodean al sujeto.
Tolstoy
(1985), va más lejos al
afirmar, que la manera como una persona se autoconcibe es tan importante que es
necesaria y determina la convivencia que el sujeto tenga con las personas que
le rodean.
Si bien
es cierto, que la traducción en palabras del autoconcepto es fundamental, hay
que recurrir de nuevo a S. Freud (1932), quien afirmaba:
“Volvamos otra vez a los pensamientos oníricos
latentes. Su elemento más intenso es la moción
pulsional reprimida que se ha procurado una expresión, aunque mitigada y
disfrazada, apuntalándose en la presencia de estímulos casuales y en la
transferencia de los restos diurnos. Como cualquier moción pulsional, esta
también es fuerza a satisfacer mediante la acción, pero tiene bloqueadas las
vías hacia la motilidad por los dispositivos fisiológicos del estado del
dormir, se ve precisada a encaminarse -en el sentido retrocedente- hacia la
percepción y a conformarse con una satisfacción alucinada. De tal modo los
pensamientos oníricos latentes se trasponen en una suma de imágenes sensoriales
y escenas visuales. Por este camino les acontece lo que se nos presenta tan
novedoso y extraño. Todos los recursos lingüísticos mediante los cuales se
expresan las relaciones más finas entre los pensamientos, las conjunciones y
las preposiciones, las variaciones de la declinación y la conjugación, desaparecen,
porque les faltan los medios que les permitirían figurarse; como en el lenguaje
primitivo sin gramática, solo se expresa la materia en bruto del pensar, lo
abstracto es reconducido a lo concreto que está en su base...” (pág. 19)
Uno de los mecanismos psíquicos humanos, es la
capacidad de representación de
las cosas de su entorno y de sí mismo. La cual se inicia desde la percepción de
la misma, pero no desde la palabra o el lenguaje. Sino desde la imagen misma. Así, S. Freud (1933 [1932]) se refiere al trabajo
del sueño, concretamente la manera en como los pensamientos oníricos latentes
encuentran su expresión a través del pensamiento manifiesto. De igual forma la
autoconcepción tiene lugar mediante las imágenes, el acceso a la autoconcepción.
Por esto, cuando
nos referimos al autoconcepto, se incluye al yo corporal o imagen corporal
(Mahaler, 1980). Con ello se tendría una similitud con los procesos del sueño,
pero en relación al autoconcepto. El primero, con gran frecuencia emplea las
imágenes para “...figurar...” (S. Freud, 1900) los pensamientos oníricos
“...concretos...” (S. Freud, 1900), no los “...abstractos...” (S. Freud, 1900),
lo cual sería de importancia para
teorizar que el autoconcepto se desarrolla desde antes de que el sujeto tenga
acceso al lenguaje. Esto significa, que el autoconcepto, como entidad
abstracta, es posterior. Por ello hablar del autoconcepto desde el dibujo de la
figura humana es posible hacerlo de manera primaria. Siendo el autoconcepto
verbalizado, una adquisición posterior.
En la clínica y en la psicopatología del ser humano,
se puede observar, que se pierde primero la orientación alopsíquica
(orientación temporo-espacial) que la autopsíquica (orientación en persona)
(Henry Ey, 2006); pero al final, como en el proceso esquizofrénico, los
síntomas deteriorantes o desestructurantes (Henry Ey, 2006) afectan primero al
pensamiento y los afectos, que al esquema corporal. Induciendo el proceso
regresivo de la esquizofrenia hasta el sentimiento “oceánico”,
donde se presenta la indiferenciación del yo y el no yo, al
final del mismo. Previo a ello se da la paulatina desintegración y
fragmentación del esquema corporal en dicha patología. Esto permite el
planteamiento de que el autoconcepto,
desde el punto de vista intelectual es un producto de las funciones mentales
superiores y la imagen de sí mismo no. Ella podría ser más primitiva, por
lo tanto, como primitiva y trascendida es olvidada a pesar de que continúe
operando en la psíque humana.
Antes de continuar el presente análisis es de interés la siguiente
reflexión,
la cual dice:
“La
identificación es una secuela de la introyección, consistente en la adopción,
total o parcial, de aspectos, propiedades, modos de funcionamiento,
normas y valores de los objetos significativos en la vida del sujeto...Y
constituyen la base de la identidad, experiencia de sí mismo como unidad única
y coherente, cuya continuidad se mantiene a través de los cambios
intrapsíquicos y ambientales...” (pág. 20).
Si es una serie de introyecciones, se hace
referencia a lo que se vivencia o lo que se aprende en la interacción con el
medio ambiente y que es significativo en la vida del sujeto o persona. La
referencia puede contener múltiples conceptos con los cuales se estaría de
acuerdo, excepto en uno y que se refiere a la “coherencia” del sí mismo. La
duda emerge cuando se hace referencia a la despersonalización en donde puede
haber una identificación correcta pero con la carencia o pérdida de ciertos
elementos constitutivos o definitorios de ese sí mismo; o bien en la
conformación de una imagen corporal determinada, cuando hay la carencia de un
miembro corporal, que corresponda al “miembro fantasma”
en quien ha perdido una parte de su cuerpo. ¿Cómo podría existir tal
coherencia? La solución a ello solo puede ser desde la consideración de que la
coherencia podría ser interna al sí mismo, aunque no desde la realidad o la
percepción de una persona externa, a quien le parecería incoherente.
Si bien hay continuidad en la “…experiencia de sí mismo…” esta se puede hacer
discontinua por los cambios que afectan los procesos psíquicos, pero solo en
apariencia o desde una evaluación externa
y de acuerdo a la psicodinamia de la personalidad. Por ello puede haber
disparidad entre el autoconcepto de un sujeto y lo que los demás pueden ver de
dicha descripción que el sujeto hace de si mismo, pero no para la persona misma
que hace tal descripción.
Introducir la “representación mental”
es relevante ya que ello permite “percibir en el propio cuerpo elementos que en
realidad no tiene…”; pero, que sí los pudo haber tenido. Pero si hay tal
discordancia con lo real, ¿cómo puede darse tal percepción? En neurología se
diría que permanece la conexión nerviosa en el cerebro; que por reflejo
nervioso pude producirse tal percepción. Una segunda explicación se relaciona
con dicha “representación mental” sobre la cual hay que cuestionar ¿en dónde se
encuentra dicha representación mental? Solo es posible porque la misma
preexista en una de las funciones mentales del organismo: la memoria.
La pérdida de los límites entre la imagen
corporal y el ambiente son de importancia en los trastornos de la imagen
corporal por la “fusión oceánica” con el mundo. Ello implica a su vez la
perdida de las características de la imagen corporal. Características diferente
por medio de la percepción de ellas y representados en lo mental o en la
memoria. Algunas de tales características se refieren a aquellas que son
alteradas en el trastorno de la imagen corporal, e indicados en la cita, como son:
“…las
sensaciones de aumento en el volumen, los cambios en la forma, textura,
etcétera, de determinados segmentos corporales, o bien por la creencia de haber
sido despojado de algún órgano…” (pág. 171).
Tal situación
propicia lo que en trastornos de la orientación en persona se conoce como
sentimientos de extrañeza en la imagen corporal y de desperzonalización (pág. 170).
Al
referirnos a la preexistencia, en la memoria, de la representación del “miembro
fantasma” como condición para la percepción de sensaciones con respecto al
mismo, se introducía la importancia de este proceso para la conformación de la
imagen corporal o el esquema corporal. Ahora al introducir la “amnesia
focalizada”, trastorno de la memoria,
como condicionante de un desconocimiento de características de la propia
persona o de sí mismo, que a su vez conduce a la despersonalización en un
individuo, ampliamos la importancia de la memoria; con respecto a lo que se
representa en la conformación del sí mismo.
Al
referirnos al esquema corporal se hablaba de la “pérdida de la diferenciación
de los limites corporales y el ambiente”, cuestión que en la despersonalización
se retoma como la “pérdida de los límites de sí mismo”, como importantes para
tal proceso mórbido.
Son
relevantes esos “limites”, ya que ellos permiten considerar lo que es la
persona y lo que permite la definición del yo o del sí mismo. Posibilitándose
con ello la consideración del si mismo, el yo y la persona como “una unidad en
cualquier momento dado”, dándole con ello una “continuidad de la identidad en
un período de tiempo y estar separado del medio ambiente” (pág. 170).
Situación
que por una parte significa, la permanencia del conocimiento de sí mismo; pero
cuando la autora se refiere a ello, plantea
que tal conocimiento implica también la “historia” de tal conocimiento de sí
mismo; lo cual implica un desarrollo y una conformación a través del tiempo y
la vida de la persona.
Ahora
bien, los limites no solo posibilitan la definición sino también la
diferenciación con respecto a medio ambiente y dígase de paso, de otras
personas; con lo cual se concluiría que el sí mismo es único.
Desde
una perspectiva diferente, debe tenerse presenta que tal definición y unidad
del sí mismo se puede perder, por la incidencia de procesos mentales mórbidos,
como la esquizofrenia o la delincuencia.
Reconsiderando
la autoestima y en relación al sí mismo, con respecto a las enfermedades
mentales o trastornos emocionales, hay una distinción entre ambos, que consiste
en que la segunda puede verse decrementada o modificada pero no pérdida como en
el primera.
La acción de las funciones de defensa, se
pueden considerar como favorecedoras de la modificación o las particularidad de
la mencionada autoconcepción. Por ello, a pesar de que los mismos sujetos
puedan estar bajo la influencia de una misma estimulación, hay diferencias en
su autoconcepción.
Desde
la ficción, Benitez (1999), aborda la temática del problema de lo biológico en
el ser humano, al mencionar en su obra del “Caballo de Troya”, que la esfera
biológica se veía seriamente afectada por sus viajes en el tiempo, imaginarios
por supuesto. Ellos no habían previsto, los personajes de la historia, que
alteraciones tendrían sobre el cuerpo, de los enviados a través de el tiempo.
Referirnos a lo biológico, orgánico o físico
no involucra en apariencia problema para conocerlo o precisarlo. De hecho, el
estudio anatomo-fisiológico o bioquímico, como el de la medicina, da un estatus
de objetivo a la investigación del ser humano.
En este caso, los investigadores no lo cuestionan, solo lo aprenden. Pero, ello
no ocurre igual con lo psicológico o con las ilusiones. Un ejemplo útil es la
imagen virtual, en la física o en el
psicoanálisis lacaniano (2005 y 2006), en donde el espejo cóncavo refleja una
imagen, donde no existe; y sin embargo, ahí esta. Imagen virtual, que determina
una concepción y un comportamiento. En este caso, lo objetivo o lo real es
cuestionado, por la ilusión o lo “real” interno. Por supuesto, esto implica una
probable lejanía con lo real y objetivo. Por esto, la referencia al “ve” o
“siente”, podríamos relacionarlo con lo psíquico. Desde tal perspectiva, lo
físico pierde su aprehensión y objetividad, haciendo que lo relacionado con el
yo físico sea un término huidizo y ambiguo. Por otra parte, abre la perspectiva
de afirmar la diferenciación entre un yo físico (orgánico) y un yo físico (psíquico),
ambos de importancia en la determinación del autoconcepto físico, que a través
de nuestras vivencia personales desarrollamos.
Para abordar a Alvarez e
Iglesias (2007), de
la “Metamorfosis”, de Publio Ovidio Nasón, hay que observar la referencia siguiente:
"El hombre, pues, al mirarse, no mira otra cosa que una
sucesión de alteraciones que lo arrastran inconteniblemente hacia la amargura
del aniquilamiento..." (pág. IX).
La
cita es de interés por que hace una descripción y relación de la vida del ser
humano, desde que este está "prisionero en el vientre materno", hasta
"la vejez prejuiciosa"; sufriendo múltiples y numerosas
modificaciones a través de los años. A estos cambios, es a los que Bonifaz se
refiere, que el hombre mira y más específicamente que mira en sí mismo; por eso
dice: "... al mirarse...". Es claro que aquí ese mirarse no debe
entenderse de manera literal, sino de un modo figurado, como observación,
reflexión, análisis, etcétera.
Donde ese "mirarse" tiene como fin el obtener un conocimiento del
hombre y sobre el hombre mismo. En otros términos de su autoconcepto.
S. Freud (1926) cita
al respecto: “...reconocemos en el ser humano una organización anímica
interpolada entre sus estímulos sensoriales y la percepción de sus necesidades
corporales, por un lado, y sus actos motores, por el otro el otro, y que media
entre ambos términos con un propósito determinado. Llamamos a esta organización
su yo...” (pág.182)
Al
respecto Lacan (2006) cita: “Je, pronombre personal de la primera persona del
singular, siempre cumple funciones de sujeto. Moi, también pronombre de la
primera persona, según los casos puede desempeñar el papel de complemento,
sujeto, atributo e integrar formas compuestas. Ambos pueden tomar la forma
sustantiva, con la cual, por ejemplo, en el caso de Moi se ha traducido en
francés el Ich de la tópica freudiana”
“En castellano,
irremediablemente, tanto je como Moi son <<yo>>. A los fines de
solución para este libro, se han tenido en cuenta razones de orden práctico. En
lo sucesivo se leerá, pues, yo (je) para je, y yo, a secas, para moi. (pág. 11,
Psicología y metapsicología, tomo 2)
Díaz Portillo
(1998) aborda con mayor amplitud la implicaciones de los señalado, cuando
refiere: “…Cuando existen trastornos del esquema corporal (de la representación
mental del propio cuerpo), el enfermo puede percibir en su cuerpo elementos que
en realidad no tiene. El ejemplo más conocido al respecto, lo constituye el
<<miembro fantasma>>, síntoma frecuente de los amputados, que
<<sienten>> dolores y otras parestesias en el miembro perdido. En
otros casos, a la imagen o esquema corporal se le ve perturbado por sensaciones
de aumento en el volumen, cambios en la forma, textura, etcétera, de
determinados segmentos corporales o bien por la creencia de que ha sido
despojado de algún órgano. En situaciones extremas, el paciente pierde la
diferenciación entre los limites corporales y el ambiente, sumergiéndose en una
vivencia de fusión “oceánica” con el mundo; en el que ambos son un solo ser,
características de los delirios místicos”. (pág. 171).
De acuerdo al texto
de S. Freud (1919) “Lo ominoso” y el comentario de Strachey en “Algunas notas
adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto.”, según
José Luis Etcheverry (2006) en 1925, no solo es importante a percepción o la
observación como funciones del yo. Sino que la autobservación es fundamental
para lograr la autoconcepción del hombre mismo. Díaz Portillo (1998), refuerza dicha concepción. Díaz Loving, Reyes
Lagunes y Rivera Aragón. (2002), también lo utilizan.
Entendida esta como lo decía S. Freud
(1931) su “Trigésima primera” de sus nuevas conferencia donde afirmaba:
“..<<identificación>>, o sea la asimilación de un yo a un yo ajeno,
a consecuencia de lo cual ese primer yo se comporta en ciertos aspectos como el
otro, lo imita, por así decir lo acoge dentro de sí...” (pág. 51).
“sentimiento
oceánico”, término del lenguaje psicoanalítico que se refiere a la ausencia de
limites entre el yo y el no-yo del bebé al inicio de su vida.El malestar en la cultura (1930 [1929]). S. Freud, Díaz Portillo (1998)
Lacan. El seminario: la relación de objeto. No. 4.
Esto mismo es llamado por Ey (2006), desorientación autopsíquica.
Nuestro autor mencionan que en casos de psicosis, son de los primeros síntomas,
relacionados con ella. Schreber (1903) señala esto cuando el lucha contra la
emergencia de su enfermedad. Y S. Freud los tiene en consideración en la
evolución del caso y en las crisis que Schreber presento.